Alexis Torres
Ese beso.
Ese inexplicable beso que surgió entre dos inútiles borrachos.
Ese beso…
Ese beso que he anhelado durante tanto tiempo.
Aunque al final revelé mis sentimientos, jamás creí que él los usaría como ventaja… o para jugar conmigo.
—¿Quieres el beso sí o no?
Me lo preguntó sabiendo perfectamente la necesidad que yo tenía de tenerlo cerca.
Sentía el sudor correr desde mi frente hasta mis mejillas. Nos mirábamos, pero yo… yo de verdad sentía algo fuerte. Algo que me quemaba el pecho.
Quería besarlo hasta quedarme sin aire, pero… ¿y si se alejaba de mí?
¿Y si lo arruinaba?
Cuando me besó, entré en pánico.
Él… besándome.
Yo, temblando.
El mundo afuera temblando igual que yo.
Y aun así, por un instante fui feliz.
Pero luego me abrazó, cálido, rápido… y salió del baño como si absolutamente nada hubiese pasado.
¿Acaso soy un juego?
¿Dije algo?
¿Algo no le gustó?
El pánico me tragó. Mi ansiedad estalló. Había olvidado por completo mi kenofobia, ese terror que me provocan los lugares pequeños. El baño se sentía cada vez más estrecho, como si las paredes se movieran para aplastarme.
Corrí afuera.
Al abrir la puerta, me topé con mi madre. Ella se asustó al verme.
—¡Hijo! —exhaló aliviada— Qué bueno que te encontré. Te he buscado por toda la mansión. —Me observó—. Estás sudando. ¿Estabas encerrado en el baño?
No respondí. No podía.
Ella cruzó los brazos, esa mirada seria que solo usa cuando se preocupa.
—¿Qué hacías ahí? Sabes que no te gustan los espacios pequeños, amor. Ven, vamos. Tu abuelo quiere hablar contigo. Algo de la herencia, no sé. La verdad no me importa.
Mi mamá… ella siempre encuentra una forma de justificar lo que me pasa.
Tengo kenofobia porque ella también lo tiene.
Tengo alergias porque mi papá también las tiene.
No me gustan las plantas porque según ella nunca me gustó el olor a naturaleza.
Siempre tiene algo bueno para decirme.
Sin duda, es la mejor mamá del mundo.
Y aunque Max se fue sin decir nada…
ese beso lo guardé con amor.
Decir lo que sentía, aunque fuera torpe, me hizo sentir libre.
Me alivió.
Fue necesario.
Él me besó.
Nos besamos.
Sin que nadie saliera herido. Sin que nadie nos viera.
Quizás ir a casa de mi abuelo no fue tan mala idea. Esta oportunidad era de una en un millón.
A la mañana siguiente, en casa, nos despertamos como siempre a las 6:00.
Desayuné con mis padres, y por primera vez, nadie estaba peleando.
Bueno… todos teníamos resaca, menos Jaden, que se quedó con su hermana.
—No deberían ir a la escuela —dijo mi madre, sosteniendo la jarra de café.
Se sentó junto a mi padre. Parecían tranquilos por primera vez en días.
—No hicimos el trabajo social —dijo Jaden sin levantar la vista— porque Max y Alexis no estaban en casa, y yo no iba a hacer su parte. Yo sí hice la mía.
A veces Jaden parece un rebelde, pero cuando está aburrido, hace todo: tareas, obligaciones, lo que le toca.
Cuando terminamos, nos levantamos para irnos.
Tenía que llegar temprano, y Jaden… bueno, Jaden seguro iba por Sarah.
Corrimos. La media hora se redujo a quince minutos, pero aun así yo estaba emocionado. Entré a la escuela con energía, y todavía tenía esos quince minutos libres.
Como aún no llegaba nadie, saqué de mi mochila el trabajo social pendiente. Me puse a hacerlo, concentrado, intentando recuperar el tiempo. Era un trabajo largo, de esos que exigen paciencia.
Estaba absorto en la página, tanto que cuando levanté la vista…
algo me golpeó el corazón.
Max.
Con la chica que hace poco me dijo que le gustaba.
Tomados de la mano.
Riendo.
Como si fueran la pareja perfecta.
Sentí que me mordía la lengua sin querer.
Mis manos temblaron sobre la libreta.
Intenté escribir, pero mis ojos no podían seguir los renglones.
Ella era bonita.
Lentes.
Maquillaje perfecto.
Estatura promedio.
Un estilo elegante.
Mirarla junto a Max me llenaba de celos que no sabía controlar.
Era nuevo verlos así.
Era nuevo verlo a él… con alguien que no fuera yo.
¿Se acordará de ayer?
¿O simplemente… fue un sueño?
Max se despidió de Mareen y caminó hacia mí.
Se sentó a mi lado, como si nada hubiese pasado. Sacó un informe de su mochila.
—Hice el trabajo solo —dijo—. Sabía que ibas a estar cansado por lo de anoche. Hice las letras diferentes para que pareciera que lo hicimos los tres.
—Dime… no… —Mi voz tembló— ¿Te acuerdas de nada? De… nuestro beso.
Max no reaccionó. Solo abrió su informe.
—Puedo verificar mi parte —continuó—. Yo ya estaba por terminar.
Me guardé las palabras.
Quizás guardarme todo es lo único que nos mantiene cerca.
Abrí mi corazón anoche, pero a veces a nadie le importa.
Sonreí y tomé mi parte del trabajo.
Él había escrito igual que yo.
Lo único diferente era la tinta.
—Ayer sentí que seis shots dobles fueron demasiado para mí —dijo Max—. No recuerdo lo que pasó… doce tragos son muchos. Solo recuerdo a mis padres discutiendo en el carro.
No te acuerdas…
dime, ¿cómo te hago recordar?
—Yo tampoco recuerdo mucho —mentí. No pensé que la oración siquiera saldría de mi boca—. Era mi primera vez bebiendo y pensé que verte me haría recordar algo, pero no. Ni siquiera sabía que tú ibas a esa fiesta.
—Neh —respondió él, acomodándose el cabello—. Fui porque sabía de quién era la fiesta. Y haciendo cálculos… sabía que tu padre te obligaría a ir.
—No te acuerdas de nada. ¿En serio? —dije rendido—. El beso.
Max se congeló.
Un segundo de tensión, de esos que queman.
—Eso… —murmuró, sin mirarme, con una sonrisa mínima.
Me emocioné. Pensé que hablaría de ello.
Quise escucharlo decir cualquier cosa. Incluso un “me confundí”.