Todo lo que nos queda de mundo

Capítulo 8

Aleakai

Héctor había mantenido la mano de Aleakai entrelazada durante todo el camino hasta el coche. Ambos iban en silencio, pisando con el mayor cuidado para no alterar la calma del pueblo. El viento traía consigo algunos gruñidos de infectados. Quizás estaban atrapados en las casas o demasiado lejos como para detectar los cuidadosos pasos que daban. Ninguno de los dos habló, aunque Aleakai no paró de mirar a Héctor para comprobar que se encontrase bien hasta que llegaron al vehículo.

Lo más seguro era salir de allí y buscar otro lugar donde quedarse. Podrían haber buscado algún refugio en aquel pueblo, que permanecía mayoritariamente abandonado, pero el recuerdo de Zacarías estaba demasiado presente. Lo mejor era avanzar, por duro que fuese.

—Ponte el cinturón.

—Tienes razón. No quiero que nos multen y te quiten puntos del carnet.

Aleakai soltó una pequeña risa por el comentario de Héctor. Sabía que el chico seguía afectado por todo lo que había pasado, por eso valoró mucho que se animase a bromear.

Poco a poco. Paso a paso.

—Bueno, ya sabes. La seguridad es lo primero. ¿Qué pasa si doy un volantazo y nos salimos de la carretera?

Aleakai giró la llave, el rugido del motor le hizo sentir seguro. Pisó el acelerador y se incorporó a la carretera, abandonando la plaza en la que había estado aparcado. En aquella zona había bastantes pequeños pueblos, que casi parecían aldeas por lo diminutos que eran, así que sería fácil encontrar algún lugar en el que descansar. Tomó el mapa y se lo entregó a Héctor para que lo abriera.

—Creía que te había comentado lo de mi mala orientación con los mapas.

—Lo has hecho. –Contestó Aleakai con voz divertida. La expresión confusa y ligeramente molesta de Héctor le parecía de lo más entrañable.– Pero supongo que sabes leer, ¿no? Aunque si no sabes, no voy a juzgar. No todos… –Héctor refunfuñó sin dejar que Aleakai terminara la frase, algo que solo le hizo reír con más fuerza.– ¿Puedes mirar qué pueblos hay cerca? Necesitamos algún sitio donde pasar la noche.

Al salir del poblado, el coche volvió a tambalearse y botar por el mal estado del camino. Aleakai maldijo por lo bajo al ver el polvo que se levantaba a su paso. Si seguían tomando desvíos como aquellos, la probabilidad de que alguna rueda saliera mal parada era demasiado alta.

El silencio en el coche duró más de lo que a Aleakai le gustaba. Intentó achacar el silencio a que Héctor estaba concentrado mientras buscaba algún lugar donde pudiesen pasar la noche, pero algo en su interior le hacía echarle una mirada de reojo de vez en cuando. No esperaba que el chico se desmoronara por un desconocido, pero había presenciado una escena terrorífica y…

—¿Qué te parece este? Está cerca de la línea que dibujaste y no muy lejos, creo. No parece demasiado grande. Creo que estaremos bien.

Aleakai echó una mirada al mapa. Lo que más le llamó la atención no fue el nombre tan extraño que tenía el pueblo al que iban a poner rumbo, sino el ligero temblor en las manos del contrario. Aunque intentaba disimularlo, pudo ver que no estaba tan entero como quería fingir estar.

—Vayamos allí. Si no encontramos ningún sitio, siempre podemos pasar la noche en el coche.

No era lo que más deseaba, pero podrían sobrevivir a la incómoda cama improvisada.

El humor de Héctor fue decayendo conforme más kilómetros recorrían. Casi parecía que una parte de él se había quedado en aquella iglesia y, cuando más se alejaba de ella, más débil se encontraba. Aleakai le dio su espacio. Sabía que, algunas veces, en las situaciones difíciles o desagradables, lo único que se necesitaba era silencio y una buena noche de sueño. Esperaba poder darle al rubio, al menos, una de esas dos cosas.

Aun así, podía notar que Héctor pensaba en algo. Aleakai era un experto en rumiar pensamientos de todo tipo. Cuando alguna idea, buena o mala, se instalaba en su mente con la suficiente fuerza, no podía dejar de pensar en ella durante horas. A veces, incluso días o semanas. En sus malos momentos, cuando aquellos pensamientos habían desarrollado manos que se aferraban con fuerza desproporcionada a su garganta para impedirle respirar, era cuando ponía la misma mirada que Héctor tenía en aquel momento. Se aislaba, se encerraba en sí mismo y mantenía una conversación interminable con aquella idea. Los minutos se convertían en horas y, en algunas ocasiones, se le hacía completamente imposible volver en sí.

Debería decir algo…

A lo lejos vio el cartel con el nombre del pueblo, por lo que puso el intermitente y se incorporó hacia la salida. Escuchó una sonrisa contenida a su derecha. De reojo vio que Héctor se tapaba la boca con la mano para intentar no reír. Aleakai no entendió nada de lo que estaba pasando, pero se alegraba de que el contrario tuviese ganas de reír. A no ser que aquella fuese una risa producto de la histeria, esperaba que no.

—¿Qué pasa? –¿Habré dicho algo en voz alta?– ¿Por qué te ríes?

—No he conocido a más personas en mitad de este apocalipsis, pero… –Volvió a reír, aunque esta vez no hizo el amago por reprimirla.– Tienes que ser la única que pone el intermitente cuando está solo en la carretera. Bueno, puede que casi en el mundo.

La risa de Héctor cobró fuerza y con ella, el sonrojo en el rostro de Aleakai. Era cierto que estaban solos en el mundo, al menos esa era la impresión que tenía algunas veces, pero las costumbres no se perdían con tanta facilidad. Más en el caso de la conducción, ¿y si el mundo se restablecía y tenía que pasar, otra vez, por la pesadilla de sacarse el carnet de conducir? Prefería ser precavido. Aunque aquello no evitaba que se sintiese algo avergonzado por el comentario.



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En el texto hay: misterio, zombies, romance gay

Editado: 12.12.2025

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