Héctor
Despertó con un zumbido en la cabeza que le hizo sentir cansado y mareado. Tenía la boca seca y una sed terrible, parecía que había estado comiendo tierra durante toda la noche. No sentía ni una pizca de frío, y eso que su casa solía ser un congelador por aquellas fechas, fuesen las que fuesen.
Se negaba a abrir los ojos. La claridad que iluminaba sus párpados le dejaba saber que era de día, quizás la mañana estaba bastante avanzada, pero se sentía tan cómodo que se negó a mover ni un solo músculo.
Poco a poco su mente comenzó a tener conciencia de su cuerpo. Empezó a sentir sus manos, brazos, piernas y el ligero entumecimiento por haber estado durmiendo en una misma posición. Estiró sus miembros poco a poco, sintiendo que empujaba algo en su camino. O mejor dicho, alguien.
Abrió los ojos con tanta rapidez que se quedó ciego durante unos segundos por la luz que bañaba la habitación. Aleakai seguía durmiendo justo a su lado, había estado abrazándole toda la noche. Parecía, por lo engarrotada que Héctor tenía las manos, que no le había soltado ni un solo segundo. Ahora podía entender el porqué de que no tuviese frío, el cuerpo del moreno era lo bastante cálido para soportar el fresco de la habitación.
Héctor se tomó unos momentos para poder admirar el rostro durmiente de su compañero. Estaba acostumbrado a verle usar gafas, así que la falta de ellas se le hacía extraña, aunque eso no quería decir que el chico se viese mal. Trazó con su mirada la marcada línea de su mandíbula. Admiró sus labios, el inferior algo más grueso que el superior, estaban entreabiertos y podía visualizar de forma sutil sus dientes entre ellos. Pudo ver una marca cerca de la comisura derecha, quizás de un antiguo piercing. Tenía la nariz un poco aguileña y quiso pasar sus dedos por el perfil de ésta. Las pestañas grandes y gruesas le rozaban los pómulos. A Héctor le encantaba la forma almendrada que tenían sus ojos, quiso pasar su pulgar por el final de éste, justo donde se hacían más rasgados. Su cabello moreno y rizado, aunque sin llegar a formar bucles, estaba desparramado por la almohada, siempre lo llevaba alborotado y aquello le daba un aire rebelde que quedaba muy bien con su personalidad. Héctor estuvo observándole tanto tiempo que tuvo que obligarse a parpadear para volver a hidratar sus ojos.
Podría haberse levantado de la cama, pero quería aprovechar un poco más el momento. Le dolía la cabeza, quizás por la resaca de la noche anterior. Había bebido muchísimo, considerando que era alguien que no bebía nada. Recordaba trozos de la conversación que había tenido con Aleakai la noche anterior, pero estaba todo muy difuminado. El dolor de cabeza comenzó a mezclarse con el miedo a haber dicho, o hecho, algo indebido.
—Vas a gastarme la cara si sigues mirándome tanto tiempo.
La voz del moreno, algo ronca por acabar de despertar, confirmando que sabía que le estaba mirando, hizo que tuviese un microinfarto que podría haberle llevado directamente a las puertas del cielo. Observó como el contrario estiraba su cuerpo y retiraba la mano que había mantenido todo el rato sobre su cabeza. La ausencia de la caricia le produjo tanto frío que quiso meter la cabeza bajo la almohada. Aleakai acabó abriendo los ojos para mirarle. Siempre que no llevaba las gafas, su ceño se fruncía para enfocar su vista. Aquello le parecía tan gracioso como adorable.
—No te estaba mirando. –Mintió descaradamente.
Una lenta sonrisa apareció en la boca del moreno, enseñaba parte de sus dientes superiores, y la forma en la que giró la cabeza hacia él, con los ojos entrecerrados, le pareció tan sexy que se levantó de un salto de la cama para apartar el pensamiento. Escuchó la risa del chico, tan suave que parecía que se estaba quedando dormido de nuevo, y aquello no contribuyó a huir de la imagen que se había quedado grabada a fuego en su mente.
—Hm… Entonces será que lo he soñado.
El contacto frío del suelo en sus pies le ayudó a borrar parte de los pensamientos que le estaban rondando la mente. Permaneció unos minutos sentado en el borde de la cama para hacer un repaso general de cómo se encontraba. Le dolía la cabeza por la resaca, pero más allá de allí, no parecía tener nada grave. No tenía hambre ni sed. Estaba limpio gracias al agua que habían sacado del pozo del patio para poder ducharse. Su ropa olía a suavizante, era de su talla y, por primera vez, conjuntaba. No podía decir que se había arriesgado al elegir unos pantalones de chándal grises y una sudadera blanca con letras rojas, pero al menos se sentía más él mismo. Sí, todo estaba bien. Todo en orden. Excepto sus pensamientos y la constante imagen de Aleakai sonriendo que no abandonaba su mente.
Giró la cabeza para comprobar qué hacía Aleakai. Había vuelto a cerrar los ojos y respiraba con suavidad. No creía que estuviese dormido, pero lo parecía. El día anterior le prestó algo de su ropa para que pudiese cambiarse. La sudadera negra le quedaba algo corta de mangas y de largo, por lo que, tumbado en la cama, Héctor podía ver parte de la zona baja de su abdomen. Los pantalones se le ceñían al cuerpo y también le estaban algo cortos. Decidió apartar la mirada del chico para dejar de torturarse.
—¿Vas a levantarte? No tenemos por qué salir todavía. Podemos quedarnos unos días aquí, hemos viajado mucho.
Aleakai tenía razón. Podían descansar en un lugar seguro, donde tenían comida y agua. Se preguntó dónde estaba la necesidad y la prisa por encontrar a su familia, pero no la encontró. Se justificó a sí mismo pensando que sus padres estaban en la zona segura, que estaban bien. Llevaban mucho tiempo en la carretera, había sido testigo de cómo Aleakai sacudía las manos, cansado de conducir, y no había dicho nada. Tenía la oportunidad de ofrecerle un descanso, durante unos días, como agradecimiento.