Aleakai
Aleakai sentía la necesidad de salir de aquella casa casi de una forma física. Necesitaba irse. No podía quedarse allí, junto a los cadáveres de las dos personas que le habían dado la vida, le habían visto crecer y le habían querido. En mayor o menor medida.
Pero tampoco podía irse sin más. No podría darles un entierro digno, pero no iba a dejarles de aquella manera. No supo cómo tuvo la fuerza, física y mental, para bajar el cadáver de su padre de la soga y llevar el cuerpo mutilado de su madre al dormitorio para dejarla en la cama, junto a su marido. Cuando terminó, estaba temblando. Se sentía vacío, anestesiado, tenía el cuerpo frío.
—Necesito cambiarme de ropa…
Su propia voz le sobresaltó, quizás estaba más afectado de lo que pensaba. Salió del dormitorio, cerró la puerta a su espalda y caminó hacia el baño. No se miró en el espejo, sabía que la imagen que le iba a devolver iba a ser horrible. No quería enfrentarse a sí mismo. No quería ver los rasgos de sus progenitores en su propia carne. Se lavó las manos con el hilo de agua que salía del grifo y caminó hacia su habitación.
Estaba tal y como la recordaba. Tal y como un Aleakai de veintidós años la había dejado. Sacó del armario una camiseta limpia y dejó la que llevaba en un rincón de la habitación. Nadie podría quejarse del desorden. Ya no.
Aleakai tomó asiento en la cama para poder poner sus pensamientos en orden. Estaba en mitad del fin del mundo, completamente solo. Necesitaba moverse. Salir de allí. Ya lloraría cuando estuviese a salvo. Se puso en pie de un salto, buscó en su armario una mochila que había usado una vez para ir de acampada y se dirigió a la cocina. Conocía a su madre, siempre tenía la cocina bien surtida. En menos de cinco minutos tenía diversos tipos de comida enlatada y agua embotellada dentro de la mochila. Aquel día no moriría de hambre, al menos.
Se colocó la mochila a la espalda, ignoró el charco de sangre a sus pies y se plantó frente a la puerta de entrada. Hacía tiempo que no escuchaba nada al otro lado. Retiró con cuidado el mueble que bloqueaba la salida, que le costó mucho más que cuando lo había puesto, y se acercó a la mirilla de la puerta. No había nada. Podía irse.
Aleakai colocó la mano sobre el pomo de la puerta, pero sintió una repentina presión en el pecho que le impidió girarlo. Tenía que despedirse. Volvió sus pasos hasta el dormitorio de sus padres y apoyó la frente contra la puerta, pues sabía que no sería capaz de enfrentar aquella imagen de nuevo.
—Tengo que irme. Creo… que aun quiero vivir. –Sentía que se le volvía a formar un nudo en la garganta, pero intentó tragar para aliviarlo– Gracias por todo lo que habéis hecho por mí. Siempre os he querido, aunque no lo hubiese dicho. Os quiero. –Tomó una bocanada de aire y lo soltó poco a poco– Siento no haber estado aquí, siento no haber llamado, siento no haber llegado a tiempo… Siento no haber sido lo suficiente para poder salvaros, para ayudar a la casa. Siento no haber sido un hijo del que pudieseis estar orgullosos… Lo siento muchísimo. Espero que estéis en un lugar mejor. Siento no poder despedirme con un hasta luego, sé que este es el adiós definitivo.
Aleakai soltó el aire que estaba conteniendo. No se sentía mejor.
Dio un paso atrás para separarse de la puerta y caminó hacia la entrada. No volvió a mirar atrás cuando bajó el pomo y salió al rellano. Sabía que si lo hacía, no podría salir de la casa. Cerró con el mayor de los cuidados, se colocó bien la mochila que llevaba a la espalda y comenzó a bajar la escalera. El bloque estaba en calma, por el momento. Las huellas y manchas de sangre estaban por todos los lados, así que estuvo atento a dónde pisaba, no quería acabar resbalando escaleras abajo.
Cuando terminó de bajar la escalera, recordó algo que podría salvarle la vida, al menos para un rato más. El cuarto de mantenimiento. Recordó cuando era un niño, el más travieso de aquel bloque, y jugaba a esconderse en aquel almacén. Le encantaba inspeccionar las piezas de repuesto, los productos de limpieza de la piscina y otras cosas peligrosas que no podían estar al alcance de un niño. Encerrado en aquel pequeño espacio se sentía un “hombre” importante, de aquellos que podían resolver situaciones. Siempre acaban encontrándole y su madre le acababa regañando con todo el amor del mundo.
Mierda…
Aleakai se apoyó en la pared para poder recuperar el aire que se le había vuelto a atascar en la garganta. El recuerdo de su madre, sonriente y llena de vida, le había golpeado con más fuerza de la que esperaba. Quizás, aquel era un efecto que tenía la culpa, que hacía que todo doliese el doble y que no se pudiese ignorar con facilidad.
Tras aquellos segundos en los que Aleakai intentó recoger los pedazos rotos de su corazón y guardarlos en su pecho, para intentar no colapsar de una forma irreparable, cruzó la puerta del bloque hacia el patio interior. El cuarto de mantenimiento estaba cerca de la entrada, solo tenía que llegar, coger lo que pudiese servirle y marcharse.
En la distancia, cerca de las puertas de los últimos bloques, podía distinguir figuras, infectados con casi toda seguridad. La forma en la que sus cuerpos se balanceaban, como si no pudiesen mantener el equilibrio, los espasmos, la sangre y los gruñidos que le llegaban lo confirmaban. Caminó sin hacer ruido, pisaba el suelo como si fuese de cristal, intentó no llamar la atención de aquellas criaturas, paraba a mitad del camino en cuanto visualizaba un movimiento en la lejanía. Por lo que había podido comprobar, y estaba confirmando, los no-muertos no tenían muy buena vista, quizás porque estaban muertos, pero sí un buen oído.
Solo necesitó unos pasos más para llegar a la puertecita del almacén. Acercó su oído a la puerta para comprobar que no había nada esperando al otro lado y tiró del pomo. El maldito chirrido de las bisagras le hizo maldecir al pobre encargado de mantenimiento, ya podría haber engrasado la puerta para ahorrarle el disgusto. Aleakai entró en el almacén como alma que llevaba el diablo, cerró el pestillo y se permitió respirar. El temblor de sus manos había vuelto, o quizás nunca se había marchado, no estaba seguro.