Me giré rápidamente, sorprendida de verlo allí. Detrás de él, estaban Carlo y Dario, ambos con expresiones de preocupación y determinación.
—¿Qué hacen aquí? —pregunté, mi voz temblorosa.
—Debería preguntarte lo mismo. —Massimo cruzó los brazos, mirándome con esa mezcla de enfado y preocupación que parecía ser su estado natural últimamente—. ¿De verdad pensaste que íbamos a dejarte hacer esto sola?
—No puedo creer que me hayan seguido. —Mi frustración era evidente, pero al mismo tiempo, una parte de mí se sentía aliviada de no estar sola.
—No fue difícil. —Carlo mostró su teléfono—. Izan no es precisamente sutil con sus mensajes.
Izan levantó las manos en señal de rendición, y antes de que pudiera responder, Dario se acercó y me miró con seriedad.
—Jane, esto no es un juego. Si vamos a hacer esto, lo hacemos juntos. ¿Entendido?
Asentí, sabiendo que no tenía sentido discutir. Había llegado el momento de enfrentarnos a la verdad, y lo haríamos juntos, sin importar el costo.
(...)
El almacén tenía un aire opresivo. Aunque estaba vacío, cada rincón parecía estar lleno de secretos. El hallazgo de la fotografía de la niña desaparecida había hecho que la tensión entre nosotros aumentara. Massimo caminaba de un lado a otro, con el ceño fruncido, mientras Dario inspeccionaba la caja vacía.
—Esto es una trampa, seguro. —Dijo Dario, lanzando una mirada de reojo hacia mí—. No deberíamos estar aquí.
—¿Entonces qué sugieres? ¿Que lo dejemos? —respondió Carlo, acercándose con una pequeña linterna en la mano—. Jane no puede ignorar esto, y nosotros tampoco.
—Esto no cambia nada —intervino Massimo, alzando la voz ligeramente—. Estamos igual que antes, sin saber qué demonios quiere este tipo de nosotros.
—Basta. —Mi voz resonó, más firme de lo que esperaba. Todos me miraron—. Si esto es una trampa, es mejor que lo descubramos ahora y no cuando sea demasiado tarde.
Un silencio incómodo se instaló entre nosotros. Izan, que había permanecido en segundo plano hasta ahora, rompió la tensión.
—Hay algo más. —Dijo, sosteniendo la foto con cuidado—. Miren la esquina inferior derecha.
Nos acercamos y vimos lo que parecía ser una marca apenas visible, un símbolo que no reconocí de inmediato: un pequeño círculo cruzado por una línea diagonal.
—¿Qué es eso? —pregunté, sintiendo que mi corazón latía más rápido.
—Es un símbolo antiguo, usado por ciertas organizaciones para marcar pertenencias. —Respondió Carlo, con el tono de alguien que sabe más de lo que debería.
—¿Organizaciones? —Dante, que había llegado sin que lo notáramos, se unió a la conversación—. ¿Qué clase de organizaciones?
—Las que no quieres cruzarte. —Carlo cruzó los brazos, mirando a Dante—. Esto es más grande de lo que pensábamos.
—¿Y ahora qué hacemos? —preguntó Izan, con una mezcla de ansiedad y determinación.
—Seguimos buscando. —Respondí, intentando sonar más valiente de lo que me sentía—. Si hay algo más aquí, lo encontraremos.
Nos dividimos para registrar el lugar. Mientras caminaba por el lado opuesto del almacén, Massimo me siguió. Podía sentir su mirada fija en mí, pero no dije nada hasta que rompió el silencio.
—Esto no es tu culpa. —Dijo en voz baja, deteniéndose a mi lado.
—Lo sé. —Respondí, aunque no estaba segura de creerlo.
—Jane, si esto se complica más, no quiero que te metas en peligro. —Su tono era firme, pero también había un rastro de preocupación que hizo que me detuviera y lo mirara.
—No puedo dar marcha atrás, Massimo. No ahora. —Le sostuve la mirada—. Esto no se trata solo de mí. Hay una niña desaparecida, y mi padre... él no puede salirse con la suya.
Massimo suspiró, como si quisiera decir algo más, pero en lugar de eso, asintió y siguió caminando.
Después de casi una hora de búsqueda, Dario encontró algo. Estaba oculto detrás de una pared de madera mal ajustada. Era un compartimiento pequeño que contenía un conjunto de papeles y un objeto metálico que parecía una llave.
—Esto podría ser importante. —Dijo Dario, mostrando los documentos.
Los extendimos sobre una mesa improvisada y comenzamos a examinarlos. Eran cartas, todas dirigidas a un destinatario anónimo. Cada una hablaba en términos crípticos, mencionando "el acuerdo", "la caja" y "la deuda pendiente".
—¿Qué es esto? —preguntó Dante, frunciendo el ceño mientras leía una de las cartas.
—Pruebas. —Dije, aunque no estaba segura de lo que significaban exactamente.
—¿Y la llave? —Enzo, que había estado revisando los alrededores, se acercó—. ¿Para qué es?
—Debe abrir algo importante. —Respondió Carlo, tomando la llave y examinándola de cerca—. Pero no hay ninguna pista aquí sobre lo que podría ser.
Izan se frotó la nuca, visiblemente frustrado.
—Esto es como armar un rompecabezas sin tener todas las piezas.
—Lo único que sabemos es que mi padre está detrás de esto, y no podemos dejar que siga huyendo. —Mi voz tembló un poco, pero me negué a mostrar debilidad.
—Entonces seguimos adelante. —Dijo Massimo, su tono decidido—. No importa cuánto tiempo tome. No estás sola en esto, Jane.
—Yo tampoco dejaré que te rindas. —Dario me lanzó una pequeña sonrisa, tratando de aliviar la tensión.
Aunque las pistas no nos llevaron directamente a mi padre, sentí que estábamos más cerca de la verdad. Mientras guardábamos las cartas y la llave, no pude evitar mirar a los hermanos y a Izan. No importaba lo que viniera, sabía que no enfrentaría esto sola.
La noche había caído cuando finalmente regresamos al apartamento de Izan, que le regalaron sus padres. Las pistas encontradas en el almacén habían traído más preguntas que respuestas, y el cansancio comenzaba a hacerse sentir. Mientras Carlo y Massimo discutían en voz baja en la sala, Dante y Dario estaban sentados en el sofá, revisando las cartas una vez más. Enzo se había quedado callado, observándome desde la esquina mientras Izan servía café para todos.