No volví a saber nada de Nina tras nuestra conversación: las semanas pasaron y aquel encuentro se quedó en algo casual, el remedio a ese picor incontrolable que me provocaba la curiosidad; no sé en qué estaba pensando cuando creí que, algún día, tomaríamos un café o pasaríamos por las calles y las tiendas, por las terrazas y las plazas donde se quedaron esas partes de ellas que se enamoraron y que aún las escuchas si prestas atención. Valeria tenía una tendencia de romantizar su vida y puede que sea contagiosa porque Nina nunca me debió nada y aun así esperé a recibir otra llamada, ansiosa por desenredar su persona y cualquier detalle de Valeria que no se haya mencionado en el diario.
Fue una sorpresa recibir una carta de una notaría en su nombre hace unos días: Nina había fallecido y yo era parte de su testamento; no me dejó riqueza, no me dejó su piso, sino su biblioteca.
"Álex,
te escribo esta carta unas semanas después de nuestra reunión porque no creo que pueda volver a verte, no porque no tenga interés, sino porque mi salud se ha resentido gravemente y creo que careceré de todas las fuerzas para informarte; me gusta pensar que he aguantado lo suficiente para conocerte.
Cuando leas esto seguramente ya no estaré aquí y te preguntes por qué te he incluido en mi testamento: muchas personas son incapaces de intuir cuando el tiempo se acaba, pero yo he desarrollado esa maldición con los años, tras mirar a la cara a todas las oportunidades perdidas sé cuándo mi cuerpo se convertirá en una; nunca he tenido a nadie que me cuidase, no me queda nada y no puedo ofrecerte dinero, pero si hay un legado que nos conecta es el de Valeria.
Te entrego mi colección más preciada: todos los libros anotados y marcados que me recuerdan a ella de algún modo: frases, imágenes, poesías enteras... No encuentro mejor forma de explicarte cómo de extraordinaria era a mis ojos.
Tómalo como un regalo, todo lo que nunca le dije.
Te deseo la mejor vida,
Nina."