Dejé el diario en el lado derecho de mi cama; notaba las esquinas, convertidas ya en curvas por el desgaste del tacto y el tiempo, clavándose en mis costillas: lo estaba abrazando, como quién se despide de alguien e intenta, de ese modo, adquirir todas las cosas que no se han dicho.
Ya no quedaban más páginas por leer, ni siquiera las hojas sueltas me desvelaban nada nuevo, y las fotografías seguían mudas: no había un solo atisbo de que las cosas podían ser diferentes, aquel era el final y esa frase era un desenlace muy caprichoso porque solo dejaba más dudas que no podía resolver en ese momento; tenía que esperar toda la noche y parte de la mañana hasta encontrarme con Nina y lo único que quería era dormir para atajar por el camino fácil.
La impaciencia siempre ha hecho mella en mí, una villana que se desespera porque el mundo siga su curso y que no me deja descansar ni con las situaciones más corrientes: reunirme con Nina suponía un trabajo muy cansado que ocupaba todo pensamiento y desembocaba en situaciones cada vez más improbables; era un rasgo de mi personalidad que detestaba y me hacía creer que tenía el control sobre los pasos que iba a caminar hasta su casa o las conversaciones que tendríamos cuando, en realidad, no tenía ningún poder superior y solo era una forma de pasar un mal trago.
Cerré los ojos sin ninguna esperanza de dormir, no paraba de ver imágenes del diario en mi cabeza, llegando tan rápido como desaparecían, mientras recitaba frases sueltas que había leído y se convertían en borrones ilegibles de tinta si pensaba mucho en ello; recordé lo que dijo Valeria sobre la fascinación que Nina tenía con las estrellas y la mitología y empecé a echar en falta el proyector.
Giré hasta colocarme en el filo izquierdo y estiré el brazo palpando el suelo y el espacio bajo la cama. Deslicé la mano hasta toparme con la caja; parecía más robusta de lo normal, no necesitaba verla para saber que estaba rodeada de polvo.
Ese proyector era un proyector de estrellas: encendido iluminaba todo el techo de la habitación de galaxias y nebulosas que giraban sin ritmo alguno; era algo que llevaba conmigo desde niña: despedirme de la noche antes de irme a dormir.
Solía acercarme a la ventana y contemplar los pequeños puntos blancos que se diferenciaban a pesar de la luz de la calle; lo cierto es que el cielo nunca me había dado las respuestas de nada y mis lazos no eran tan estrechos como para pensar que nací en el planeta equivocado, pero sí lo suficientemente firmes para sentirme acogida y parte de algo mucho más bonito que yo.
La rutina pasó de vídeos de internet que estaban en activo veinticuatro horas al proyector que me enseñó mi madre un día por simple curiosidad y que, de algún modo, me ayudaba a separarme de todas las cosas que corrían en círculos en mi cabeza; así, el movimiento de la Tierra se convirtió en una nana para el estrés.
Abrí la caja y coloqué el proyector en mi mesilla, me quedé observando el techo unos minutos, a los grupos de estrellas que se acumulaban en los rincones hasta formas bolas de luz, todas las nebulosas que adquirían una textura extraña con el gotelé de las paredes y cuyos colores eran tan saturados que parecía que alguien las había coloreado con prisa; las pequeñas cosas que parecían gigantes en la lejanía, las soluciones que me sobraban porque no había problema alguno que lo necesitase, todos los miedos que me hacían perder la humanidad y eran irracionales pasaron a ser una pelota de pelusas bajo la cama. Aquello siempre me hacía sentir muy pequeña, y ser tan diminuta en un lugar tan grande, una persona resguardándose en una habitación que nadie conoce, me dejaba pensar que yo no era tan importante y todo ese peso que me inventaba no era, ni de cerca, tan crucial como el peso del universo.
Miré el móvil para comprobar la hora: eran las cuatro menos cuarto, y como si de telepatía se tratase, vibró cuando recibí un mensaje de Julia; sabía que ya había terminado su turno y tenía intenciones de pedirle que viniese conmigo al día siguiente.
Me preguntó si estaba despierta, pensé en responder el mensaje, pero preferí llamarla.
—Sabía que no estabas dormida.
—Lo he intentado, llevo dando vueltas desde la una; incluso he terminado de leer el diario.
—¿Ya no tienes más hojas?
—He llegado a la última página escrita y revisado las que están sueltas: definitivamente es el final.
—¿Y? ¿Cómo acaba?
—Se casan.
—¿Estaban casadas?
—No exactamente, tampoco estaban prometidas; digamos que fue un enlace simbólico.
—Parece propio de una novela.
—Lo único que he conseguido ha sido quedarme con más dudas.
—¿Por eso no puedes dormir?
—Por eso y porque quiero que llegue mañana cuanto antes.
—¿Has probado con el proyector?
—¿Qué crees que tengo puesto?
—En parte, te he mandado el mensaje por eso; sabía que no ibas a poder dormir bien y creí que, a lo mejor, querías hablar con alguien.
—La verdad es que yo también iba a llamarte.
—¿Para qué?
—Me preguntaba si querrías venir conmigo mañana.
—No creo que sea buena idea.
—¿Por qué? Tú me ayudaste a encontrarla.
—Es algo muy personal y yo no hago nada allí.
—Me vendría bien tener un apoyo.
—No va a pasar nada.
—Eso no lo sabes.
—Sí, lo más probable es que te secuestre porque nadie debería saber su secreto.
—Será tu culpa si eso sucede y no vienes conmigo.
—Tendré el 091 en marcación rápida.
—¡No te burles!
—Lo siento, pero tus ideas disparatadas son cada vez más graciosas.
Ambas nos reímos hasta que nos quedamos en silencio. Era una de esas oportunidades que se cuelan entre las grietas de un momento muy fugaz y que se escapan sin dejar ningún rastro al que aferrarse; me gustaba tenerla de vuelta en mi vida y estaba agradecida porque quisiera volver a intentar ser mi amiga, pero no me pareció apropiado decirlo.
—Deberías intentar descansar.
—Y tú tener cuidado de vuelta a casa.
—Buenas noches, Álex.
—Buenas noches, Julia.
Colgamos al mismo tiempo y volví a dejar el móvil en la mesilla. Vi el reflejo de las constelaciones en la ventana, las nebulosas doblarse mientras se convertían en nubes violetas y azules cada vez más borrosas; empezaba a encontrarme más somnolienta.
Cerré los ojos y me concentré en la luz que aún traspasaba los párpados hasta que solo hubo oscuridad.