Esa misma noche, mientras Caleb y mi tío organizaban un plan en el despacho, el resto de nosotros nos reunimos en la sala. Los mellizos estaban dormidos en sus habitaciones, y Beatrice estaba con ellos para asegurarse de que no escucharan nada de lo que estábamos planeando.
Dante fue el primero en hablar, siempre con su tono relajado pero firme.
—Tenemos que estar preparados para cualquier cosa. No sabemos con quién está trabajando tu padre ni qué tan peligrosos pueden ser.
—Por eso debemos ser inteligentes. —Añadió Dario, que siempre tenía una estrategia en mente—. Si nos precipitamos, podríamos empeorar la situación.
—¿Y cuál es el plan entonces? —Pregunté, sintiéndome más ansiosa con cada segundo que pasaba.
—Primero, asegurarnos de que no pueda escapar. —Respondió Carlo, desplegando un mapa sobre la mesa—. Este es el almacén donde lo vieron. Hay varias salidas, pero si logramos bloquear las principales, podríamos acorralarlo.
—¿Y después? —Dijo Massimo, siempre directo y sin rodeos.
—Después lo entregaremos a las autoridades. —Dijo mi tío, entrando en la sala con Caleb detrás—. Pero solo si tenemos pruebas suficientes para que no pueda librarse esta vez.
—¿Y qué pasa si intenta escapar o si nos descubre? —Preguntó Darek, mirando a mi tío con seriedad.
—Ahí es donde entra la parte más peligrosa. —Respondió Caleb, mirando a todos con una expresión grave—. Necesitamos distraerlo lo suficiente para que no vea venir el golpe. Y para eso, Jane, te necesitamos a ti.
La idea me dejó helada.
—¿A mí?
—Eres la única que podría acercarse lo suficiente como para ganar tiempo. —Dijo Caleb—. Pero no estarás sola. Estaremos cerca en todo momento.
El silencio se apoderó de la sala mientras todos procesábamos lo que eso significaba. Sabía que era arriesgado, pero también sabía que era nuestra mejor oportunidad.
—Está bien. —Dije finalmente, mirando a cada uno de ellos—. Haré lo que sea necesario
Más tarde esa noche, mientras todos se preparaban para el día siguiente, me encontré sola con Enzo en el jardín. La luna iluminaba su rostro, y su expresión era una mezcla de preocupación y algo más profundo.
—Jane. —Dijo, acercándose a mí—. No tienes que hacerlo si no estás lista.
—¿Y si no tenemos otra oportunidad? —Respondí, sintiendo cómo las emociones se acumulaban en mi pecho—. No puedo quedarme de brazos cruzados mientras él sigue ahí fuera.
—Lo sé. —Dijo, tomando mi mano suavemente—. Pero quiero que sepas que, pase lo que pase, estoy contigo. Siempre.
Sus palabras me hicieron sentir una calidez que no había sentido en mucho tiempo. Y mientras lo miraba a los ojos, supe que no estaba sola. No solo por él, sino por todos ellos.
Ese amor, esa conexión que había entre nosotros, era lo único que me mantenía en pie.
(...)
El día siguiente llegó con una sensación extraña de inquietud, pero también con una renovada determinación. La tensión en la casa de los Kaufmann se podía cortar con un cuchillo, y cada uno de nosotros tenía una tarea específica para la noche. Sin embargo, mientras revisábamos el plan una y otra vez, un visitante inesperado irrumpió en la escena.
Estábamos todos reunidos en el salón cuando la puerta principal se abrió de golpe. Un hombre alto, con el cabello oscuro y un aire de misterio en sus ojos, entró como si conociera cada rincón de la casa. Caleb y Beatrice se levantaron al instante, pero sus expresiones no eran de sorpresa, sino de resignación.
—¿Iker? —Dijo Beatrice, su voz cargada de incredulidad y una pizca de alivio.
—¿Qué haces aquí? —Preguntó Caleb, cruzándose de brazos.
—¿No piensan avisarme cuando están a punto de enfrentarse a un monstruo como ese? —Dijo el recién llegado con una sonrisa ladeada, ignorando por completo las miradas de confusión de los demás.
—¿Quién es él? —Susurré a Carlo, que estaba a mi lado.
—Nuestro hermano mayor. —Respondió en voz baja, con una mezcla de orgullo y recelo.
—¿Hermano mayor? —Repetí, mirando a Iker mientras se acercaba al centro de la sala.
—¿No les contaron de mí? Qué sorpresa. —Dijo con sarcasmo, lanzando una mirada a Caleb y Beatrice.
—No tenías que involucrarte en esto. —Respondió Caleb con firmeza.
—¿Y dejar que ustedes solos manejen algo tan peligroso? Por favor, papá. Sabes que soy mejor en esto que todos ellos juntos. —Dijo, haciendo un gesto hacia sus hermanos.
—Cuidado, Iker. —Dijo Massimo, poniéndose de pie—. No tienes idea de lo que hemos estado haciendo mientras tú desaparecías.
—Basta. —Dijo Beatrice, interponiéndose entre ellos—. No es momento para discusiones.
Iker me miró entonces, sus ojos analizándome con una intensidad que me hizo estremecer.
—¿Y tú? ¿Eres la famosa Jane de la que todos parecen estar tan pendientes?
—Soy Jane. —Respondí con firmeza, tratando de ignorar el calor en mis mejillas—. Y no tengo idea de por qué estás aquí, pero si estás dispuesto a ayudar, bienvenido. Si no, mejor no estorbes.
Su sonrisa se amplió, y algo en su expresión me dijo que no estaba acostumbrado a que le hablaran así.
—Me gusta. —Dijo, dirigiéndose a sus hermanos—. Ahora entiendo por qué todos están tan obsesionados con ella.
La incomodidad en la sala era palpable, pero no tenía tiempo para distracciones.
—Si terminaste de hacer tu gran entrada, tenemos trabajo que hacer. —Dije, cruzándome de brazos.
Durante las horas siguientes, Iker demostró ser una pieza clave en la estrategia. Su experiencia en operaciones encubiertas y su capacidad para mantenerse tranquilo bajo presión eran impresionantes, y aunque su actitud arrogante seguía siendo molesta, no podía negar que era eficiente.
Mientras trabajábamos, sentí cómo los hermanos, incluso los mellizos, trataban de mantener el equilibrio en esta dinámica inesperada. Alex y Brenda estaban fascinados con Iker, siguiéndolo a todas partes como si fuera un héroe.