Todo Lo Que Fui

NO NOS VUELVAS A MENTIR

La puerta se cerró con un clic suave.
Demasiado suave para lo que estaba a punto de romperse.

Levanté la vista desde la cama.
Alessia estaba de pie frente a mí.
Thom apoyado contra la pared, brazos cruzados.
Ninguno sonreía.

—¿Qué pasa? —pregunté, usando esa voz que finge normalidad.

Alessia no rodeó nada.

—Esto ya no es estar cansada, Tori. Esto ya no es solo un mal momento.

Thom dio un paso al frente.

—Te estás desapareciendo delante de nosotros.

Solté una risa corta, nerviosa. Esa que uso cuando quiero que algo deje de ser serio.

—Están exagerando.

Alessia negó con la cabeza.

—Te desmayaste. No comes. Te escondes. Te lastimas.

El silencio cayó como una losa.
Desvié la mirada.

—Estoy bien.

Esa frase.
Mi escudo.
Mi mentira favorita.
Vi cómo Thom apretó la mandíbula.

—No nos vuelvas a decir eso.

—Es la verdad —respondí, sin mirarlo.

—No lo es —dijo Alessia—. Y si sigues mintiendo, vamos a decirle a tu hermano.

El nombre de Matteo cayó como un golpe seco.
Levanté la cabeza de inmediato.

—No se atrevan.

—Porque él sí te conoce —continuó Thom—. Porque con él no puedes fingir como con todos aquí.

Algo dentro de mí explotó.

—¡No lo metan en esto! —grité—. ¡Esto es mío!

—No —respondió Alessia, con la voz rota—. Cuando estás a punto de perderte, deja de ser solo tuyo.

Discutimos.
Mal.
Desordenado.
Con palabras que quemaban.

—Ustedes no entienden.

—Tú no quieres que entendamos.

—Me están asfixiando.

—Te estás matando en silencio.

Cada frase era un golpe. Hasta que me quedé sin fuerzas.
Me dejé caer al suelo, abrazándome las rodillas.

—Solo quiero que me dejen en paz.

Thom habló entonces, con un cansancio que me dolió más que el enojo.

—No podemos.

Desde ese día, dejaron de confiar.
Empezaron a vigilarme.
No como carceleros.
Como desesperados.
Me esperaban para comer.
Se sentaban frente a mí.
Miraban el plato más que mi cara.

—Come un poco más.

—Ya comí.

—No es suficiente.

A veces obedecía.
Lo justo para que pareciera normal.
Ya no me encerraba tanto.
Porque no me dejaban.
Ya no estaba sola demasiado tiempo.
Porque siempre había una excusa para acompañarme.
Pero el problema…
no era la vigilancia.

Era que aprendí a esconderme mejor.
Aprendí a tirar comida sin que se notara.
Aprendí a sonreír mientras mi cuerpo pedía auxilio.
Aprendí a decir “gracias” cuando por dentro gritaba.
Me volví más perfecta.
Más controlada.
Más peligrosa.

Thom empezó a notarlo.

A veces me encontraba mirando por la ventana.
Sin música.
Sin teléfono.
Sin expresión.

—¿En qué piensas? —me preguntaba.

—En nada.

Pero él ya lo sabía.

Una noche, escuché a Alessia llorar del otro lado del pasillo.

—Estoy haciendo todo lo que puedo… y aun así siento que se me muere enfrente.

Thom no respondió.

Porque sentía lo mismo.
Y yo, desde mi habitación, fingiendo dormir, pensé algo con una claridad que daba miedo:
Si ni siquiera cuando me cuidan logro sentirme viva…
entonces tal vez desaparecer
es la única decisión
que todavía me pertenece.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.