23 de octubre de 1944.
No reparé en la querencia que Nina me había ocasionado hasta que Martín me propuso una cita.
Soy incapaz de imaginarme en cualquier lugar si ella no está cerca, y resulta embriagador el sentimiento de pertenecer a alguien tan apasionadamente, pero el vértigo no desaparece; tengo una imperante dependencia que me aterra.
No dejé de llevar el anillo con el que jugueteó la otra vez, lo tomé como una promesa en el momento que volvió a ponérmelo: una promesa que no necesitaba de ninguna bendición, con esa breve mirada era suficiente.
Comencé a utilizar collares y pendientes de diamantes, de cualquier piedra que pudiese causar una iridiscencia; no encontraba modo más sutil y desesperado de mostrarle que ansiaba que me tocase. Lo comprendió de forma inmediata, no precisé de mis dotes de actuación para exageras mis gestos: me retiraba el pelo para dejar expuesto el pendiente y acariciarme la nuca o recogía con cuidado la cadena de mi cuello con tal de rozar mi cuello con la punta de los dedos. Lo hacía con mimo, con delicadeza y atención, como si fuese a resquebrajarme. Me sentía frágil si no estaba a su lado, una muñeca de porcelana que necesitaba cuidado constante y que solo ella sabía cómo custodiar.
No pude rechazar los deseos de Martín ante la entusiasmada mirada de mis padres. Aproveché para conversar con él una vez se encontraba en la puerta.
—¿Cree que podríamos convertir esta cita en una cita doble?
—¿A qué se refiere?
—¿Recuerda a mi amiga Nina?
—La joven de la fiesta. ¿Qué le ocurre?
—Nadie está interesado en ella y me preocupa su bienestar, ¿tiene algún amigo que quisiera acompañarnos?
La expresión de Martín fue propia de la decepción, tan minúscula que logró ocultarla, pero no a tiempo. Sentí una gran culpabilidad, él no era el problema.
—Por favor, no lo malinterprete. Me gustaría salir con usted, pero necesito establecer confianza y me encantaría ayudar a mi amiga.
—No quiero que se sienta amenazada o cohibida a mi lado, me parecen muy nobles sus intenciones. Conozco a alguien que podría acceder.
—Se lo agradezco.
—Vendremos al atardecer, a las siete.
—Hasta entonces.
Confesarle a mis padres que la cita sería con otros acompañantes les pareció frustrante, guardaban la esperanza de que comenzase mi noviazgo con Martín lo antes posible; sin embargo, fue un halago a su persona que fuese tan considerado y respetuoso con mi integridad.
Aquella tarde, no fuimos a ningún lugar, nos quedamos sentadas en un banco en mitad de la Plaza del Sol. Intenté sincerarme con ella sin divagar demasiado.
—Martín me ha pedido salir.
—¿El hombre que acompañaba a tu madre en la fiesta?
—Sí.
—Me resultó muy tierno, es extremadamente inocente.
—Parecía un cachorro asustado.
—Seguro que pasáis una buena tarde, ¿qué vais a hacer?
—Iremos al cine.
Nina asintió y agachó la cabeza.
—¿Te parece mal?
—¿Acaso importa?
—Puedes venir con nosotros.
—¿Qué?
—Le he pedido a Martín que venga con un amigo que pueda acompañarte.
Volvió a mirarme, su postura era perfecta, pero sus ojos me estaban gritando. Noté como se endureció mi cuerpo.
—¿Disculpa?
—Quiero que vengas, Nina.
—¿Cómo se te ha ocurrido tal disparate?
—Es la única forma que tenemos de salir.
—Valeria, salimos todas las tardes. ¡Ahora mismo estamos fuera!
Intentó no alzar la voz, pero el fallido susurro que emitió me atemorizó más.
—Sabes que no estoy hablando de eso.
—Es un acto completamente egoísta, no puedes decidir por mí.
Un sudor frío recorrió cada extremidad y la adormeció, comencé a escuchar un zumbido en los oídos. Apenas pude hablar ante la posibilidad de haberlo arruinado todo.
—Quiero tener una cita.
—No puedo darte lo que quieres, necesito que lo entiendas.
—Eso es totalmente absurdo.
—Intento protegerte.
—Todas las mujeres van de la mano y nadie parece prestarles atención.
—¡Son amigas, Valeria!
—A ojos de la gente, nosotras también.
—No es lo mismo.
—¿Por qué?
—Porque por más que intentase ser prudente, resultaría demasiado obvio que no querría soltarte y que tú no querrías irte.
