Aleakai
Fue fácil llegar a la casa. Parecía que los muertos se quedaban cerca del centro, quizás por los ruidos que producían ellos mismos y que los seguían atrayendo hacia el interior.
El camino había sido agradable. Todo lo agradable que podía ser cuando no habían conseguido nada para comer. Aleakai apagó la radio cuando llegó a la puerta de la casa. Se aseguró de que todo estuviese despejado antes de salir del coche y caminar hacia el maletero para recoger lo que habían robado.
Notaba a Héctor diferente, un poco más relajado. Quizás aquella pequeña excursión fallida les había hecho acercarse un poco. Dejar de ser simples desconocidos para ser potenciales amigos.
—¿Te encuentras bien?
Héctor giró en su dirección, parecía sorprendido por la pregunta. Aleakai le hizo un gesto con la cabeza hacia el brazo. El golpe que le había asestado a aquel infectado había provocado que la herida se abriera un poco y sangrara. Héctor dirigió la mirada hacia su brazo y acabó asintiendo.
—Sí, solo me molesta un poco.
Aleakai caminó hacia la puerta de la vivienda, el crujir de sus pisadas le hizo sentir en casa. Sacó la llave de su bolsillo y abrió la puerta. Dejó pasar primero a Héctor. Una vez ambos dentro, cerró a su espada y echó la llave, dejándola puerta en la cerradura. Quizás era un pequeño gesto para ganarse la confianza del rubio. Dejar la llave en la cerradura, a pesar de que le chico podía robarle e irse, era una gran forma de decir que apostaba por él.
Caminó hacia el salón, donde aún estaban todas las provisiones esparcidas por el suelo. No era suficiente. Suspiró y dejó lo que habían conseguido en su pequeña incursión con lo demás. Esperaba tener más suerte en la siguiente salida.
—Deberíamos comer algo, hemos gastado mucha energía.
Héctor pasó por su lado y se sentó en el sofá. Miró la cantidad de comida con la que contaban y acabó por suspirar mientras negaba.
—No hay suficiente. Puedo comer más tarde, necesitamos racionar.
Héctor llevó su mano hasta el vendaje de su brazo y comenzó a quitarlo para dejar la herida al aire. Se había quitado la chaqueta que había conseguido en la tienda y la había dejado en la entrada. Parecía que se sentía en casa. Su herida no tenía mal aspecto, así que decidió no gastar más vendas.
Aleakai tomó una botella de agua que estaba por la mitad. Sabía que era un riesgo lo que iba a hacer, pero se negaba a estar sudado todo el día. Tomó una de las pequeñas botellas de jabón que había tomado de una de las tiendas en las que habían estado y vertió una cantidad moderada dentro de la botella de agua ante la atónita mirada de Héctor.
—Nos estás dejando sin agua.
—Y también te estoy dando la oportunidad de asearte. –No iba a sustituir a un buen baño, pero al menos el agua jabonosa les mantendría un poco más limpios.– Hay toallas en el baño, ¿quieres pasar primero?
Héctor dudó unos segundos, pero finalmente aceptó la botella. Se puso en pie y tomó la ropa que había conseguido en la tienda. Poco después desapareció hacia el pasillo
—Es la puerta de la izquierda.
Aleakai se puso en pie para poder buscar una nueva muda y quitarse aquella que llevaba puesta. Se preguntó si alguno de sus vecinos seguiría teniendo la piscina llena. Podrían utilizar el agua para bañarse y para lavar la ropa. Si es que no estaba infectada.
Tomó los mapas que había encontrado en el pueblo y los extendió sobre la mesa del comedor, que seguía cubierta por una de aquellas sábanas que las protegía del polvo. Necesitaba algo con lo que escribir.
Tiene que haber algún bolígrafo por aquí…
Se encaminó hacia el mueble del salón y comenzó a abrir cajones. La respiración se le quedó atascada en la garganta. En su mayoría, aquellos cajones estaban vacíos, pero aún quedaban juguetes de cuando era pequeño y fotografías. Aleakai tomó el avión con el que solía jugar, aquel que una vez había deseado que le sacase de la realidad en la que vivía. Lo alzó hasta tenerlo a la altura de los ojos y volvió a desear que le sacaran de allí.
Como no servía de nada lamentarse, volvió a dejar el juguete dentro del cajón y siguió buscando. Ignoró todos los recuerdos, el dolor y el escozor de sus ojos por las lágrimas que se negaba a derramar. Encontró un bolígrafo al final de uno de los cajones, lo cogió y cerró el mueble.
—He terminado.
La voz de Héctor le hizo dar un salto por el susto. Alzó la mirada hacia el chico, que parecía estar esforzándose por no echarse a reír. Se había puesto una sudadera rosa con un estampado horrible y unos pantalones de chándal que le arrastraban por el suelo y que se había metido por dentro de los calcetines para no pisarlos. Estaba ridículo y adorable a partes iguales.
—Estaba mirando los mapas. –Señaló la mesa donde los había colocado para desviar los ojos del chico.– Iré a asearme un poco. Marca en el mapa dónde está tu casa, tenemos que trazar una ruta. Si somos rápidos podremos salir y llegar al siguiente pueblo antes de que anochezca.
Las probabilidades de llegar a una nueva localización antes de que cayera el sol eran mínimas, pero necesitaba hablar todo lo posible de otras cosas para no comentar nada sobre lo bien que le sentaba a Héctor el rosa.