En la carretera, seguíamos persiguiendo las furgonetas. Finalmente, tomaron un desvío hacia un camino secundario que conducía a una zona boscosa. Dante apagó las luces del coche, tratando de no ser detectado.
—Esto no me gusta. —Dijo Enzo, mirando a su alrededor.
—Es una emboscada. —Afirmó Massimo, con los ojos llenos de furia—. Pero no me importa. No pienso dejar que se los lleven.
Nos detuvimos en un claro, donde las furgonetas habían estacionado. Los hombres del padre de Jane salieron, armados, y comenzaron a descargar cajas. Pero no se escuchaban los gritos de los mellizos, y al inspeccionar las camionetas desde la distancia, tampoco estaban ahí.
—¿Dónde están? —Susurré, con un nudo en la garganta.
—No están aquí. —Respondió Iker, con la misma angustia reflejada en su rostro—. Cambiaron de vehículo o se los llevaron por otro camino.
Massimo golpeó el árbol más cercano, lleno de frustración.
—¡Maldición! —Gritó entre dientes—. No pienso dejar que ganen.
—Tranquilo. —Dijo Carlo, poniéndole una mano en el hombro—. Esto no termina aquí. Ellos tienen un plan, pero nosotros también.
Nos quedamos en el bosque, observando mientras los hombres descargaban las cajas y quemaban cualquier rastro. La ira y la desesperación nos consumían a todos, pero sabíamos que actuar sin información solo empeoraría las cosas.
De vuelta en el coche, el silencio reinaba. Brenda y Alex no estaban con nosotros, y la incertidumbre sobre su paradero pesaba en el ambiente.
—¿Y ahora qué? —Pregunté finalmente, incapaz de soportar el silencio.
—Ahora los encontramos. —Dijo Massimo, con una mirada decidida—. No importa cuánto tiempo nos tome, ni lo que tengamos que hacer. Los encontraremos.
Asentí, aunque las lágrimas no dejaban de caer. En ese momento, entendí que el juego había cambiado. Esto ya no era solo sobre mi padre, ni sobre el libro. Esto era una guerra, y estábamos en el centro de ella.