—Sería mejor que ahora.
—Lo mejor sería poder estar contigo plenamente.
Volvimos a casa en silencio, parecía estar en cualquier lugar menos presente y yo me sentía tan desdichada: había supuesto un punto de inflexión, la primera discusión, quizá la última.
—Martín estará aquí a las siete. —le dije cuando llegamos a mi portal.
Asintió.
—Lo pensaré.
La vi marchar con un dolor permanente en el pecho, los ojos estaban hirviendo de la contención del llanto que hice de camino a casa. Todo en mí se apagó, la magia que hacía los días más soleados había desparecido cuando alcé la vista al cielo y lo vi cubierto de nubes; todo lo bueno era sinónimo de ella.
Esperé hasta las siete mirando a la pared, contemplando mi rostro perder el sentido en el espejo mientras Soledad me ayudaba a peinarme, escuchando las opiniones de mi madre sobre qué vestido le haría a Martín ponerse de rodillas. Me pregunté que vestido llevaría Nina si se presentaba.
Parecía una marioneta cuando me sorprendí sonriendo a Martín y su amigo, comportándome como cualquier mujer ilusionada por salir con quien podría ser el amor de su vida, intentando ignorar el ruido que me alimentaba las ideas cargadas de desesperanza al saber que él jamás sería Nina.
No le conté a Martín el enfrentamiento de la mañana, fui bastante ambigua respecto a si Nina vendría o no, y vieron oportuno intentar convencerla. Nos dirigíamos a su casa cuando la vi a mitad de camino.
El vestido negro con cuello y mangas rojas, recogidas hasta los codos de una forma tan impecable que no se apreciaban arrugas, los tacones resonando en eco de la acera, la gracia que me hacía querer arriesgarlo todo.
—Es un placer volver a verla. —dijo Martín.
—Igualmente.
—Le presento a mi amigo, Héctor.
Héctor recorrió el cuerpo de Nina con la mirada de la forma más obscena que jamás había presenciado. Quise hacerle daño.
—Un placer, señorita. Creo que vamos a tener una excelente velada.
—Lo deseo fervientemente.
Héctor le besó la mano, Nina sonrió, pero había visto su reacción al presentarse. Se mantendría lo más alejada de él que pudiese.
Nos acomodamos en los asientos del centro, las dos estábamos sentadas al lado de la otra, teniendo a nuestros extremos a Martín y Héctor. La sala estaba demasiado oscura y concurrida, las butacas se encontraban bastante cerca las unas de las otras y resultaba imposible no golpear a la otra persona.
Nina tenía los brazos en el regazo, apenas podía prestar atención a la película, la miraba de reojo cada vez que podía. Advertí que bajaba un brazo y lo dirigía a mi rodilla, subiendo la mano lentamente por la pierna. Volvió a bajarlo con discreción.
Lo dejó allí, colgando durante un par de minutos. Dejé caer el mío, sentía un calor inexplicable, pero estaba temblando. Busqué su mano, nos rozamos con los dedos hasta que entrelazamos los dedos meñiques.
Creí que iba a desmayarme, cerré los ojos y cogí aire: mis hombros se relajaron, estaba esforzándome por no llorar ni reír, por no perder la cabeza.
Nina se levantó y mi mano quedó huérfana, se excusó diciendo que teníamos que ir al servicio. Fui tras ella, obediente, hasta la puerta de los baños.
Entramos como desconocidas, nos colocamos frente al espejo y abrí el grifo mientras ella miraba el reflejo de los cubículos de atrás. Metí las manos bajo el agua helada, me empapé la nuca y las mejillas, Nina desvió la mirada a través del espejo y sonrió.
Estábamos solas.
Me abalancé sobre ella, esperando el rechazo por su parte, la reprimenda de habernos expuesto, pero solo me acercó más a ella y caminamos torpemente hacia uno de los cubículos. Cerró la puerta de un portazo y se sentó en la taza, tirando de mí.
Me senté en su regazo, nos oprimíamos los cuerpos, cada vez nos costaba más respirar, cada vez nos dolían más los labios. Me incliné más sobre ella hasta que su espalda chocó con la pared y yo apoyé mi mano en ésta.
Oímos a alguien entrar y cerrar una de las puertas, nos quedamos en silencio, recuperando el aliento, frente con frente y sin apartar la mirada.
Esperó a que la persona se abandonase el baño y entonces lo dijo:
—Te quiero.
Han transcurrido horas desde que se declaró y cada vez es más difícil. Soy devota de todo lo que hace.