Aleakai
Por mucho que el traqueteo del furgón, y los golpes que se estaba dando en la cabeza cada vez que pillaban un bache, contra la ventanilla le confirmaran lo contrario, seguía sin poder creerse que estaban a salvo.
Sentir el cañón de una pistola contra la nuca había sido de las experiencias más aterradoras que había vivido. Había temido más por la vida de Héctor que por la suya propia. Al pánico de casi morir, tenía que sumarle el hecho de que el contrario había suplicado por salvarle antes que por salvarse a sí mismo. Al recordarlo, el corazón le dio un vuelco. Que Héctor no hubiese dudado en sacrificarse por él le hacía sentir más amado que nunca, pero a la vez, la perspectiva de perderle le ahogaba.
Héctor había roto a llorar nada más sentarse en el vehículo y Aleakai hizo todo lo posible para tranquilizarle. Deseaba con todas sus fuerza que estar en un lugar protegido hiciese que el chico se encontrase mejor, ya que llevaba demasiado tiempo bajo la presión de la supervivencia. A pesar de que no derramaba más lágrimas, Aleakai seguía dándole caricias en la espalda. Le había obligado a apoyar la cabeza en su hombro para que descansara contra su cuerpo, y por lo callado que estaba, creía que se había dormido.
—¿De dónde venís?
La voz de Gabriel hizo que despegara la vista de los cabellos rubios del contrario para mirarle. Aquel hombre, aunque a primera vista parecía desagradable, había resultado ser más amable de lo que creía. Durante el trayecto en el que estuvo susurrando palabras tranquilizadoras a Héctor para que dejase de llorar, el soldado había estado sonriendo con ternura. Ese gesto hizo que Aleakai confiara en él, a pesar de que no lo conocía de nada y que le había encañonado con una pistola momentos antes. Pero quién sabía si de aquella, casi, ejecución podía salir una bonita amistad. Aleakai no iba a cerrarse a ello.
—Del sur, Andalucía, pero Héctor es de Asturias. Nos encontramos en mi pueblo y estuvimos viajando en coche hasta el suyo. –No quería decir nada de la familia del rubio porque consideraba que no debía hablar por nadie.– Nos quitaron el coche. –Señaló la cicatriz que se le había quedado en el labio y en la ceja por la paliza que le habían dado.– Hemos venido andando desde Asturias.
Amelia ahogó un grito de sorpresa por su confesión. La chica se llevó la mano a la boca para ocultar su incredulidad. Lo entendía, habían hecho un viaje demasiado largo y peligroso sin haber tenido prácticamente nada con lo que defenderse o comer. Habían tenido mucha, mucha suerte.
—Tendréis que estar agotados.
—Lo estamos.
Héctor se revolvió en sus brazos y abrió los ojos. Inspiró profundamente y miró a Aleakai con aquellos ojos aún nublados por el sueño. Sintió ganas de besarle hasta despertarle del todo, pero se contuvo al estar en presencia de Gabriel y Amelia. Aunque el rubio había vuelto del mundo de los sueños, Aleakai no apartó el brazo que tenía alrededor de su cintura. Le atrajo un poco más hacia él y dejó un beso en su sien.
—Buenos días, ¿has dormido bien? Tienes mejor cara. Te sienta bien dormir.
Héctor sonrió de forma sutil y volvió a recostar la cabeza en su hombro. Por lo que había podido ver, parecía que al chico no le transmitía demasiada confianza sus nuevos “amigos”. Puede que aquel fuese el motivo por el que estaba tan callado.
—Eh. –Gabriel hizo un gesto con la cabeza hacia Héctor, que le miró con el ceño fruncido.– Siento lo de antes. No teníamos intención de haceros daño. Te lo digo especialmente a ti porque sigues teniendo esa cara de que nos guardas rencor. Tu novio parece que ya nos ha perdonado.
La mención de la palabra novio en la frase de Gabriel hizo que Héctor se incorporase y mantuviese la distancia. Aleakai no se lo tomó a mal, podía ver el sonrojo que comenzaba a crecer en sus mejillas, y tuvo que contener la risa. El chico seguía siendo muy reservado con su relación. Lo entendía. Aunque estuviesen en el fin del mundo y la sexualidad de alguien debería ser el último problema de la humanidad, era comprensible que Héctor siguiese teniendo sus dudas. Le dio el espacio que necesitaba, aunque mantuvo una mano cerca del chico, por si éste necesitaba de contacto en algún momento.
—Me llamo Aleakai. Él es Héctor. Y no te preocupes, lo de antes está olvidado.
Sabía que por la parte de Héctor no era así, pero se aseguraría de hacerle ver que aquella gente no era mala. No tenía pruebas de ello, pero no podía pasarle la vida desconfiando. Que les estuviesen llevando a la zona segura era un claro indicativo de que no iban a matarlos. O eso esperaba.
—¿Ale… qué? –Gabriel rio mientras negaba con la cabeza, haciendo que su pelo negro corto se despeinara un poco.– No he escuchado un nombre como el tuyo nunca. ¿Te importa que te llame Kai?
—Al menos, apréndete su nombre. Es lo mínimo que puedes hacer.
La intervención de Héctor, en favor de su nombre, le pilló por sorpresa. Sobre todo por la agresividad con la que había pronunciado la frase. Entendía que había vivido una experiencia traumática, pero aquella gente les estaba salvando la vida. Héctor debía de comprender, tarde o temprano, que no podía mantener aquella mala actitud si querían que las cosas les fuesen bien. Por suerte, Gabriel no se lo tomó a malas.
—¿Siempre se levanta de tan mal humor? –Héctor no miraba al hombre, así que fue el único que vio la sonrisa cargada de malicia que se instaló en la cara del soldado.- ¿O es que alguien está celoso? Tranquilo, chaval, no voy a robarte a tu hombre.