—Esto tiene que ser una broma.—murmuro para mí misma.
Paseo la mirada por cada rasgo de su rostro, confirmando lo que me temía.
—Señorita James, es todo un placer volver a verla.—dice el hombre que casi atropella a mi sobrina.
—¿Usted es el señor Cross?
Mi voz sale calmada y sin rastro de emoción, aunque por dentro estoy muy confundida.
—Así es. Y usted debe ser la abogada que se encargará de mi divorcio.
Dejando de lado el tono de voz ligeramente burlón que ha usado no me pasa desapercibido el matiz de amargura que envuelve sus palabras.
O sea, que tienes que divorciar a este y a su mujer.
Genial.
—Eso parece.—¿eso parece? Un momento...—Desde ahora le digo que no le voy a pedir disculpas. Ni a usted, ni a su chofer.
Él no parece sorprendido con lo que acabo de decirle. Solo me dedica una sonrisa de medio lado capaz de derretir a la Antártida.
—Aunque él se la merece, no le estoy reclamando nada. Solo quiero que se encargue de mi divorcio.
—Bueno, habiendo aclarado ese punto, creo que todo está bastante claro.—le digo, y me percato de que sigue de pie con la puerta abierta a sus espaldas.—Por favor, tome asiento.—le pido de manera educada.
Puede que hayamos empezado con el pie izquierdo, pero no pienso ser una maleducada.
Me paro y voy directo a la puerta para cerrarla. No sabría explicar cómo, pero noto que sus ojos recorren mi espalda, enviando chispas eléctricas por todo mi cuerpo.
¿Lo peor? Me gusta.
—¿No es ese vestido demasiado atrevido para el trabajo, señorita James?
Su voz me llega desde atrás, quizás demasiado cerca para mi gusto. Me doy la vuelta para enfrentarlo, con claras intenciones de ponerlo en su lugar, pero me encuentro con sus penetrantes ojos azules.
¿Ya mencioné que tengo debilidad con los ojos de ese color?
—¿Disculpa?—mi voz sale ligeramente indignada.
¿Cómo se atreve a preguntarme eso?
Me dirige una mirada significativa y eleva una ceja en mi dirección. Casi parece divertido con todo esto.
Idiota.
—Eso no es asunto suyo.
Le dirijo una mirada asesina y me encamino a mi escritorio, contoneándome sin que se vea vulgar. Ya sentada en mi silla le indico que se siente, lo cual hace sin despegar sus ojos de los míos.
No sé porqué, pero me molesta muchísimo la chispa de gracia que veo en su mirada.
—Mi elección en ropa no le concierne, señor Cross.
Le dedico una fría sonrisa formal.
—Estoy de acuerdo con usted.—dice con seriedad, aunque atisbo algo de diversión en sus ojos.—Solo era un comentario.
¡Solo un comentario! Imbécil...
—Como le dije, eso no es asunto suyo.—cotraataco y doy el asunto por zanjado.—Hablando de lo que realmente importa, dígame, señor Cross, ¿por qué quiere divorciarse de su esposa?
Entro en territorio neutral, aquí yo y mi genio estamos bien.
—Simples desavenencias. Ella quiere cosas que yo no. Además, me engañó con mi abogado anterior.—dice eso como si fuera la cosa más normal del mundo.—Solo quiero divorciarme con paz y tranquilidad.
—Teniendo en cuenta que su esposa pide una pequeña fortuna por los años invertidos en el matrimonio y daños emocionales, eso lo veo difícil.
—Confío en que usted lo haga posible.
Hasta ahora lo entiendo todo pero...
—¿Por qué yo?
Cuando me doy cuenta ya he dicho las palabras en voz alta. Bueno, mejor así.
El Sr. Cross me escudriña con la mirada y creo que sabe a lo que me refiero.
—¿Por qué no?—me contesta con otra pregunta.
—Bueno... hace poco yo tenía ganas de matarle, e imagino que a usted tampoco le he caído muy bien.
Dios, ahora sí que he metido la pata.
Pero hasta el fondo.
Trago en seco y lo miro fijamente a los ojos.
—¿No cree que sería incómodo?
—¿Eso es lo que le preocupa?-sonríe, una sonrisa de medio lado sexy como el infierno.
Asiento lentamente, intentando aparentar frialdad y tranquilidad. Él no tarda en responderme:
—Si es por eso, no tiene de que preocuparse, entiendo completamente su reacción.
—Bien, en ese caso... —saco mi cuaderno de notas.—¿Cuántos años estuvieron juntos?
—Casi diez años.
—¿Y cuánto llevan de matrimonio?
Él ni siquiera parpadea antes de contestar.
—Cinco años.
Asiento y lo anoto.
—Según lo que me dijo antes, fue usted quien quiso divorciarse ¿no?
—Exactamente.
—¿Por qué?
Bajo la vista a mis notas con la esperanza de que no note la curiosidad que me provoca su respuesta.
—En primer lugar, porque nunca la amé. En segundo, porque me engañó.
Despego la vista del cuaderno de notas y lo miro intrigada.
—¿Y si nunca la amó porque se casó con ella?
Él no luce sorprendido con mi pregunta, todo lo contrario, casi parece que estaba esperando que la hiciera.
—¿Por qué se dan la mayoría de los matrimonios hoy en día?
La pregunta retórica queda en el aire.
—No sé, dígame usted, señor Cross.
—Por conveniencia, señorita James.
Vale, eso tiene sentido. Aún así, la sinceridad que usa es casi molesta, se nota que no le importa decir las cosas como las piensa.
—Una manera un poco cínica de ver el matrimonio.
Él ladea la cabeza, luciendo... ¿fascinado? No podría decir, su expresión es tan críptica que me resulta difícil leerlo.
—Me sorprende que precisamente usted piense eso.
Me enderezo en mi lugar y cruzo las piernas.
—¿Precisamente yo?
—Es una abogada de divorcios, discúlpeme si asumo que no cree en el matrimonio.
No sé porque, pero me molesta que haya llegado a esa conclusión tan rápido.
Pero si es verdad que no crees en el matrimonio.
Ese no es el punto.
—No creo que mi opinión sobre el matrimonio sea relevante ahora mismo.
Por alguna razón que no logro comprender, él parece complacido con mi respuesta.
—¿Acaso estoy equivocado?