Todo Lo Que Fui

NO TE VOY A PERDER

La discusión empezó por algo mínimo.
Un plato de comida intacto.
Una excusa mal dicha.
Una mirada que esquivé demasiado rápido.

—No has comido nada —dijo Matteo, señalando la bandeja sobre mi escritorio.

—No tenía hambre —respondí sin mirarlo.

—Siempre dices lo mismo.

—Porque siempre es verdad.

Soltó una risa seca.

—No. Siempre es mentira.

Sentí cómo el aire se tensaba entre los dos.

—Ya empezamos….

—No, Tori. Esto empezó hace meses. Yo apenas estoy llegando tarde.

Vi a Thom y a Alessia en la puerta.
No entraron. Sabían que ese momento ya no les pertenecía.

—No puedes controlarme —dije, cruzándome de brazos—. No soy una niña.

—No —respondió Matteo—. Eres alguien que se está apagando.

Silencio.

—No me hables así.

—¿Cómo entonces? ¿Con cuidado? ¿Con mentiras? ¿Con más “todo está bien”?

Apreté los dientes.

—Estoy cansada de que todos me miren como si fuera un problema.

Se acercó.

—No eres un problema. Eres mi hermana.

—Pues parece lo contrario.

Su voz empezó a temblar.

—Te encontré marcas, Vittoria.

Me congelé.

—No sabes nada.

—Sé suficiente.

—¡No es para tanto!

—¡Sí lo es! —alzó la voz por primera vez—. ¡Porque cada marca es una forma de decir “no quiero estar aquí”!

Sentí un nudo en el pecho.

—¿Y qué si sí? —dije de golpe—. ¿Qué si ya no quiero?

Las palabras cayeron pesadas.
Irreversibles.
Matteo dio un paso atrás.

—No digas eso.

—Es lo que piensas cuando no soy “la estudiante perfecta”, ¿no? Cuando ya no encajo, cuando ya no brillo.

—Yo nunca te pedí que brillaras —susurró—. Solo que siguieras aquí.

Eso dolió más que cualquier grito.
El silencio se volvió insoportable, hasta que habló con una decisión que le rompía la voz:
—Voy a llevarte a un lugar donde puedan ayudarte.
Lo miré, incrédula.

—¿Qué?

—Un centro. Especializado. Con médicos. Con gente que sabe cómo salvar a personas como tú.

—¿Como yo?

—Que ya no pueden solos.

Sentí que el corazón se me salía del pecho.

—No —negué—. No me vas a encerrar.

—No es un castigo.

—Sí lo es.

—Es un intento.

—¡Es una amenaza!

—Es una última opción.

Caminé hasta él.

—Si haces eso… te odio.

Me miró con los ojos llenos de lágrimas.

—Si no hago nada… te pierdo.

—No puedes obligarme.

—Puedo intentarlo.

—Entonces ya no eres mi hermano.

Eso lo destruyó.
Lo vi en su cara.
Pero no retrocedió.

—Prefiero que me odies viva… a amarte muerta.

Me quebré.
No fue un llanto bonito.
Ni silencioso.
Fue roto.
Asfixiado.
Infantil.

—Solo quiero que me dejen desaparecer —sollozé—. Eso es todo.

Matteo me abrazó.
Yo no me moví.

—No —susurró contra mi cabello—. Eso no te pertenece.

Tú todavía importas.
Esa noche no dormí.
No pensé en gritos.
No pensé en huir.

Pensé en algo peor:
Si me van a quitar la decisión…
entonces tendré que tomarla antes.
Y por primera vez…
el plan empezó a tomar forma.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.