Todo se cura, hasta el corazón

II

SIRIANA

—Alguien que pase a hacer el siguiente ejercicio —pide la profe de inglés.

 

No me pienso levantar, aunque apunten mi cabeza con un arma.

 

—Vamos, que alguien vaya porque sino elijo yo —vuelve hablar.

 

Y ruego que no me llame a mí, si digo la verdad, entiendo menos que matemática. Gracias a Dios que Fabricio se levanta y va directo al pizarrón; cuando está por hacer el ejercicio, tocan la puerta. La profe abre la puerta y aparece el director.

 

—Buenas —saluda— vine a traer al nuevo alumno de Estados Unidos.

 

Con Zai nos miramos preguntándonos si es mi vecino.

 

—¿Creés que sea él? —pregunta susurrando Zai.

 

Ayer le conté sobre este chico y todo lo que yo había hecho. Se rió de mí; siempre tan linda mi mejor amiga.

 

—Yo creo que sí —Para mí sí es él—. Es rubio, de Estados Unidos y justo el que era mi vecino con esas mismas características, regresa.

 

El chico estadounidense ingresa al salón; serio, callado y tranquilo, básicamente como una persona normal. Al verlo, me doy cuenta que es él, imposible no darse cuenta. Sigue igual, nada más que ahora está mucho más alto, se le oscureció un poco el pelo y tiene cara de un chico de dieciocho años.

 

—Sí, es él.

 

—Igual era algo obvio —dice ella.

 

—Zaida y compañía, cansada me tienen con sus charlas —se queja la profesora. ¿Cuándo es que se fue el director y todos nuestros compañeros se nos quedaron viendo?—. Se separan, de ahora en más se van a sentar una en cada punta.

 

—Son insoportables, encima que tienen la voces chillonas, no dejan de hablar —suelta Julián.

 

—Callate, engreído de cuarta, nadie tampoco te quiere escuchar y hablas porque se te da la gana —le grita Zaida.

 

Julián le sonríe de tal forma que te agarra unas enormes de pegarle, pareciera que le encanta discutir. Es insoportable.

 

—Basta, Zaida, andá para allá —indica la profe enojada y luego con voz más tranquila le dice a Noah—. ¿Te podés sentar junto Siriana?

 

Noah serio asiente con la cabeza y se dirige hasta el asiento a mí lado. No me mira y no dice nada, seguro ni se acuerda de mí; lo peor es que yo sí lo recuerdo.

 

—Gómez —me llama la profesora—, pasá al pizarrón y hacé el siguiente ejercicio.

 

Abro los ojos asustada. No hice la tarea, me voy a morir acá en medio del salón; tengo que decirle que no lo hice.

 

—Es que no... —intento decir, sin embargo no me deja hablar.

 

—¿Querés  un uno? —La miro sin poder creerlo— Si no querés un uno, pasá a hacer el siguiente ejercicio —El grupito de siempre se ríe y la profesora dice—. Hagan silencio.

 

—Ay, no entiendo nada —digo en un susurro.

 

O eso creí, porque una voz con acento totalmente distinta a la que suelo escuchar, dice:

 

—El verbo queda igual.

 

Lo miro sorprendida, pero Noah tiene su vista hacia el pizarrón y creo que en realidad fue imaginación mía y nunca me dijo nada.

 

—Para hoy, no para mañana, Gómez.

 

¿Cómo una profesora puede ser tan mala?

 

Me levanto de mi lugar y agarro el fibrón para hacer el ejercicio. Me quedo parada frente al pizarrón sin saber nada, ¿qué tengo que hacer? Bueno, Siri, calmate, vos podés. Miro los demás ejercicios y noto que en los espacios vacíos hay que escribir lo que está entre paréntesis, pero en algunos casos está modificado. ¿Será el verbo? Giro mi cabeza hacia la profesora y le pregunto:

 

—¿Este es el verbo? —en el fondo del salón se ríen de mí pregunta y la profesora los calla. ¿Qué onda? No estamos en la primaria como para que se rían, no crecen más.

 

—Sí, Siriana.

 

Bien, dijo que es el verbo. Recuerdo que Noah —si es que no imaginé cualquiera—, mencionó que el verbo queda igual. Escribo el verbo así como está en el espacio vacío y dejo el fibrón en el escritorio de la profe. Ella mira lo que hice y con desinterés me informa que está bien.

 

Giro sobre mis pies y lo primero que veo es a Noah; sigue serio, lo que me sorprende es que él me está mirando, algo que produce que me ponga un poco rojita. Me siento en la silla y apoyo sobre la mesa mi codo, mientras sostengo mi cabeza con la mano. Miro de reojo a Noah y el presta atención a cómo hacen los ejercicios nuestros compañeros.

 

Termina la clase y mi compañero de al lado saca su celular, se levanta de su lugar y antes de que se vaya, le digo:

 

—Gracias por la ayuda y disculpá si no te agradecí antes —musito con timidez.

 

Él me sonríe, cosa que no me esperaba para nada.

 

—No hay de qué —contesta con su acento tan poco común—. Aunque puedes pagarmelo con un favor.

 

Primero abro los ojos sorprendida y arrugo un poco la nariz sin saber qué me va a pedir.

 

—Sí, decime —digo con un poco de miedo. Me tiemblan las piernas, y lo hacen desde que Noah se sentó a mi lado.

 

—¿Me enseñas la escuela? —pone su mano en su nuca y mirándome fijo a los ojos—, es que no conozco a las personas de acá.

 

¿Viste cuando te piden algo y no sabes qué hacer? Bueno, así estoy. Rápidamente busco con la mirada a Zaida, ella está hablando con una compañera de no sé qué.

 

—Sí, no hay drama —contesto sin pensarlo tanto.

 

××♡××

NOAH

Vamos caminando por los pasillos de la escuela con Siriana, mi nueva compañera de banco y en eso me cruzo con el chico que ayer me indicó cómo ir a los vestuarios cerca de la cancha. No viene solo, sino que con él está otro chico de su mismo equipo. Se acerca y me saludan; a Siriana también, ¿la conocerán?



#29777 en Novela romántica

En el texto hay: amor, dios, cristiana

Editado: 13.11.2020

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