Mattia corre por el parque y ríe cuando las palomas salen volando. Me encanta verlo correr sano y feliz. Soy feliz cuando él es feliz.
Mamá me dijo que he criado muy bien a su nieto y que es un niño lleno de vida, lo que me llena de orgullo porque más de una vez pensé que no podría con esa responsabilidad.
—¡Mattia, ten cuidado de no chocar a las personas!
—No dramatices. Yo cuido de mi sobrino. —dice Sam levantándolo en el aire.
Me doy la vuelta en busca de algo fresco para beber. Sé que mi hijo está al cuidado de Sam, así que me permito relajarme unos minutos.
La semana ha sido estresante, pues es mucha presión convertirse en jefa e intentar demostrarles a todos que estoy ahí por merecerlo y no por ser la hija del dueño. No es que alguien me haya recibido mal, al contrario, han sido amables.
Tampoco deja de darme vuelta la cabeza la cuestión de Storm.
No entiendo que pretende invitándome a cenar o acercarse a mí en plan personal. ¿Acaso quiere que retomemos la relación? Eso no va a pasar. Me da igual que se esté divorciando, sigue casado. Tampoco saldría de nuevo con él porque no confío en él. Para mí no es más que un mentiroso y jugador. Por algo se está divorciando.
Lo que me tiene dando vuelta la cabeza es Mattia.
No sé como averiguar si él tiene deseos de ser padre o no y por eso no tuvo hijos con su esposa. Me inclino más por una respuesta negativa debido a la profesión de su esposa.
Si intento preguntarle directamente, lo tomará como algo personal y creerá que pretendo algo más allá de lo profesional. Tampoco puedo contar con mi padre o creerá que estoy interesado en Storm.
¿Por qué todo tiene que ser tan complicado? Sería feliz teniendo la certeza de que Storm no quiere hijos o con él fuera de mi vida. Es obvio que el destino no piensa igual que yo.
Llego al camión de bebidas y pido una coca cola sin azúcar, le doy un trago disfrutando del sabor y de la frescura.
El verano en Nueva York es caluroso y aunque falta un mes para que acabe y Mattia comience la escuela, para mí es eterno porque soy amante del frío.
Me giro para buscar con la mirada a mi hijo y a mi mejor amiga al momento en que me choco alguien y suspiro por no haber volcado la bebida encima del hombre. No es como en los libros y en las películas, donde dos personas se chocan y uno vuelva la bebida del otro terminado con coqueteo y número de teléfono.
Alzo la mirada para disculparme cuando me encuentro cara a cara con el hombre de mis sueños pasados y mis pesadillas presentes.
¿En serio debo verlo hoy sábado? Ni siquiera puedo descansar el fin de semana.
—¿Estás bien? Siento haberte chocado, pasaba por el parque, te vi y no me di cuenta de que me acerqué demasiado.
Ruedo los ojos.
—Estoy bien y tuviste suerte de que te tirara la bebida encima, aunque hubiera sido tu culpa.
Paso de él y sigo caminando, rogando que no vea a Mattia. Todavía no me decido a decirle la verdad.
—Hallie, sé que me odias y no quieres saber nada de mí y no te culpo.
—No te odio, pero tampoco te aprecio y prefiero no abrir viejas heridas.
—No soporto que pienses tan mal de mí. Y sé que es mi culpa porque te dejé creer cosas que no eran.
Me freno y lo enfrento.
—¿Qué es lo que quieres, Storm? ¿Acaso me vas a decir que no has dejado de pensar en mí todos estos años y te sientes culpable por lo idiota que fuiste? Si me dices eso, no te voy a creer. Si lo que quieres es mi perdón, lo tienes. Lo creas o no, te perdoné hace mucho tiempo porque me di cuenta de que ya te había superado y no tenía sentido guardar rencor. Si no quiero saber nada de ti, no es por sentir algo, sino porque no confío en ti. Perdonar no quiere decir olvidar. Cuando no estemos trabajando, puedes ignorarme, no me voy a ofender.
Se queda pie observándome. En sus ojos puedo detectar algo de dolor e incertidumbre. ¿Ahora me quiere hacer creer que le importa mi rechazo? Lo dudo y si le duele, pues que pruebe un poco de su propia medicina.
—Entiendo.
—Bien, no tenemos nada de que hablar.
—Mami, la tía Sam se fue por una emergetia de policía y dijo que después te llama.
Mi hijo aparece a mi lado y me quedo congelada. Storm fija la mirada en él y este se percata de su presencia, también lo mira con el ceño fruncido.
—Bien, vamos por un helado.
Mattia no me escucha, sino que se coloca frente a mí mirando mal a Storm. No le gusta que los hombres se acerquen a mí. Es muy celoso.
—¿Quién es él? —pregunta mirándome.
—Nadie, un cliente del trabajo.
Tomo su mano.
Para mi sorpresa, Storm se agacha un poco y extiende la mano.
—Me llamo Storm, un gusto, pequeño. Eres Mattia, ¿verdad?
¿Cómo sabe su nombre?
Mierda. ¿Habrá descubierto que es su hijo? No, no puede ser. Me habría dicho algo.