Todo se cura, hasta el corazón

IV

SIRIANA

Con Virginia vamos caminando hacia la plaza donde Noah y sus amigos juegan a la pelota, y donde yo siempre arrastro a mi mejor amiga para que me acompañe a verlo.

 

—Ya pasaron dos años, Siri, ¿cuándo le vas a decir que te gusta? —pregunta Virgi.

 

—Nunca, Noah me va a rechazar.

 

—No creo, si sos hermosa —habla mi mejor amiga muy confiada en lo que dice.

 

—Eso lo decís porque sos mi mejor amiga —Nos sentamos en un banco que está a un par de metros de donde juegan los chicos—, además, tengo doce años, mi papá no me dejaría tener novio.

 

—Sí, en eso tenés razón, no creo que te deje tener novio.

 

En un momento, mientras le decía algo a Virginia, siento que algo toca mis pies; bajo la vista a ellos y encuentro una pelota, la pelota con la que juegan los chicos. Dirijo mi mirada hacia adelante y ahí lo veo, Noah está serio, mirándonos fijamente. Franco, uno de sus amigos, le dice algo en la que todos se ríen, menos Noah. ¿Qué le habrá dicho?

 

Veo que él viene para acá, por ende, agarro la pelota para dársela. Cuando se acerca, se la extiendo con una sonrisa y le digo:

 

—Toma —Pero esa sonrisa se borra cuando él me la saca con brusquedad de las manos.

 

—¡Ya, déjame en paz! —grita con su acento—, ¡No te aguanto más! Deja de perseguirme —me dice enojado—. No me gustas y jamás lo harás.

 

Con eso último, se gira y se va por donde vino, dejándome un dolor en el pecho. Miro a Virginia sin poder creerlo y ella está igual que yo. Mis mejillas se sienten frías y con mis manos las toco, ¿estoy llorando? ¿Cuándo fue que lo empecé a hacer?

 

—Ven, vamos a casa. No llores —habla Virgi y se levanta de su lugar—, Noah no vale la pena.

 

Extiende su mano y yo la tomo. Doy una última mirada hacia él, pero nada, Noah sigue jugando. Ahí, justo en ese preciso momento, sentí una desilusión muy grande. Nunca pensé que ese chico al que decía y veía como perfecto, me diría cosas tan feas. Y lo que esperaba, nunca llegó, porque sí, esperaba unas disculpas, algo que al parecer no estaba entre sus planes hacer.

 

Pasaron un par de días, días en las que evité cualquier ventana que me diera hacia su casa y en especial a esa que daba a su cuarto. Hoy me entero por parte de mi mamá que nos invitaron a cenar la familia Baker para esta misma noche.

 

—Me niego a ir, no pienso ir —digo muy decidida y con firmeza.

 

—Bueno, desde ya te digo que para comer tenés pan y agua, no hay otra cosa —comenta mamá seria.

 

—Pero si quedó el pastel papa y carne en la heladera —le digo molesta.

 

—Eso es para mañana, vos decidís, venís con nosotros y comés asado, o te quedás acá comiendo pan —habla mamá tan desafiante.

 

Según ella es una falta de respeto no aceptar una invitación de tus vecinos para comer. Las madres siempre terminan ganando. Me pongo un jean negro, una camiseta bordó y unas zapatillas del mismo color que el jean. Miro mi reflejo en el espejo y me digo a mí misma:

 

—No le hables y mucho menos, lo mires.

 

En la puerta de los vecinos, la mamá de Noah nos recibe con una gran sonrisa. Ella me saluda con mucho cariño y entramos hasta la sala de estar.

 

—Disculpen el olor que llevo encima, es que la que prepara el asado en esta casa soy yo —dice la mamá de Noah riendo. Oh, miren, ella sí se sabe disculpar, no como otros niños de pelo rubio que dicen cosas feas.

 

—No te preocupes Verónica —responde mamá—. Mirá, acá traje la ensalada de papa para acompañar el asado.

 

Ella abre la boca sorprendida. No se esperaba que mi mamá trajera la ensalada.

 

—Muchas gracias, Claudia, sabía que algo se me estaba olvidando y era la ensalada —comenta la señora Baker.

 

—No hay de qué.

 

Verónica se va hasta la cocina con la ensalada y cuando vuelve, papá pregunta:

 

—¿Y los muchachos dónde están?

 

—Se fueron a buscar el helado, en un rato llegan.

 

Escuchar eso me alegra, no tenerlo cerca por un rato hace que las cosas sean más fáciles, pero mi felicidad se desvaneció al escuchar la puerta abrirse.

 

—Buenas —saluda el señor Baker con una bolsa plástica donde está el helado.

 

El señor Baker saluda a mi familia y luego se acerca a mí.

 

—Hola, Siriana, ¿cómo te encuentras? —pregunta con acento extranjero.

 

Yo le sonrío, con las manos agarrando la parte de abajo de mi remera algo nerviosa.

 

—Bien, ¿y usted? —pregunto con cortesía.

 

—Muy bien, gracias por preguntar.

 

—De nada —respondo.

 

Él se aparta y el niño al que estuve evitando por días, aparece frente a mí. Mi sonrisa se borra nuevamente. Puede que sea exagerada, más que nada porque soy todavía una niña y no es el fin del mundo. Sin embargo, lo que me dijo fue realmente doloroso, mi decepción y enojo no se me van a ir de un día para el otro. Noah hizo lo que nunca esperé, yo lo veía como alguien bueno, no como una persona que te grita diciéndote: "Déjame en paz". Eso dolió.

 

—Hola —me saluda él con una media sonrisa.

 

Es broma, ¿no? Con lo que pasó es imposible que pueda estar sonriendo. Seguro lo hace porque por fin se deshizo de mí. Ese pensamiento hizo que me molestara todavía más.

 

Noah se acerca para saludarme, pero yo giro todo mi cuerpo dándole la espalda, diciendo lo más seca y cortante que puedo:

 

—Hola.

 

Sentados en la mesa —yo por desgracia frente Noah—, comemos y los adultos charlan. No le dirijo la mirada como me lo había prometido. No podía darle el gusto de verme vulnerable ante él, después de lo que pasó el otro día en la plaza.



#33445 en Novela romántica

En el texto hay: amor, dios, cristiana

Editado: 13.11.2020

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