Todo lo que seremos

Capitulo 36

La grabación seguía resonando por el almacén, cada palabra de la voz de mi padre desgarrando mi calma.

—Esto no puede ser real. —Murmuré, tratando de mantener la compostura mientras Massimo aún sostenía mi mano.

Carlo avanzó hasta una de las esquinas del lugar, donde una cámara parecía estar fija en nosotros.

—Es una trampa. —Dijo Darek con frialdad—. Esto no es más que un mensaje pregrabado. No está aquí.

Enzo, que había estado revisando los papeles, levantó una hoja con símbolos extraños.

—Todo esto es un engaño. Está jugando con nosotros.

—¿Y ahora qué? —Preguntó Iker, su tono tenso mientras observaba las puertas cerradas detrás de nosotros.

De repente, un ruido metálico resonó por el almacén. Una bocina de alarma se activó, y las luces parpadearon antes de apagarse por completo, sumiéndonos en la oscuridad.

—Es hora de salir de aquí. —Dijo Carlo, con su habitual tono autoritario.

Darek ya estaba en acción, abriendo una salida de emergencia que había encontrado entre las cajas. Uno a uno, salimos del almacén y regresamos al vehículo estacionado a cierta distancia.

De vuelta en el coche, el ambiente estaba cargado. La sensación de haber sido engañados nos hacía hervir la sangre.

—Esto no nos lleva a ninguna parte. —Dijo Massimo, golpeando el salpicadero con frustración.

—Cálmate. —Respondió Dante—. Esto no ha terminado.

Justo cuando Carlo abría la boca para hablar, el sonido de un estruendo lejano nos hizo girar la cabeza al unísono.

—¿Qué fue eso? —Pregunté, sintiendo cómo un escalofrío recorría mi columna vertebral.

—Vino de la dirección de la casa. —Dijo Darek, encendiendo el coche de inmediato.

La angustia se apoderó de mí mientras nos dirigíamos a toda velocidad hacia la mansión Blackthorn. Mi corazón latía desbocado, y un nudo se formaba en mi garganta.

—Algo está mal. —Susurré, más para mí misma que para los demás.

Cuando llegamos, el horror nos golpeó como una ola. La mansión estaba en llamas, y el cielo nocturno se iluminaba con los reflejos anaranjados del fuego. La fachada, que siempre había sido un símbolo de seguridad y fortaleza, ahora era un caos de escombros y humo.

—¡No puede ser! —Grité, saliendo del coche antes de que este se detuviera por completo.

Los demás me siguieron de cerca, cada uno con el rostro marcado por la incredulidad y el pánico.

—¡Mamá! ¡Papá! ¡Brenda! ¡Alex! —Los gritos de Massimo resonaron en la noche mientras corría hacia la casa, solo para ser detenido por Carlo.

—¡Espera! —Le ordenó Carlo, sujetándolo con fuerza—. Si entras ahora, solo empeorarás las cosas.

—¡No puedo quedarme aquí! —Rugió Massimo, intentando zafarse.

De repente, el sonido de motores rugiendo captó nuestra atención. Desde detrás de la casa, varias furgonetas negras salieron a toda velocidad.

—¡Allí! —Gritó Enzo, señalando las luces traseras.

Y entonces lo escuchamos. Gritos. Voces infantiles que pedían ayuda.

—¡Alex! ¡Brenda! —Gritó Dante, corriendo hacia las furgonetas.

Darek, sin perder tiempo, sacó su arma y disparó a las llantas del vehículo más cercano, pero este giró bruscamente y desapareció en la oscuridad.

—¡Maldición! —Exclamó Iker, golpeando el suelo con rabia.

Me quedé paralizada, sintiendo cómo el aire se volvía más denso con el humo y el miedo. Los mellizos... estaban en esas furgonetas.

—¡Tenemos que seguirlos! —Dijo Massimo, desesperado.

—No podemos dejarlos escapar. —Agregó Enzo, ya subiéndose al coche.

Pero Carlo se giró hacia la casa en llamas, donde sabíamos que aún podían estar Caleb, Beatrice, Izan y Lorenzo.

—Primero tenemos que asegurarnos de que no haya nadie más aquí. —Dijo Carlo, su voz firme pero llena de angustia.

—¡No hay tiempo! —Respondió Massimo, dando un paso hacia el coche—. ¡Cada segundo cuenta!

—Jane. —La voz de Darek me sacó de mi parálisis. Me miraba con una expresión seria, esperando mi decisión.

Sabía que no podía quedarme quieta. Tenía que decidir, aunque cada opción parecía un callejón sin salida.

—Tú y Carlo revisen la casa. —Dije, tomando aire para calmarme—. El resto, vamos tras las furgonetas.

Carlo me miró, sorprendido por mi tono decidido, pero asintió.

—No tarden. —Fue todo lo que dijo antes de correr hacia la entrada de la mansión con Darek.

Mientras nos dividíamos, mi mente estaba en caos. Los gritos de Brenda y Alex resonaban en mi cabeza, junto con la imagen de la mansión en llamas y la posibilidad de que Lorenzo, Izan o los padres de los chicos estuvieran atrapados allí.

Pero no podía rendirme. Tenía que seguir adelante. Por ellos. Por todos nosotros.

(...)

El coche aceleraba por la carretera, siguiendo las luces traseras de las furgonetas que se alejaban rápidamente. Mi corazón latía con fuerza, no solo por el pánico, sino por la rabia. Brenda y Alex eran apenas niños, y pensar que estaban en esas camionetas me revolvía el estómago.

—¡Más rápido! —Gritó Massimo, golpeando el tablero con frustración.

—Estoy yendo lo más rápido que puedo. —Respondió Dante desde el asiento del conductor, su mandíbula apretada mientras esquivaba coches y tomaba curvas cerradas con precisión.

Enzo, sentado a mi lado, tenía su arma lista, mientras que Iker, detrás de nosotros, miraba constantemente a su alrededor en busca de cualquier señal de refuerzos enemigos.

No quería ni preguntar de donde habían sacado un arma.

—No podemos perderlos. —Dijo Iker, su voz cargada de tensión.

—No lo haremos. —Respondió Darek desde el asiento trasero, sus ojos fijos en el camino.

Pero la distancia entre nosotros y las furgonetas aumentaba. Los vehículos parecían más preparados, y su conductor conocía bien el terreno. Mientras tanto, el fuego y los gritos en la mansión seguían grabados en mi mente. ¿Estarían bien Lorenzo, Caleb y Beatrice? ¿Habrían salido a tiempo?



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En el texto hay: hermanos, saga, poliamor

Editado: 04.05.2025

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