A la mañana siguiente, el grupo se dividió para investigar. Izan, Enzo y yo fuimos a la facultad. La rutina de clases parecía surrealista después de todo lo que había pasado, pero sabía que necesitaba mantener una fachada normal. Mientras tanto, los demás se dirigieron a diferentes lugares relacionados con las cartas y el almacén.
—¿Estás bien? —Preguntó Enzo mientras caminábamos hacia el aula.
—Sí, solo estoy un poco cansada. —Mentí, aunque sabía que él no se lo creía.
—Jane, no tienes que cargar con esto sola. Estamos aquí para ti. —Dijo, deteniéndose para mirarme directamente a los ojos—. Yo estoy aquí para ti.
Su sinceridad me conmovió, pero antes de que pudiera responder, una voz conocida interrumpió el momento.
—Vaya, si no es nuestra querida artista y su caballero de brillante armadura. —Dijo una voz burlona.
Miré hacia arriba y vi a Darek, apoyado contra una pared cercana. Su sonrisa despreocupada era un contraste con la tensión que sentía en mi interior.
—Darek. ¿Qué haces aquí? —Pregunté, sorprendida de verlo.
—Caleb me envió. —Respondió, encogiéndose de hombros—. Dijo que necesitaban ayuda extra, y aquí estoy.
—¿Ayuda con qué? —Preguntó Enzo, frunciendo el ceño.
Darek solo sonrió, pero su mirada seria me dijo que sabía más de lo que estaba dispuesto a decir.
—Hablaremos después. Ahora entra a tu clase, Jane. —Dijo, haciendo un gesto hacia la puerta del aula.
Aunque no estaba segura de confiar en él, asentí y entré al aula con Enzo. Sabía que los hermanos estaban acostumbrados a manejar situaciones difíciles, pero esto era diferente. Esto era personal.
Más tarde, nos reunimos en el apartamento de Izan. Carlo había encontrado un nombre en una de las cartas: "Marcus Belmont". No sonaba familiar, pero según Dante, era un conocido de mi padre antes de que fuera arrestado.
—Si encontramos a este tipo, podríamos encontrar a tu padre. —Dijo Carlo, colocando la carta en la mesa.
—¿Y si él también está en esto? —Preguntó Izan, su voz cargada de preocupación—. No podemos confiar en nadie.
—No tenemos otra opción. —Respondí—. Si Marcus Belmont sabe algo, necesitamos descubrirlo.
Mientras discutíamos nuestro próximo movimiento, sentí que una sombra oscura se cernía sobre nosotros. Las piezas comenzaban a encajar, pero el rompecabezas todavía estaba lejos de completarse.
(...)
La tarde estaba teñida de un gris melancólico cuando volvimos a reunirnos en la casa de Caleb y Beatrice. La mesa del comedor estaba cubierta de papeles, cartas y fotografías. En el centro, el libro manchado de sangre permanecía cerrado, como un recordatorio mudo de la oscuridad que rodeaba a mi padre. Los mellizos, Brenda y Alex, jugaban en el comedor, ajenos a las tensiones que flotaban en el aire.
—¿Qué tal las clases, Jane? —Preguntó Beatrice, sirviendo café mientras sus ojos llenos de amabilidad intentaban reconfortarme.
—Lo normal. —Respondí, forzando una sonrisa—. Aunque Darek decidió aparecer para "ayudar".
—Darek siempre sabe cómo aparecer en el momento justo. —Comentó Dante con una sonrisa torcida, recostado en una silla.
Massimo estaba al otro extremo de la habitación, apoyado contra la pared, con los brazos cruzados y una expresión seria. Su tensión se sentía como una sombra pesada sobre todos nosotros. Carlo, en cambio, estaba concentrado en la pantalla de su laptop, tecleando furiosamente.
—Marcus Belmont. —Carlo levantó la mirada de la pantalla—. El tipo tiene antecedentes. Fraude, lavado de dinero... y estuvo asociado con un grupo que traficaba información.
—¿Crees que esté conectado con mi padre? —Pregunté, acercándome a él.
—Definitivamente. Pero no será fácil encontrarlo. —Carlo negó con la cabeza—. Su última dirección registrada es un edificio abandonado en las afueras de la ciudad.
—Perfecto. —Dijo Enzo con sarcasmo—. Un lugar encantador para visitar.
—Tendremos que ir. —Dije con determinación—. Es nuestra mejor pista hasta ahora.
—No sola. —Interrumpió Massimo, alejándose de la pared—. Si vas, iremos todos.
—¿Y qué haremos con los niños? —Preguntó Caleb, mirando a Brenda y Alex, que jugaban a construir una torre con piezas de madera.
—Nosotros podemos quedarnos con ellos. —Beatrice se ofreció, su mirada cálida pasando de Caleb a los mellizos—. Serán un buen equipo de exploradores aquí en casa, ¿verdad?
—¡Sí! —Exclamó Alex, levantando ambas manos con entusiasmo.
—Pero queremos ir con Jane. —Dijo Brenda, cruzando los brazos.
Me agaché frente a ella, tomando sus manitas entre las mías.
—Esta vez no puedo llevarlos, pero les prometo que cuando regrese, jugaremos juntos todo el tiempo que quieran. ¿De acuerdo?
Brenda me miró seria por un momento antes de asentir lentamente.
—Está bien. Pero tienes que volver pronto. —Dijo con un pequeño puchero.
(...)
La noche cayó rápidamente mientras nos dirigíamos al edificio abandonado. El grupo estaba compuesto por Carlo, Massimo, Enzo, Dario, Dante, Darek, y yo. Izan había insistido en quedarse con Caleb y Beatrice para ayudarles si surgía algo mientras nosotros estábamos fuera. Lorenzo, mi tío, también se había quedado en el apartamento revisando otras pistas.
El lugar estaba en ruinas. Las ventanas estaban rotas, y la maleza había reclamado la mayoría del espacio exterior. La puerta principal estaba cerrada con una cadena oxidada, pero eso no fue un obstáculo para Carlo, quien rápidamente la rompió con una herramienta.
—Bienvenidos al paraíso del crimen. —Murmuró Darek mientras avanzábamos con linternas en mano.
El interior era peor de lo que imaginaba. Había restos de muebles rotos, documentos esparcidos por el suelo, y el olor a humedad impregnaba el aire. Nos dividimos en grupos pequeños para buscar pistas.
—Jane, ven conmigo. —Dijo Enzo, tomando mi mano.
Massimo resopló detrás de nosotros, pero no dijo nada.