Todo por no perderme

Capítulo 1. El lado oscuro de la fama.

Nueva York, 1980…

—Mamá, ¿ya puedo ir a jugar?

—No, Margot, entiende que tienes que aprenderte esa coreografía en tres días, no saldrás hasta que no te la hayas aprendido al derecho y al revés. —Resoplé—. Y no quiero reproches.

Resignada me puse a practicar los pasos de la coreografía, apestan, pero tenía que hacerlo.

Hace tiempo que habían dejado de gustarme los certámenes de “Miss Princesita”, hasta me daban asco, pero como toda niña de 6 años, no podía reclamar nada, pues mi voz era insignificante para los mayores. Yo solo quería jugar como toda niña de mi edad, pero mi destino era estar de casting a casting arreglándome para ganar el premio de la niña más bonita. Era tonto poner a concursas a niñas de entre 5 a 7 años para ver quién es más bonita y simpática. Son niñas, no muñecas. Pero los padres sólo las ven con signos de pesos por el gran primer premio: medio millón de dólares para quien demuestre ser la mejor. Creía que era una especie de recompensa por el sufrimiento de tener que estar ensayando coreografías absurdas y el tiempo de maquillaje y peinado para parecer señoras; pero el dinero nunca era para niñas, simplemente compraban algún juguete o algo lindo y el resto era para los ambiciosos padres. ¡Injusticia!

Con el paso de los años jamás me acostumbré a ver señoras de aquí para allá arreglando a niñas para hacerlas parecer mayores y que salgan a decir cosas que agraden al público, mostrar sus mayores habilidades para ganar votos y así poder irse a casa con medio millón en la bosa. Simplemente no era mi lugar favorito. Pero ¿cómo negarme? Era por obligación que yo lo hacía. Mis padres sufrían terribles problemas económicos y yo era su única salvación, siempre ganaba los concursos, así que yo era su mina de oro.

—¿Puedo jugar con ustedes? —Les pregunté a mis hermanos cuando los vi jugando en el patio de la casa.

—No, tú no puedes jugar con nosotros porque te crees mucho solo porque sales en la televisión —respondió Julissa.

—Es verdad, mejor vete a ensayar, es lo único bueno que sabes hacer —le siguió la corriente mi hermano Bill.

—No es cierto, yo sólo quiero jugar con ustedes —repliqué triste.

—¡Que no! —gritaron los dos al unísono.

Llorando me fui de ahí y me puse a jugar yo sola con mis muñecas, pero mi madre me vio y me dijo que siguiera ensayando la rutina.

Yo siempre había querido una vida normal. Quería convivir con mis hermanos, en cambio, ellos me odiaban. Mi padre se compadecía de mí, sabía lo mal que lo pasaba en esos lugares, pero no le quedaba de otra más que aceptarlo, necesitaban el dinero. No podía culparlo, con tres hijos y una esposa que despilfarraba el dinero, ¿quién no haría algo parecido con tal de no morir de hambre?

Aunque aceptó toda esta situación, sé que no le gustaba verme así, por eso me consentía de manera diferente que a mis dos hermanos y fue lo que provocó envidia por parte de ellos. La mayor parte de mi infancia, por no decir toda, la viví entre certámenes y concursos de belleza, como dije, siempre los ganaba, lo que causaba más ganancias para mis padres y con el paso de los años nuestra situación económica mejoró.

Además de concursos también debuté como modelo infantil para revistas y algunos comerciales.

Todo mundo cree que ser modelo a tan corta edad es lo mejor que podrías vivir, pero yo comprobé lo equivocada que están esas personas.

Cada vez ganaba más fama. Las revistas y casa productoras me llamaban para ser la imagen de sus campañas. No podía negar que me gustaba que la gente me reconociera y creyera que en verdad soy bonita, pero de qué me servía eso si yo no podía vivir mi vida como toda chica de mi edad. Soñaba con algún día irme de la casa, escapar, huir, no importa a dónde, simplemente quería dejar todo eso atrás, pero no me sentía capaz de enfrentar a mi madre, ella no permitiría que me fuera.

—Mamá, ya no quiero hacer esto —supliqué.

—Pues te aguantas, eres el sustento de la familia, que nunca se te olvide, gracias a ti comemos así que deja de ser tan egoísta y piensa en tus hermanos y en tu padre, ellos necesitan de ti, ahora ponte a ensayar que no tardan en venir los de la prueba de maquillaje.

—Pero ellos…

—Nada de peros, niña —me interrumpió—, ponte a ensayar, ¿o quieres que te obligue?

—¿No lo haces ya? —respondí sin pensar y eso enojó a mi madre.

—Niña insolente. —Soltó una bofetada a mi mejilla.

Caí al suelo por la fuerza del golpe y con mi mano sobre el lado de mi cara lastimado levanto la mirada para verla, pero ella sólo se dio la media vuelta y se fue.

Mi mejilla ardía demasiado y mis lágrimas no paran de salir.

—¡Deja de llorar de una maldita vez! ¡Te dije que vendrían los de la prueba de maquillaje y no quiero que te vean con los ojos hinchados! —ordenó a lo lejos.

Pasaban y los años y era cada vez más difícil. Ya no lo soportaba, ya no quería seguir haciendo eso. Anhelaba vivir mi vida como yo quería, por algo es mi vida, tengo derecho de hacer con ella lo que se me viniera en gana y ya no quería hacer lo que ella me ordenara.

Ganar, ganar, ganar. Todo gané, gané los concursos, gané las audiciones, gané la envidia de mis hermanos, gané el amor apache de mi madre, gané la lástima de mi padre, gané fama y la admiración de las personas a mi alrededor.




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