“¡Bzz-bzz!”, un zumbido interrumpió mi lectura. Miré el móvil, eran las tres de la madrugada y tenía un mensaje.
Me quedé observando la pantalla hasta que las letras de ese nombre empezaron a convertirse en caracteres desconocidos, había perdido la noción de la realidad: ¿cómo era capaz de escribirme?
No me sorprendió que me enviase un mensaje a esas horas, “probablemente haya bebido”, pensé. No encontraba otra reacción lógica.
Leí el mensaje en la pantalla de bloqueo tantas veces que dejó de tener sentido: te echo de menos.
Después de cómo terminaron las cosas, ¿de verdad creía que iba responder?
Apagué el móvil y guardé todo en la carpeta. Empezaba a sentir el estómago vacío, pero preferí acostarme e ir a comprar temprano la mañana siguiente; no tenía mucha comida entre la que elegir.
Ya tumbada, eché un último vistazo al móvil: las tres y cuarto y ese indeseable mensaje esperando a ser leído. Apagué la luz y me tapé los ojos con el brazo.
Notaba como el codo empezaba a humedecerse, estaba llorando cuando prometí no hacerlo por ella; yo no era la que se había ido, la que había abandonado a la otra. No era culpa mía.
Repetí esa frase hasta que el llanto cesó, no era culpa mía, no estaba preparada, pero me sentía cobarde.
Intenté resguardarme en el consuelo de que mi abuela, Valeria, había pasado por algo similar, pero incluso ella le plantó cara a Nina y no le importó llevar una diana en la espalda. Siempre fue la mejor de las dos y me lo recordaba hasta cuando no estaba.
Sentí una envidia sana por su personalidad, superaba la admiración que sentía por ella desde niña, eso ya no servía. También envidiaba su relación con Nina, aunque ese sentimiento era más complicado, no me sentía orgullosa de querer arrebatarle tal felicidad.
Una vez el brazo comenzó a enfriarse, lo bajé y dejé la cara destapada para secar las mejillas y los ojos; había leído toda la noche para adentrarme, una vez fuera de esa historia hipnotizante, en otra que era igual de complicada. Pasé por alto lo más importante: tenía razón, Nina era su amante, era la mujer que debía buscar.
Una leve ansiedad creció cuando pensé en cómo acabó con mi abuelo, en si ese Martín de su diario era él y en si volvió a ponerse en contacto con Nina cuando falleció.
Empecé a dormirme con todas esas dudas y ese mensaje dando vueltas en mi cabeza. Me echaba de menos, y por mucho que me incordiase admitirlo, yo también la echaba de menos.
***
Me desperté por la luz de las ventanas de techo, era un sol amarillo, muy similar al del mediodía, y me preocupé. No creía haber dormido tanto.
Miré el móvil: las nueve y veinte de la mañana, se notaba que la primavera estaba a punto de llegar.
Vi que tenía un par de llamadas perdidas junto al mensaje que no leí anoche, me había llamado hace dos horas, probablemente no había dormido. Quería disculparse, lo sé, pero no iba a dejar que pudiese conmigo.
Me duché, después de un par de días sin hacerlo, y arreglé para ir a comprar algo: notaba no haber comido el día anterior. Estaba a punto de salir cuando llamaron a mi puerta.
—Hola, Álex.
—¿Qué haces aquí?
—Anoche estuve tomando algo con unas amigas y te escribí. En cuanto llegué a casa y me serené, te llamé, pero no respondías ni habías leído el mensaje.
—¿Y eso te da derecho a presentarte aquí?
—Traigo desayuno. —dijo moviendo una bolsa de pape llena, de lo que me imaginaba, eran bollos o croissants.
—Vete, por favor.
Cerré la puerta en sus narices, pero la detuvo el pie y entró en el piso.
—Solo quiero hablar.
—Y yo quiero ir a comprar, así que, si puedes marcharte, me ahorrarías tiempo.
—Me he enterado de la muerte de tu abuela.
—¿Qué quieres de mí, Julia?
—Solo quiero que sepas que ese mensaje fue un desliz, pero que, si necesitas hablar con alguien, siempre puedes llamarme.
—¿Tú te escuchas? Acabas de contradecir todo lo que has dicho: no me echas de menos, pero siempre puedo contar contigo después de todo lo que ha pasado.
—Así que sí has leído el mensaje…
—Y visto las llamadas, pero no iba a responder.
—Era lo mejor para ambas, Álex.
—Querrás decir lo mejor para ti, porque a mí me abandonaste después de presionarme durante meses.
—Te presionaba porque llevábamos saliendo dos años y no eras capaz contárselo a tus padres.
—Ellos te conocían.
—Sí, ¡como tu mejor amiga! Y no hablemos de lo que me costó que cogieses de la mano en público.
—Julia, no me encuentro en el mejor momento para discutir, si quieres echarme algo más en cara que no hayas hecho ya, vuelve dentro de un par de semanas.
Dejó la bolsa encima de la mesa y cerró con un portazo. Llamé a mi madre en cuanto la escuché coger el ascensor.
—Hola, cariño, ¿cómo lo llevas? —respondió en la otra línea, parecía más descansada, el luto se hacía más llevadero con los días.
—¿Se lo has contado?
—¿A qué te refieres?
—¿Le has dicho a Julia que la abuela ha muerto?
Hubo un silencio, suspiró. Sabía que no debió hacerlo.
—Lo siento, pero ha sido tu mejor amiga por mucho tiempo y en momentos así, creo que te vendría bien hablar con alguien.
—¿Y has pensado que ella era la mejor opción?
—¡Ni siquiera sé por qué dejasteis de hablar!
—¡Porque me abandonó cuando más la necesitaba!
—Lo siento, cielo, pensé que te ayudaría.
—Eso no te da permiso para decidir por mí.
—Nunca fue mi intención.
Colgué sin mencionar ninguna palabra más, estaba hiperventilando. Tuve la tentación de lanzar el móvil contra la pared, pero me di cuenta de que eso no solventaría nada.
Respiré un par de veces y observé la bolsa. La cogí, la tiré y salí del estudio.