No vi cuando Alessia fue hacia ellos.
No escuché los gritos.
No sentí el miedo que sembró.
Mi guerra estaba en otro lugar.
Yo solo me veía a mí misma, reflejada en el espejo del baño.
Los ojos hinchados.
La piel pálida.
Ese cuerpo que sentía ajeno, como si ya no me perteneciera.
Me miraba como si fuera culpable de todo.
Me expuse.
Fui estúpida.
Yo provoqué esto.
Yo me merezco esto.
El castigo empezó en silencio.
Ese desayuno que Thom y Alessia me habían preparado…
no me lo terminé.
Movía la comida con el tenedor, sin darme cuenta.
Más tarde ignoré el almuerzo.
No por dieta.
Por culpa.
Por esa necesidad enferma de castigarme desde adentro.
En clase no levanté la mirada.
Cada risa la sentía dirigida a mí.
Cada susurro me atravesaba la piel.
En los márgenes del cuaderno escribí palabras sin sentido:
culpa
asco
vergüenza
desaparece
Las taché una y otra vez.
Como si así pudiera borrarlas del cuerpo.
Esa tarde me encerré en mi habitación.
No prendí la luz.
No abrí las cortinas.
No respondí mensajes.
Me quité la ropa frente al espejo.
No para mirarme…
sino para juzgarme.
—Todo es tu culpa —me susurré.
Me abracé a mí misma con fuerza.
No como consuelo.
Como si así pudiera evitar romperme en pedazos.
Alessia llegó más tarde.
Entró sin tocar.
—Ya hablé con ellos.
No respondí.
—Hay profesores involucrados. El material está empezando a desaparecer.
Seguía sin poder hablar.
Se acercó a la cama.
Yo estaba hecha bolita.
Despierta.
Temblando.
—Tori…
—No debiste… —murmuré—. Yo me lo busqué.
Sentí cómo se quedó rígida.
—No vuelvas a decir eso —dijo, con una firmeza que me dio miedo—. Nunca.
—Yo tomé. Yo fui con él. Yo…
—Tú confiaste —me interrumpió—. Y alguien te usó. Eso no te vuelve culpable.
No supe qué responder.
Lloré sin hacer ruido.
Como si incluso eso me diera vergüenza.
Más tarde apareció Thom en la puerta.
No entró del todo.
—Suspendieron a dos —dijo—. Los demás están bajo investigación.
No reaccioné.
Porque el problema ya no estaba afuera.
Estaba adentro.
En cada pensamiento que me decía que no valía.
Que me usaron porque eso era todo lo que merecía.
Que mi cuerpo era un error.
Que existir era un error.
Esa noche no comí.
No por vómito.
No por mareo.
Por castigo.
Y mientras Alessia dormía en una silla junto a mi cama,
y Thom se quedaba despierto en el pasillo,
yo miraba el techo con una claridad que daba miedo:
El dolor social se iba a ir.
El juicio se iba a apagar.
Pero el desprecio por mí misma…
apenas acababa de empezar.