Todo lo que nunca te dije

2

Me desperté echa un ovillo en el suelo, en el mismo rincón donde me escondí la otra noche. Tenía el cuerpo frío, parecía que mis huesos se habían helado, el cuello me dolía tanto que tuve que sentarme contra la pared y moverlo poco a poco, hasta que volviese a su sitio. Me levanté torpemente del suelo, me estiré y maldecí la luz que entraba por las ventanas, eché un vistazo al móvil para ver la hora: las doce del mediodía. Tenía llamadas perdidas de mi madre.
Fui directa al baño y me miré en el espejo, tenía el pelo corto, pero se notaba despeinado y algo sucio; lo peiné lo mejor que pude el día anterior, pero el exceso de laca y de plancha se notaba al día siguiente. Me vi la cara hinchada, las bolsas debajo de los ojos que ni siquiera el rímel corrido podía disimular, había pasado un par de noches malas, pero aquella me destrozó por completo.
Salí a la cocina para prepararme una taza de café o de algo me quitase el cansancio de tres días, pero la cafetera estaba vacía y no había comprado. Eché la vista a la mesa llena de tazas y vasos, por si quedaba algún remanente, pero todos estaban vacíos.
Me acerqué y los recogí para dejarlos en la pila, pero estaba completamente ocupada, así que los dejé en el escurridor. Volví para ordenar los bocetos y esquemas que tenía, alguno con manchas de bebidas ya secas, y el ordenador; lo encendí para consultar mis correos, tenía varias propuestas de proyectos.
Lo bueno de trabajar por mi cuenta es que no necesitaba rendirle cuentas a ningún jefe y podía rechazar cuantos trabajos quisiera, pero no era muy recomendable, sobre todo si no me lo podía permitir. Marqué varios correos como favoritos, en caso de que encontrase algún poder sobrenatural o energía perdida durante el día.
A pesar querer tumbarme en la cama durante el resto de la semana y esperar que el tiempo curase las heridas, no podía dejar de pensar en aquel cajón; si era algo que le asustaba tanto que encontrase, no quería imaginar si mi madre lo encontraba antes. A lo mejor mi abuela no quería eso.
Durante mucho tiempo fantaseé con las cosas que habría dentro que podrían provocarle tanta vergüenza: pensé en tabaco y una petaca porque el único que fumaba y bebía era mi abuelo y no estaba bien visto que las mujeres de su generación lo hiciesen también, quizá tenía esa parte de su cultura muy interiorizada, pero no me pareció razonable en comparación a su personalidad. También pensé en la posibilidad que fuese ropa interior, pero la descarté rápidamente porque eso se encontraba en el segundo cajón, el que estaba lleno de camisones.
Llegué a pensar que tendría algo que ver con esa actitud tan arrolladora que tenía, como esos misterios que tanto esperaba encontrarme, pero me pareció muy surrealista: ¿qué necesitaba esconder? Siempre fue muy transparente, como yo.
Caí en que eso no era cierto, y en que si nos parecíamos tanto como yo creía, entonces ocultaba algo y prefería encontrarlo antes que mi madre o los futuros dueños.
Llamé a mi madre para que me dejase las llaves del piso y de paso preguntar por qué había llamado, no hizo falta pedirle el favor: me llamaba para preguntarme si quería reunirme con ella en el piso.
Me sorprendió escucharla tranquila después de la crisis que tuvo el día anterior, me dijo que iba a pasarse para ordenar un poco, pero no la creí del todo: probablemente iría a recuperar un par de cosas más que quería conservar, pero también lo vi como una forma muy brusca de pasar el duelo, guardando las cosas que aún permanecían calientes o que había tocado recientemente. Yo me hubiese regocijado en el dolor más tiempo, como lo estaba haciendo, pero entendía que mi madre quisiese pasar página lo más rápido posible, se había quedado sin padres y era hija única; sin que contase con mi padre y conmigo, ya no había nadie de su familia. Se había quedado sola.
