Todo se cura, hasta el corazón

VI

SIRIANA

Ya pasaron un par de semanas desde la llegada de Noah. Gracias a Dios pude faltar a la cena en la que mi querida mamá organizó con nuestros vecinos. Recuerdo que llegué al trabajo exhausta por la escuela y lo que hice fue tirarme al sillón ya que los pequeños estaban durmiendo. Pero como si mi mamá detectara cuando estoy tranquila, me llama para saber por qué no estoy en casa. Le dije que estaba en el trabajo y bueno, obvio me retó porque no se lo había dicho. Está más que claro que le mentí diciendo que olvidé comentarle que justo ese día tenía que trabajar. Sorry, ma.

 

—Siri, creo que ya pasó tiempo, ¿cuándo se lo vas a decir? —pregunta Zai.

 

Esa pregunta hizo que hiciera una mueca de ¿disgusto, molestia? Digamos que no me gusta que me anden reprochando por las decisiones que tomo.

 

—Por el momento no pienso hacerlo —contesto con un evidente desinterés, quiero que se dé cuenta que no tengo ganas de hablar del tema. Sin embargo ella no se da por vencida.

 

—Cada día se te va a ser más difícil ocultarle esto —responde seria.

 

Pongo los ojos en blanco queriendo que esto termine acá, no es la primera vez que hablamos sobre este tema.

 

—Ya lo sé, Zaida, pero no entendés —digo irritada—. Vos no fuiste la que estuvo años loca por un chico, e hiciste tonterías al grado de que te dijera de todo.

 

Zai se echa a reír de tal forma, que un par de alumnos se dieron vuelta. Su risa no es para nada delicada.

 

—La verdad es que eras una acosadora impresionante, no me lo esperaba de vos sinceramente. Te ves tan tranquila e inocente.

 

—Yo todavía no me creo que haya espiado a mi vecino, ¿cómo permitieron mis papás dejarme tanto tiempo libre?

 

La colorada está por hablar, pero se ve interrumpida por la llegada de un rubio extranjero. Éste nos mira con una sonrisa tan radiante como el sol de esta tarde.

 

—Hola, chicas —nos saluda.

 

Todavía no me acostumbro a que Noah sea parte de nuestro grupo, siempre habíamos sido Zai y yo, aunque supongo que lo que se me hace más raro es que prefiera estar con nosotras y no con sus compañeros de equipo. Le devolvemos el saludo y él se sienta a mi lado.

 

—Siri, sé que te fue mal en el trabajo de inglés, ¿quieres que te ayude? —propone Noah.

 

Me quedo como estúpida mirándolo. Voy a responderle, pero Zaida se me adelanta.

 

—Sí, por favor, mi paciencia para explicarle a esta chica se agotó —Zai señala nuestros apuntes en el piso—. Es más, terminamos hablando de otra cosa que no tiene nada que ver con la materia. No se puede estudiar con ella, habla y habla, pero nunca estudia.

 

Elevo mis cejas sorprendida, en cambio, nuestro nuevo amigo se ríe.

 

—¿Cómo dices que dijiste? —pregunto imitando a Miley de Hanna Montana.

 

—Yo sólo dije la verdad.

 

—Pero qué mentirosa que sos —digo mirando a Zai, me giro hacia Noah—. No le creas, ella se droga.

 

Él se ríe y mi mejor amiga ni se ofende con lo que le dije, es más con una sonrisa en su cara contesta:

 

—Podré drogarme, pero a mí las drogas no me va a afectar a la hora de hacer la prueba. El que vos hables, sí, porque no entendés nada.

 

Auch. Tiene razón en eso. Odio inglés y odio no entender nada.

 

—¿Te drogas? —pregunta Noah sorprendido.

 

—No, no me drogo —Él asiente con la cabeza aliviado de que mi mejor amiga no se drogue—. No todavía.

 

Noah se le queda viendo sin entender que le está haciendo una broma.

 

—Te está bromeando, Noah, no le hagas caso.

 

Nuestro amigo emite un «Ah» bajito. Se forma un silencio en el cual ninguno habla, y como Zaida no sabe quedarse callada por más de dos minutos, rompe ese silencio.

 

—Bueno, querido amigo, Siri acepta que la ayudes a estudiar.

 

Espera, ¿qué? ¿Cuándo fue que acepté eso? Miro a Noah y él en silencio, espera a que le confirme. No quiero, que vergüenza que tengamos que estudiar los dos solitos; aunque, pensándolo bien, necesito ayuda.

 

—Sí, gracias por ofrecerte —digo casi nerviosa. No sé decir que no.

 

Noah me regala una sonrisa y el timbre suena, anunciando que el recreo finalizó.

 

—¿En dónde nos juntamos? —pregunta.

 

Ah, cierto que tenemos que juntarnos. Está bien, él no puede venir a mi casa, sino va a saber quién soy, y yo no puedo ir a la suya porque sus papás seguro me van a reconocer. Ya sé, ¿qué mejor que la biblioteca para ir a estudiar?

 

—¿Te parece bien que vayamos a la biblioteca?

 

Zaida, sin que la vea mi vecino, al escucharme, arruga su entrecejo y después pone los ojos en blanco. Sabe la razón por la cual dije de ir a la biblioteca. Me conoce tan bien.

 

—Me parece bien —contesta él y concluye esta conversación con una sonrisa.



#33445 en Novela romántica

En el texto hay: amor, dios, cristiana

Editado: 13.11.2020

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