Todo por no perderme

Capítulo 40. Una luz al final del túnel.

Logré llegar a casa más temprano de lo usual, pero eso no quitaba que debía de seguir diseñando la ropa y el maquillaje de las modelos del próximo proyecto de RecordVideo.

¿Pudiste hablar con el representante de James O’Donnell? —le pregunté a Ann que estaba del otro lado de la línea.

—Sí, hablé con él, pero ni siquiera me dejó explicarle bien la idea de la campaña y dijo que no están interesados. Seguiré insistiendo, no me queda de otra.

—Espero que terminen aceptando, no podemos perder ese gran proyecto.

—No lo dejaré ir tan fácil.

—De acuerdo, nos vemos mañana.

—¿Hay algún problema? —preguntó Jon sentado en el sofá.

—Tenemos una gran campaña en puerta, un hotel nos contrató para hacer promocionales, pero quieren que la imagen de la campaña sea James O’Donnell. Ann ya se contactó con su representante, pero no están interesados. Si no lo conseguimos nos pueden cancelar el proyecto, RecordVideo no puede perder una campaña así de grande.

—Yo conozco a James O’Donnell, es del mismo sello discográfico que The Glory. He hablado un par de veces con él, puedo pedírselo como un favor.

—¿De verdad podrías hacer eso?

—Sí, claro, no hay problema, mañana mismo hablo con él.

—No sabes el gran favor que le harías a RecordVideo, gracias.

Reprimí cualquier intento de abrazo o sonrisa que me nació y caminé a la recámara.

Después de la cena y de darle las buenas noches a mis hijos, me tiré sobre la cama boca arriba. Me acomodé para dormir y observé el lado vacío. Acordamos que Jon dormiría en una de las habitaciones de invitados por un tiempo. Me negaba a sentir algo, pero el deseo de que estuviera junto a mí me invadió. Todavía necesitaba algunos días para terminar de aceptar todo lo que pasó y darme a mí la oportunidad de empezar de nuevo.

A mitad de la noche sentí que alguien abrió la puerta. Logré aclarar mi vista y reconocí a Olivia caminando hasta la cama.

—¿Qué pasa, cariño?

—Perdón, sé que es tarde, pero hay algo que no me deja dormir.

Me recargué sobre la cabecera de la cama y prendí la lámpara de mi mesa de noche.

—Dime de qué se trata —pedí con suavidad y ella se acomodó a mi lado.

—¿Papá y tu van a divorciarse? —preguntó con timidez.

—¿Qué? No, claro que no, cariño.

—Es que sé que han estado enojados uno con el otro, y ahora que papá no duerme contigo creímos que se separarían.

—¿Creímos? ¿Quién más lo cree?

—Solo los gemelos y yo, los demás no se han dado cuenta de lo que pasa, porque algo pasa, ¿no es así?

Sentí que se me removió el estómago al imaginar a mis hijos enterándose de la verdad. Si a mí me dolió no quisiera pensar cuánto les dolería a ellos, sin poder entender por qué las cosas sucedieron así.

—Sí, algo pasa —respondí después de un suspiro—. Pero tu padre y yo ya lo estamos arreglando, así que no te preocupes, todo estará muy bien.

—Yo tenía mucho miedo porque no me gusta verte triste, mamá, aunque nunca dijeras nada, sabía que no te sentías bien. —Sonreí en una fina línea y le acaricié la mejilla. Supe que a eso se refería mi padre al decirme que ya nunca más volvería a estar sola.

—Han sido meses difíciles, pero por fin las cosas quedaron arregladas y todo volverá a la normalidad.

—¿Lo prometes?

—Lo prometo. —Le d un beso en la frente y ambas nos acomodamos para dormir.

Gracias a la ayuda de Jon es que pudimos empezar con las grabaciones de la campaña. Los clientes quedaron fascinados con el trabajo y me complacía enormemente.

Los días pasaron y sentía que mi vida volvía a la normalidad. Jon volvió a ser el mismo de antes y yo también. Por consejos de Alan es que me tomé el tiempo de disfrutar cada cosa que hacía y también a marcar el tiempo de mis actividades. En casa solo se trataba de convivir con mi familia.

En el cumpleaños de los gemelos, Maxwell también me ayudó con la organización. Como mi asistente y más como mi amigo venía seguido a la casa, Jon se dio la oportunidad de conocerlo y tratarlo mejor.

Vi a mi esposo jugando con mis hijos y supe que quería seguir viendo esta escena por siempre. Sabía que lo quería conmigo. A pesar de que respetaba el trato que hicimos el cual evitaba demasiadas muestras de cariño entre nosotros, la verdad es que poco a poco, con sus atenciones y el tan solo ver cómo hacía todo para ganarse mi perdón me convenció de tomar una decisión. Yo también le debía una disculpa. En parte también me sentía culpable y ambos lo necesitábamos.

Un mes después…

Abrí poco a poco los ojos mientras me removía entre las sábanas. En ese momento la puerta se abrió y siete niños entraron con una bandeja de comida entre las manos.

—¡Feliz cumpleaños, mamá!

Los más pequeños brincaron a la cama y se subieron sobre mí para llenarme de besos y abrazos.




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