Héctor
El cielo estaba despejado aquella mañana. Si uno se sentaba al sol, podía disfrutar de la calidez de sus rayos, que contrastaba con la brisa fresca que soplaba.
Héctor se sentó en los escalones de la entrada y cerró los ojos. Minutos antes había terminado de hacer el equipaje y en unos minutos más, tenía que coger el autobús. Iba a pasar cuatro días lejos de casa, tres noches en una cama que no era la suya. Tenían el primer partido de la temporada. Llevaba jugando al voleibol desde que era muy pequeño, sus padres le habían apuntado como actividad extraescolar y desde entonces no había parado. Había hecho del deporte su pasión y su vida. También estudiaba en la universidad, aunque no lo hacía a tiempo completo. Estaba en su segundo año de Historia del arte, aunque llevaba tres años inscrito en la carrera. Su objetivo en la vida era ser atleta profesional, ir a los juegos olímpicos, pero estudiaba por diversión. Y por su hermana.
—¿Te vas ya, Tori?
El chirrido de la silla de ruedas de su hermana le sacó de aquel letargo en el que se había sumido. Giró hacia ella y sonrió.
—En un rato vendrá Marcos a recogerme. ¿Tienes hoy clase de arte? ¿Me mandarás una foto de lo que has pintado?
Su hermana, Clara, de diez años y pelo tan rubio como el suyo. Era su ojito derecho, se podría decir que sufría de hermanitis. Cuando era pequeña, un accidente la dejó permanentemente en silla de ruedas. Nunca volvería a caminar. Héctor recordaba aquel día con terror. El miedo y la incertidumbre, el no saber cómo iba a acabar la historia.
Clara era una apasionada del arte. Desde pequeña siempre le había interesado el dibujo, los cuadros, la música… Era la razón por la que Héctor había decidido estudiar Historia del arte, era su forma de contribuir a la vida de su hermana, acercarle el conocimiento y las obras que no sabía si podría ver alguna vez. La salud de Clara era delicada, lo había sido desde que nació. A veces, incluso no podía asistir a clase con normalidad.
Héctor estaba dispuesto a hacer lo que fuese por ella.
—¿Te tienes que ir tanto tiempo?
—Solo serán unos días. Tengo un partido importante. El entrenador lo grabará para que podamos verlo juntos cuando vuelva.
El sonido de un claxon hizo que mirase hacia la puerta de entrada. Marcos, su mejor amigo, le hacía señas desde el coche para que subiese. Héctor se puso en pie y agarró su macuto con las mudas para aquellos días. Giró sobre sí mismo para poder despedirse de su hermana y de sus padres, que al escuchar el claxon habían salido a despedirse de él.
—Mucha suerte, cariño. –Dijo su madre mientras le abrazaba y dejaba un beso en su sien.– Vas a hacerlo genial.
—No necesita suerte, Victoria. Es un campeón nato. –Contestó su padre. Al igual que su madre, le dio un abrazo y un beso.
Héctor se separó de sus padres para poder agacharse frente a su hermana, le dio un abrazo y le peinó el cabello rubio que se le había despeinado con la brisa.
—Ten cuidado, Tori. Llama a mamá cuando llegues al autobús.
—Lo haré.
Bajó los escalones de la entraba entre vítores y palabras de cariño que le hicieron reír. Llegó pocos segundos después al coche de su amigo, que estaba despidiéndose de sus padres con la mano, abrió la puerta del copiloto y entró. Dejó su bolsa de deporte a sus pies y miró a Marcos, que sonreía ampliamente.
No le dejó decir nada. Sabía que iba a hacer una imitación de todas las palabras de amor de su familia y después le iba a llamar niño mimado. Siempre lo hacía y acababa sacándole una sonrisa.
—¿Sabes que nos han cambiado el polideportivo? Parece que el principal no está en condiciones. Goteras que no han arreglado. Nos han mandado a un pueblo perdido de la mano de Dios. Está a tomar por culo, te lo juro. Ni siquiera tiene nombre, lo llaman El Pueblo.
—¿Pasamos la noche en el mismo sitio o tenemos que dormir allí?
—No, el resto sigue igual. Solo que el partido es en ese pueblucho.
—Entonces no tiene importancia.
Héctor cerró los ojos y se apoyó contra la ventanilla del coche para disfrutar del calor de los rayos de sol. Les quedaba un largo camino por delante.
—¿Estáis todos? –La voz del entrenador llenó el autobús– No podemos ganar un partido si nos dejamos a uno fuera del autobús.
Por petición de Marcos, habían ocupado los segundos asientos del autobús para evitar que se marease. Héctor había ocupado el sitio que daba al pasillo, dejando a su mejor amigo junto a la ventana. Aquel era una costumbre que los acompañaba a todos los sitios. En el primer viaje, Héctor se mantenía en el pasillo para dejar a Marcos, y sus nervios, distraerse con el paisaje. En el camino de vuelta, era Héctor quien viajaba en la ventanilla.
El ambiente del equipo era animado. Aquel partido era muy importante para todos ellos. Tenían la oportunidad de clasificarse, aspirar a más. Quizás, encontrar a alguien que los quisiese patrocinar.
Estoy en el autobús. Haremos noche a mitad de camino. Os quiero. Escribió a sus padres. Siempre les mantenía informados de todo. Quizás sí era un poco niño de papi, como Marcos se empeñaba en hacerle creer.