Héctor
Un ruido repetitivo y constante le sacó del sueño en el que se había sumergido. Hizo una mueca de dolor al incorporarse de la ventanilla. A aquel paso acabaría partiéndose el cuello. El sol estaba en el punto más alto y hacía un bochorno suave dentro del vehículo. Héctor se percató de que el espejo de visera del coche estaba bajado para que bloquease el sol y no le diese directamente en la cara. Una sonrisa amenazó con asomarse por la comisura de sus labios al ser consciente de que Aleakai estaba atento a su bienestar incluso cuando estaba dentro del coche, un sitio relativamente seguro.
Hizo un pequeño ruido mientras estiraba su cuerpo. Se sentía adormilado, entumecido y agotado. Las horas sin comer y la falta de comida nutritiva, cuando tenía algo que llevarse a la boca, le estaba comenzando a pasar factura. Sentía un mareo insistente en la parte posterior de su cabeza y una quemazón en el estómago que le provocaba náuseas. Se encontraba fatal.
—¿Te encuentras bien?
Parecía que no podía ocultarle nada a Aleakai. Decidió ignorar la pregunta, pues no estaban en posición de exigir comida cuando sus provisiones eran bastante escasas.
—¿Estabas hablando?
—¿Te he despertado? –Aleakai pareció apurado.– Lo siento. No consigo quitarme la costumbre de hablar conmigo mismo en voz alta.
A Héctor no le importó. Tomó una profunda respiración que se convirtió en bostezo. Lo único que había al otro lado de la ventanilla, además de coches abandonados y sangre en el asfalto, era montañas y un paisaje verdoso.
—Te escuché cuando me desperté. –Mintió para no hacer sentir mal al chico.– ¿Cuánto he dormido?
—Uhm… Deja que lo mire en mi reloj inexistente. –Aleakai se miró la muñeca y asintió muy convencido.– Terrible, has dormido más de cincuenta y cinco horas. Si hubieses dormido un poco más, te habrías perdido el apocalipsis.
Héctor golpeó el hombro de Aleakai con suavidad mientras éste reía. El chico fingió que le había dolido antes de acercar una mano hasta que tuvo su pelo rubio enredado entre sus dedos. La caricia fue suave y firme. Héctor sintió un escalofrío recorrer su nuca y el calor de la mano del chico tardó un rato en desaparecer de su cabeza.
Las ganas de cogerle la mano para llevarla de nuevo a su cabeza estaban tomando demasiado protagonismo. Empujó aquella idea de su mente con toda la prisa que pudo. Cogió aire hasta que le dolió el pecho y lo dejó salir poco a poco.
—¿Queda mucho camino? Se me están empezando a dormir las piernas.
Aunque después de haber estado dormido durante… a saber cuánto tiempo, era normal.
—Creo que llegaremos en unos ¿treinta minutos? No controlo muy bien el tiempo apocalíptico. Quiero hacer una parada en el siguiente pueblo o ciudad que pasemos. Nos estamos quedando sin gasolina, tendremos que robárselas a algún coche. Dudo que tengamos la suerte de encontrar gasolineras con generadores.
Héctor no contestó. En su lugar, estiró un poco sus piernas y brazos. Movió el cuello de un lado a otro y finalmente suspiró. El mareo continuaba estando presente, por lo que hizo una mueca y se tapó la mano con la boca para frenar las náuseas que sentía. Dormir en el coche no había sido la mejor de las ideas.
—¿Te encuentras bien? –Volvió a insistir Aleakai.– No tienes buena cara. ¿Necesitas que pare?
Héctor quería negarse, pero se encontraba demasiado mal como para ser orgulloso. Asintió a la vez que cerraba los ojos y trataba de respirar. Cuando el coche se detuvo a un lado de la carretera, se quitó el cinturón de seguridad y bajó del vehículo. El aire fresco le sentó bien, fue como un bálsamo calmante para lo revuelto que tenía el interior. Se acercó al guardarraíl y se agarró a él para tener un punto de apoyo que le mantuviese firme. Aunque cerró los ojos, levantó el rostro al cielo para disfrutar de la brisa y aliviar el mareo.
Escuchó que Aleakai bajaba del coche y cerraba la puerta. El crujido de las suelas de sus zapatillas contra el asfalto le hizo saber el momento en el que se colocó frente a él. Aquello hizo que un cosquilleo le recorriese el pecho.
—Héctor, ¿estás bien? –Las manos cálidas de Aleakai se posaron de forma delicada sobre sus mejillas y le hizo bajar la cabeza hasta que sus miradas estuvieron alineadas.– Estás pálido.
—Estoy mareado. –Acabó confesando.– La cabeza me da vueltas.
Le temblaban las manos, pero aquello lo achacó al repentino nerviosismo ante la cercanía del chico y sus caricias sobre las mejillas.
—¿Hace cuánto que no comes?
Héctor no respondió. La tensión de todo lo que habían vivido en el supermercado, el miedo a perder a Aleakai y el cansancio de tener que escapar de los muertos era lo único que recordaba su mente. Sabía que había tenido muchísima hambre en algún momento, quizás antes de dormirse en el coche. No estaba seguro.
Aleakai volvió con una botella de agua y un paquete de caramelos. Antes de que pudiese abrir la boca para protestar, el contrario le hizo un gesto de advertencia con el dedo para que callara. Cuando el chico entraba en modo “cuidador” no había quien le rebatiese nada.
—Bebe agua. Cállate. Bebe.
Le temblaban las manos y estuvo a punto de tirar la botella, pero consiguió beber un par de tragos. El agua caliente no era el mejor alivio, pero al menos dejó de tener la garganta seca. Sin darse cuenta, había bebido casi más de la mitad de la botella. Aquello no era bueno para su supervivencia, a la larga les causaría problemas.