Me desvestí, dejando la ropa tirada en la cama y me puse el conjunto más sencillo (y limpio) que encontré, me recogí el pelo en una coletilla dejando parte del pelo suelto por detrás y me lavé la cara. Las ojeras y bolsas seguían ahí, pero la cara ya no estaba tan hinchada, pasaban un poco más desapercibidas.
Cogí el metro y en quince minutos ya estaba allí, atajando las calles para llegar cuanto antes, no daba crédito de la emoción y el nerviosismo que me provocaba abrir aquel cajón, que nublasen el sentimiento de pánico por volver al piso tan rápido y pronto; estaba a la espera de entrar en estado de shock en cualquier momento.
El portal estaba abierto, así que entré y esperé al ascensor, pero no estaba en la planta baja y era muy antiguo, así que tardaría en bajar. Decidí subir las escaleras de dos en dos hasta llegar al tercer piso, con la respiración cortada y la cara ardiendo. Sentía un pinchazo debajo de las costillas cada vez que intentaba coger aire.
Llamé a la puerta con los nudillos y me apoyé en el cerco para recuperar el aliento, estaba comenzando a ver puntos negros del esfuerzo.
—Dios, Álex, ¿te encuentras bien?
—Sí… No… No te preocupes.
Entré tambaleándome y me senté en el sofá, mi madre se acercó a la cocina para llenarme un vaso de agua. Me lo bebí de una sentada y empecé a dejar de coger aire por la boca.
—Tienes muy mala cara — dijo mi madre, sentándose a mi lado.
—Acabo de subir tres pisos de escaleras.
—¿Y por qué no has esperado al ascensor?
—No estaba en la planta y ya sabes lo lento que va.
—Y lo impaciente que eres.
—Eso también.
—Pero no me refiero solo a eso, sino a esas ojeras. Pareces cansada.
—No he dormido bien estos días.
—Siempre he pensado que trabajas demasiado —dijo, y acto seguido se incorporó y se acercó a la mesa para sacar de su bolso un paquete de tabaco.
—¿Desde cuándo fumas?
—Desde que tu abuelo enfermó. Fumo cuando me siento estresada o sobre estimulada. Sé que no es sano, pero es la solución más fácil que he encontrado para desquitarme los nervios.
—¿Y no crees que es un poco pronto para empezar a recoger cosas? Enterramos a la abuela ayer.
—Lo sé, este es el tercer paquete que termino en día y medio.
—¿Y qué haces aquí, entonces?
—Llevarme lo que quiero quedarme, limpiar la casa un poco, pasar página. Cuanto antes empiece, antes dejo de fumar y antes asimilo que no está.
—Tienes derecho a pasar el duelo, no es necesario empezar esto ahora.
—Supongo que en eso nos parecemos: somos igual de impacientes.
Me sonrió como bien pudo, quedándose en una mueca muy triste que casi rompió a llorar, se levantó del sofá con el cigarro entre los labios y se llevó el vaso a la cocina.
—Echa un vistazo por la casa, por si quieres llevarte algo de recuerdo. —gritó desde la cocina.
Yo estaba en el abismo, pero mi madre había bajado hasta el centro de la tierra y no veía más luz o salida que no fuese luchar por escalar o morir allí.
Fui a la habitación y cerré la puerta, me agaché para abrir el cajón, pero estaba atascado. Me senté para tirar con más fuerza, pero solo conseguía abrirlo dos dedos, había algo atascando el mecanismo. Miré a los lados del cajón y vi que en uno había pegada una horquilla que hacía tope con el lateral del mueble y no dejaba que el cajón corriese; sobresalía lo suficiente para verlo y quitarlo o ponerlo con un poco de mano. Sí que ocultaba algo.
Despegué la horquilla y abrí el cajón, solo había sábanas, pero entre ellas había un sobre. Lo cogí, pensando que ese era el secreto que tanto se empeñaba en ocultar, pero resultó ser una carta para mí:



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En el texto hay: lesbian, amor lgbt, lgbt+

Editado: 18.10.2024

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