Todo lo que no te dije
Hay cosas que nunca se dicen.
No porque no duelan, sino porque decirlas las vuelve reales.
Yo lo amé en silencio.
Lo amé cuando se reía, cuando me empujaba en el recreo, cuando se dormía en mi hombro en las tardes de verano.
Lo amé cuando aún no sabía qué era el amor.
Porque nunca lo había recibido.
Pero nunca lo dije.
Quizás por miedo, por vergüenza, o porque ambos sabíamos que ese amor estaba mal visto, que el mundo no lo entendería.
Así que preferimos callar. Fingir.
Y cada palabra no dicha se volvió un peso, una herida invisible.
Crecimos.
Y yo nunca deje de amarte, te ame con esa fuerza que venia desde mi infancia.
El tiempo, en lugar de curar, nos separó.
Él siguió su vida. Yo también.
Pero a veces —cuando todo está en silencio—juro que aún escucho su voz llamándome por mi nombre,
como si nada hubiera cambiado.
Esto no es una historia de amor perfecta.
Es la historia de lo que pasa cuando lo que sientes te consume,
y no tienes el valor de decirlo.
Porque el problema no fue amarlo.
El problema fue todo lo que no le dije.