Todo lo que nos queda de mundo

Capítulo 3

Aleakai

Todas las calles estaban bloqueadas. Pasar hacia el interior del pueblo era casi imposible. Aleakai pensó en bajar del coche y empujar los vehículos que había en mitad de la carretera, pero aquello le iba a llevar mucho tiempo, mucha energía y era demasiado peligroso. No, lo mejor que podía hacer era alejarse de las calles que se podrían convertir en una trampa mortal.

Tendré que ir por el exterior…

Conducir por las carreteras de aquel pueblo, en el que había vivido desde que nació, estaba siendo devastador. Conocía los comercios que se encontraban completamente devastados. A veces, reconocía a algún infectado. Era como estar en una pesadilla o en el plató de una grabación apocalíptica.

Por un momento, le tentó ir a casa de su jefe y comprobar que estaba bien, pero sabía que aquella idea tenía muchas posibilidades de fracasar. No estaba seguro de cuanto dolor podría seguir soportando. Era mejor dejarlo estar, aunque una parte de él, una con un enorme síndrome del héroe, pensase que podría llegar a tiempo y salvarlos. Se preguntó si aquella obsesión por salvar a todos venía de una herida emocional no resulta sobre el abandono en su infancia y la sensación de que nadie le había salvado. No quiso prestarle mucha atención a aquel pensamiento. Después de todo, él no era psiquiatra.

Paró el coche frente a un establecimiento que estaba en las zonas de ocio del pueblo. Una bolera. Bolera “El paseo”. Aleakai había pasado muchas horas jugando a los bolos con Elliot, sobre todo los días festivos en la universidad o cuando tenían que celebrar que habían acabado los exámenes. Aquel había sido su pequeño refugio, ahora reducido a un edificio ensangrentado y destruido. Era en aquel bolera donde Elliot le había propuesto quedar el día del apocalipsis. El día en el que él, de nuevo, había rechazado la propuesta. Estaba ocupado, siempre lo estaba. Desde que había dejado la universidad siempre estaba trabajando, o falto de ánimos, o cansado, o demasiado atareado limpiando el piso en el que vivía con el ser humano más antihigiénico del planeta. Siempre había tenido un problema, una excusa. Lo peor era que esos problemas seguían estando, aunque no hubiese ido a ningún sitio. Se quedaba en casa porque estaba cansado, no veía a su amigo y seguía cansado. Rechazaba la oferta porque tenía que trabajar al día siguiente, no veía a Elliot y a las siete de la mañana tenía que levantarse a trabajar. Rechazar verse solo le había quitado tiempo con su amigo y la posibilidad de hacer recuerdos. Ahora no había forma de volver atrás.

Desde lo más profundo de su corazón, Aleakai deseó que Elliot estuviese bien y a salvo. Volvió a poner en marcha el coche, alejándose de los recuerdos y del edificio, del que comenzaba a salir figuras ensangrentadas.

Después de haber estado dando vueltas como un idiota por todo el pueblo, había conseguido encontrar una carretera que no estaba colapsada. Parecía que la razón era que un enorme autobús había bloqueado la entrada a la calle, haciendo imposible el paso de los vehículos al pueblo. Nada que montarse con el coche en la acera para poder pasar no solucionara.

El vehículo parecía un transporte escolar. No. Era el autobús de un club deportivo. Recordaba la emoción de su jefe por la llegada de los deportistas. Siempre estaba bromeando con rajarle las ruedas al autobús para que llamasen al taller. No iba a hacerlo realmente, pero había tenido gracia en su momento. Aunque ahora, incluso con las ruedas intactas, no iba a moverse de aquella calle. El movimiento dentro del vehículo era sobrecogedor, parecía que todos aquellos pobres deportistas se habían quedado atrapados, sin escapatoria. La sangre manchaba los cristales. Se obligó a apartar la mirada y continuar por la calle. Si atravesaba el polideportivo y las pistas, podría llegar a la carretera principal.

El silencio dentro del coche le estaba volviendo loco. No podía dejar de pensar en toda la gente infectada que había visto. En la sangre. En su jefe. Elliot. Sus padres. María… Era incapaz de apartar toda la tragedia de su cabeza. Necesitaba distraerse con algo. La radio. Aquello era algo, podía poner música, otra vez, aunque le aterraba no escuchar lo que ocurría en el exterior. Sin embargo, si ponía el volumen bajo podría distraerse y concentrarse al mismo tiempo, si es que eso tenía algún tipo de sentido. Tenía suerte de contar con un disco donde poder elegir la canción que le apeteciese. Aleakai comenzó a pasar las canciones una tras otra, la atención que le prestaba a la carretera era mínima, dudaba que fuese a atropellar a alguien, dada la situación del mundo.

¡BAM!

O puede que no fuese tan poco probable.

El golpe contra el capó del coche hizo que levantase la mirada con tanta prisa que incluso sintió un mareo. Había perdido el control del vehículo por unos segundos, así que no le quedó más remedio que frenar con un sonoro chirrido de ruedas. Aleakai se llevó la mano al pecho para intentar que no se le saliera el corazón. No tenía ni idea de lo que había pasado. No veía nada en la carretera y dudaba que hubiese pasado por encima de lo que hubiese golpeado, pues no había sentido movimiento bajo el coche. Esperaba no haber atropellado al, posiblemente, último animalito vivo de la tierra.

Aleakai agarró el volante con fuerza y se inclinó hacia el salpicadero para poder ver un poco mejor la carretera. No había nada, pero a unos metros de donde se encontraba, pudo divisar lo que parecía ser un balón, una pelota, rodando.

¿Qué cojones?



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En el texto hay: misterio, zombies, romance gay

Editado: 12.12.2025

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