—Abuelo, mami se enojó conmigo porque no levanté mis juguetes.
—¿Ah sí? —asiente—. ¿Te gritó?
Mi hijo frunce el ceño.
—No, ella no grita, pero pone los brazos así—coloca los brazos en jarra como suelo hacer cuando me enojo—y menea la cabeza. Así sé que está enojada.
Mi padre está esforzándose para no echarse a reír. Yo misma intento no reírme.
—¿Te gusta que tu mami se enoje?
—No, no me gusta.
—Entonces debes obedecerla, incluso juntar los juguetes—Mattia suspira—. ¿Prometes hacerlo?
—Sí. ¿Me das otros dulces?
Papá me mira y asiento. Limito mucho su consumo de dulces, aun así, hoy puedo dejarlo pasar porque es sábado.
Mattia agarra la bolsita que le tiende mi padre y se sienta a comerlos y a contarle a su abuelo que está ansioso por comenzar la escuela y que ya está aprendiendo a leer para ser un estudiante sobresaliente.
Aprende muy rápido, es como una esponja que absorbe de todo, se interesa y pregunta. Me gusta que sea de esta forma y no es de esos niños que viven hipnotizados con los celulares y las tabletas electrónicas, convirtiéndose en zombis que no saben que hacer cuando se les va a internet. No es que yo le haya prohibido, él no mostró interés. Prefiere dibujar, pintar, jugar y leer antes que jugar en mi celular. Sabía hacer videollamadas y solía pedirme el teléfono para llamar a mis padres. No descargaba juegos o buscaba en líneas como otros niños.
El sonido del timbre me hace fruncir el ceño.
—¿Esperan a alguien?
—Ya llegó—responde mamá saliendo de la cocina—. Hallie, debiste maquillarte un poco.
Ella sigue caminando con dirección a la entrada mientras miro a papá.
—¿Por qué dijo eso?
Papá le dice a mi hijo que busque sus libros para pintar y él se levanta de un salto para ir a buscarlos en la mochila que dejó en la cocina.
—Tenemos un invitado esta noche. Es algo poco usual, pero él me cayó muy bien y terminé invitándolo a cenar, luego me arrepentí porque es un cliente y no me gusta mezclar las cosas. Sin embargo, ya era tarde para echarme para atrás, así que no importa.
Trago con fuerza porque no sé por qué tengo un mal presentimiento, el cual se hace real cuando veo a mamá aparecer en la sala con Storm muy sonriente a su lado.
Entiendo que mi padre se haya emocionado con él y lo invitara a cenar por error, no sería la primera vez; sin embargo, no entiendo por qué él aceptó sabiendo que son mis padres. Seguro para fastidiarme.
Todavía no me decidí a decirle la verdad y tal vez esta noche sea el momento para averiguar que opina sobre los hijos y saber que pasó con su esposa. Mi madre es experta en interrogar a las personas y sacarles información, aunque no quieran. Ya no ejerce como abogada, pero sigue teniendo el toque.
Papá lo saluda con un apretón de manos y yo a distancia porque no quiero contacto con él.
Mamá agarra la botella de vino que él le entrega y pide que nos sentemos un momento porque la cena estará lista.
—Gracias por invitarme, Roger. Tiene una casa linda.
—Gracias. Si bien mis tesoros más preciados son mi esposa y mi hija—sonrío—. Siéntate, muchacho.
Él lo hace.
—¿Y el pequeño Mattia?
—¿Conoces a mi nieto?
—Tuve la suerte de cruzarme con Hallie hoy en el parque y lo conocí. Me dijo que su mami es de él.
Papá se echa a reír.
—Yo le digo que su mami fue mía primero y se enoja.
Hablando de mi pequeño, él aparece con su mochila y enarca una ceja en dirección a Storm. No le agrada, de eso no hay dudas.
—¿Qué hace este feo aquí?
—Mattia, no seas grosero—regaño—. Recuerda lo que te dije.
Me mira con disculpas.
—Es amigo mío, compañero y se quedará a cenar.
Mi hijo se acerca.
—¿Te vas a llevar a mi mami?
Storm sonríe, una sonrisa idéntica a la de su hijo.
—No. Lo prometo.
—¿Y a mis abuelos?
Ríe.
—Tampoco. No me voy a llevar a nadie, solo vine a comer y a pasar el rato. Lo prometo. De hecho, te traje algo—mi corazón se acelera cuando él saca una caja de pegatinas de autos—, no sé si te gustan.
Él mira la caja y me mira a mí antes de agarrarla, yo asiento y entonces la agarra.
—No puedes comprarme, pero acepto el regalo.
—¿Cómo se dice? —le recuerdo.
—Gracias—voltea hacia mi abuelo—. ¿Me ayudas, abuelo?
—Claro, vamos a la mesa.
Papá se pone de pie y mi hijo lo sigue al comedor dejándonos solos a Storm y a mí. Él se pone de pie y se acerca, yo lo esquivo y le digo que iré a ayudar a mamá a la cocina, aunque ella no está cocinando, solo supervisando.