Aleakai
Pasó lo que imaginaba. Una parte de él quería negarlo o darle una justificación, pero en el fondo sabía a qué se debía la actitud esquiva de Héctor. Desde que le había hecho saber que él también se sentía atraído, que compartían el mismo sentimiento, el rubio había levantado una barrera entre los dos. No le quedó más remedio que reírse, pues de cierta forma le parecía entrañable.
Desde hacía un tiempo, o quizás desde la primera vez que le vio, había sentido una atracción creciente hacia su compañero de aventura. Lo justificó pensando que era inevitable sentirse así cuando Héctor era realmente atractivo, pero poco a poco dejó de fijarse en los rasgos superficiales para empezar a enamorarse de sus pequeños gestos, conversaciones, sonrisas y de esa vulnerabilidad que casi nunca dejaba ver. No había dicho nada al respecto porque ya conocía las dudas que había tenido Héctor respecto a su sexualidad antes del apocalipsis, no quería confundirle o forzarle a sentirse de aquella manera por una confesión precipitada. Además, Aleakai estaba acostumbrado al rechazo y al amor no correspondido. Podía vivir con la incertidumbre de no saber si era recíproco.
Lo que sí no había esperado era que Héctor decidiese confesar lo que sentía. No iba a hacerse el inocente y decir que no había notado la forma en la que el rubio se acercaba a él, le acariciaba o le miraba la boca. Tampoco iba a fingir que no había notado la actitud sobreprotectora que tenía con él o la forma en la que se enfadaba cada vez que insinuaba que el apocalipsis podría separarles. Aun así, no pensaba que el contrario sería capaz de poner en palabras sus sentimientos. Había esperado que el chico se mostrase inseguro y preocupado por su reacción, aun así, le dolió más de lo que pensaba sintiese culpa por quererle. Culpa, remordimiento o miedo, cualquier emoción negativa.
—¿Has comido algo?
Tras días de reposo, sus heridas habían curado en su mayoría. Seguía teniendo moratones y le dolían las costillas, pero podía andar. Más o menos.
Había ido a la cocina para encontrarse con Héctor, que estaba haciendo inventario de lo poco que le quedaban y no se sorprendió al ver cómo se tensaba ante su presencia. Tuvo que reprimir una sonrisa, pues seguía pareciéndole adorable la forma en la que se mostraba tímido después de la confesión.
—Todavía no. Estaba esperándote.
Sobre la encimera de mármol había dos paquetes de cereales medio vacíos, unas tres botellas pequeñas de agua y una grande, un par de latas de carne con algo que no conseguía leer qué era y algunas chucherías y galletas. Un festín, no cabía duda. Se acercó hasta poder apoyar los brazos sobre el mármol, reprimiendo una mueca por el dolor en el costado. Aquellas provisiones no les daría para mucho y aún les quedaba un camino de, si tenían suerte, al menos cinco o seis días, dependiendo de dónde estuviese la zona segura.
—Pues comamos algo antes de salir.
Se decidió por un paquete de galletas, que era lo que estaba comiendo en su mayoría. Su alimentación dejaba muchísimo que desear. Abrió el envoltorio y separó el contenido de forma equitativa para que ambos comieran la misma cantidad. Héctor tomó su parte y se marchó al lado contrario de la cocina para fingir que seguía buscando algo que llevar.
—¿Me estás evitando?
La tensión en los hombros del contrario le contestó antes que su boca y con mayor sinceridad.
—No te puedo evitar. Estás ahí.
No se había girado para contestarle, pero podía ver que sus mejillas habían tomado un ligero tono rosado y que masticaba con más rabia que hacía un segundo. Aleakai comenzó un lento y sigilosos camino hacia él, intentando que no se diese cuenta, para poder pillarle por sorpresa.
—Es curioso que me lo digas sin mirarme a la cara. –Para cuando el chico se giró con intención de hacerle frente, él ya se encontraba a su espalda.– Hola. –Sonrió mientras acunaba el rostro de Héctor entre sus manos y dejaba un pequeño beso en su mejilla.– ¿Vas a decirme por qué estás tan distante?
Si no hubiese sido porque tenía su rostro atrapado entre las manos, Héctor habría huido a la otra punta de la cocina. Aunque no pudo poner distancia física, sí apartó la mirada e intentó bajar el rostro para ocultarse de él.
—No estoy distante, solo… Es… extraño. Deja que me acostumbre a esto.
—¿Acostumbrarte a qué? Sigo siendo yo. No ha cambiado nada. ¿Tienes problemas para aceptar ser amado? Pensaba que el de los traumas emocionales era yo. Y, además, estás acostumbrado a ser querido, ¿qué es lo diferente?
—Ya te lo he dicho. Tengo que acostumbrarme.
Aleakai permaneció en silencio durante unos segundos, acariciando las mejillas de Héctor para incitarle a levantar la mirada. Solo cuando los ojos azules del contrario encontraron la fuerza para mirarle, volvió a hablar.
—¿Puedo besarte?
Tardó unos momentos en percatarse de que el motivo por el que le faltaba el aire era porque Héctor le había dado un puñetazo justo en las costillas, las sanas, pero le había dejado sin respiración. Del impacto soltó al chico y tuvo que doblarse sobre sí mismo para paliar el dolor que le había cruzado el torso. El golpe no había ido con tanta fuerza, pero al haberle pillado con la guardia baja, le dio de lleno.
—Deja de decir tonterías.