Aleakai
Soñó con la playa. El sonido del mar le traía calma, se sentía en paz consigo mismo. Los rayos del sol le calentaban la piel y le hacía sentir ligeramente soñoliento. Estaba rodeado de personas, pero no podía verles la cara, la luz le cegaba. Intentó abrir los ojos, pero era inútil. Podía oír la suave risa de los que le acompañaba, pero no sabía identificarlos. La potencia del sol en su rostro se volvió aún más potente, le abrasaba.
Abrió los ojos y la luz que entraba por la ventana le cegó por completo. Giró sobre sí mismo y se frotó la cara. Parecía que aquella claridad se había colado en sus sueños para despertarle. Se incorporó con un ligero gruñido y buscó a tientas sus gafas hasta que las encontró y se las puso. Todavía estaba algo adormilado por lo que no se dio cuenta de que estaba solo en el almacén hasta pasados unos segundos.
—Buenos días. –Escuchó a su espalda, por lo que se giró para encarar a Héctor, que se encontraba en la puerta del almacén. Parecía que la había abierto y volvía del coche.– Vaya, te sienta bien el dormir. Tienes mejor cara.
—¿He dormido mucho?
Aleakai se frotó la cara para intentar despejarse un poco. Era cierto que se encontraba mejor. Llevaba días sin dormir y era la primera vez en mucho tiempo que lo había hecho durante toda la noche.
—Bueno, no lo sé. No tenemos forma de calcular el tiempo. –Héctor abrió la puerta del almacén para echar un vistazo al cielo. Se encogió de hombros.– No sé interpretar el sol, pero supongo que es temprano.
Aleakai se puso en pie con un quejido y un crujido de rodilla. Se sentía anciano, aunque dormir en el suelo, sobre manteles, no era el mejor lugar para el descanso. Se estiró y dejó salir la tensión de su cuerpo con un suspiro. Una rápida mirada alrededor le dejó saber que Héctor había transportado todas las cajas de comida y agua al coche.
Y no ha salido corriendo.
—Lo siento, no he ayudado en nada.
—Tenías que descansar. –El chico hizo un gesto con la mano para quitarle importancia.– Además, eres tú el que se la pasa conduciendo. ¿Nos vamos? Ya está todo listo.
Que bien sonaba el plural en boca ajena.
—Nos vamos.
Antes de salir había llenado el depósito con uno de los bidones de gasolina que había conseguido antes de marcharse de su pueblo. No quería quedarse en mitad de la carretera tirado.
El camino estaba siendo bastante cómodo. Encontraban vehículos abandonados, pero la carretera era lo suficientemente ancha como para que no molestase en exceso. No había puesto música para, según Héctor y su cuestionable gusto en música, no deprimirse. Viajaban en un silencio cómodo que no tardó en romper.
—¿Cómo está tu brazo? ¿Te lo has curado?
—Sí. También he cambiado la venda. La herida está mucho mejor.
Aleakai suspiró aliviado. Si la herida de Héctor empeoraba, tendrían bastantes problemas. Esperaba que en un mundo lleno de no-muertos-come-hombres no muriesen por una infección.
Un destello a su izquierda captó su atención. Tal y como había hecho el día anterior con el bar, dio un volantazo y se metió por un camino de tierra. El terreno era tan irregular que el coche se sacudió con violencia, levantando una nube de polvo a su paso. Sabía que Héctor tenía una maldición, o una pregunta, en la punta de la lengua, pero no la formuló. Si el chico tenía la costumbre de darle sustos de muerte en los momentos más tensos, Aleakai podría dar los volantazos que quisiera.
—Un río. –Dijo a modo de explicación y señaló a través de la luna del coche.– No sé tú, pero yo estoy deseando darme un baño.
Aparcó el coche a unos metros de la orilla y comprobó que los alrededores estuviesen despejados. Bajó del vehículo seguido de Héctor y avanzó rápidamente hasta el agua. Era clara y fluía de forma constante. Parecía limpia y no había ningún cadáver flotando. Aleakai lo consideró como una victoria.
—¿Quieres ir primero? Vigilaré mientras te bañas. Aunque estamos alejados de la carretera y el campo está despejado. A no ser que veamos navegar un barco de muertos, estamos a salvo.
Por la forma en la que Héctor torció la boca, supo que estaba intentando contener una risa. Le vio tomar una amplia bocanada de aire para fingir que no le había hecho gracia y asintió. Cuando se llevó las manos al filo de la sudadera, Aleakai apartó la mirada. Se sintió nervioso de forma repentina. Héctor no había mostrado el mínimo reparo a la hora de quitarse la ropa. Aleakai no sabía si achacar eso a que le tenía confianza o a que estaba acostumbrado a las duchas compartidas tras los partidos. ¿Los deportistas se duchaban y cambiaban de ropa juntos? Se deshizo de ese pensamiento con tanta rapidez que le dolió la cabeza.
Cuando captó por el rabillo del ojo que Héctor se acercaba a la orilla, donde él tenía la mirada clavada, se dio la vuelta. Iba a darle la privacidad necesaria, no era ningún mirón. Solo esperaba que ningún infectado cruzase el río a nado y mordiera a Héctor.
—¡Qué fría!
A diferencia de Héctor, Aleakai si dejó salir su carcajada. Siempre le haría gracia la forma en la que las personas jamás estaban preparadas para lo realmente fría que estaba el agua de un río. Aleakai recordaba la primera vez que se bañó en uno. Su madre le había llevado para que viese los peces y para luchar con el terrible calor del verano. Sabía que el agua iba a estar helada, pero aun así se sorprendió por la temperatura.