Todo Lo Que Fui

ME ESTOY YENDÓ

Al principio fueron cosas pequeñas.
Tan pequeñas que hasta yo aprendí a ignorarlas.

Una charola devuelta casi llena.
Un “ya comí” que nadie había visto.
Un café en lugar de desayuno.
Una risa incómoda cuando alguien mencionaba comida.

Me volví experta en fingir normalidad.
Pero el cuerpo no sabe mentir por mucho tiempo.
Después vino lo visible.

Las clavículas marcándose más de lo normal.
El uniforme quedándome grande.
Las manos siempre frías.
Los mareos disfrazados de cansancio.

Yo decía “estoy bien” tantas veces
que empecé a creer que decirlo lo haría verdad.

Alessia fue la primera en verlo completo.

Una tarde, mientras nos cambiábamos para una fiesta, me quité la blusa sin pensar.

La habitación se quedó en silencio medio segundo.
Demasiado silencio.

—Tori… —susurró.

Me cubrí de inmediato.

—Estoy bien.

Pero no lo estaba.
El espejo lo sabía.
Mi respiración lo sabía.
El cansancio en los huesos lo sabía.

Thom empezó a notarlo después.

No por la ropa.
No por las fotos.
Por cómo me movía.
Como si cada paso pesara más que yo.

—Ya no comes conmigo —dijo una vez.

No sonó a reproche.

Sonó a miedo.

—No tengo hambre.

—Nunca tienes hambre.

Bajé la mirada.

Y en ese gesto se me cayó la mentira.
Las autolesiones no se notaron al principio.
Siempre fui buena escondiendo el dolor.

Ropa larga.
Muñecas cubiertas.
Silencios acumulados.

Pero el cuerpo también se cansa de ocultar.
Un día, en el baño, Alessia vio una venda mal puesta.

No gritó.
No preguntó de inmediato.
Solo le temblaron las manos.

—¿Desde cuándo?

No respondí.

—¿Desde cuándo, Tori?

—No siento nada… —susurré—. Y eso me da miedo.

Algo se le rompió por dentro. Pero no delante de mí.
Las noches se volvieron tensas.

Alessia ya no dormía profundo.
Thom ya no se alejaba de mi puerta.
No me vigilaban como carceleros.
Me cuidaban como quien teme perder lo único que ama.

Un día me desmayé en clase.
No fue dramático.
No hubo gritos.
Simplemente… no pude más.
Desperté en la enfermería.

Thom estaba ahí.
Sosteniéndome la mano sin que yo lo supiera.
Fría.
Demasiado fría.

Alessia llegó corriendo después.
Miró mi palidez.
Mis labios secos.
Mis ojos cerrados.

—Nos estamos quedando sin tiempo —susurró.
Y Thom entendió.

Por primera vez no estaban solo preocupados.
Estaban asustados.

Cuando desperté, los vi a los dos frente a mí.

—Están exagerando —murmuré.

Thom no respondió.

Alessia sí.

—No, Tori…

Le temblaba la voz.

—Estamos a nada de perderte.

Esa frase me atravesó.
No como regaño.
Como verdad.

Esa noche me encerré en mi habitación.
Me senté en el piso, con la espalda contra la cama.
Y pensé algo que ya no era solo una nube oscura…

sino una idea con forma:
Tal vez me estoy yendo sola…
y ellos todavía no lo saben del todo.
Pero sí lo sabían.

Porque cuando una persona se apaga así,
no desaparece de golpe.
Se va en pedazos.
Y ellos ya estaban viendo
cómo mis pedazos empezaban a caer.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.