SIRIANA
Aunque haya pasado años desde que la vi por última vez, puedo reconocer a Verónica. Sigue siendo hermosa a pesar de los años. Lo que ahora noto es una panza, pero de embarazada. Noah me había comentado que su mamá estaba embaraza pero jamás creí que estuviera una panza tan grande.
—Siri, estás preciosa, cuanto creciste —comenta y con mucha confianza me abraza, algo que no me molesta.
—La verdad es que sí, está más grande y más bonita de lo que ya era antes —habla ahora su marido—, ¿no te parece Noah?
¡Noah, cierto! Me había olvidado él por un momento. Saco mi vista de ellos dos y la paso al rubio que me mira serio. No puedo evitar ponerme mal, esto es mi culpa y como dijo la abuela, Noah tiene todo el derecho de enojarse.
—Sí, muy bonita —responde él serio.
Mi amigo, si es que después de esto lo sigue siendo, se acerca y me saluda con un beso en la mejilla. Los invito a pasar, pero solo dos mayores entran. ¿Por qué mamá no me dijo que venían?
Hago pasar a Noah y él todavía serio lo hace. Cierro la puerta —porque hace frío y pueden entrar ladrones— y cuando me giro hacia el interior de la casa, me encuentro con Noah mirándome, como si esperara una explicación, y bien que se la debo.
—Perd... —Estoy por disculparme, pero mi papá me interrumpe para saludar al rubio que tengo adelante.
Este le regala una sonrisa que desearía que a mi me la dé. Zaida tenía razón, si serás tonta Siriana, ella te dijo que él tarde o temprano se iba a enteran, pero no. Qué terca que soy. Esto me pasa por cobarde. Tonta, tonta, tonta.
Cuando mi papá se aleja, Noah se acerca.
—Después los dos vamos a hablar de esto —Y nos señala a ambos diciéndolo bajito.
A mí no me queda de otra que asentir con la cabeza y caminar hasta donde están todos.
Nos sentamos a comer. La abuela en la punta, al igual que papá, Verónica entre el Señor Baker y mi mamá, y con Noah nos sentamos uno al lado del otro. Durante la cena, no cruzamos ninguna palabra, nada y eso dolía. No puedo creer que haya arruinado mi amistad por esto. Encima que me cuesta hacer amigos, echo a perder todo por una estupidez.
La cena terminó, y como dije antes, no cruzamos palabras. No sé cómo explicar esa sensación de tenerlo ahí, de querer charlar con él como las veces que nos quedábamos en la biblioteca hablando sobre nuestras vidas, y no poder hacerlo. La familia Baker se despidió y se fueron. Son la tres de la madrugada y yo me encuentro mirando el techo sin poder dormir porque no paro de pensar en lo de hoy. Agarro mi celular para ver si Noah me dejó algún mensaje, pero no hay nada. Él me había dicho que luego íbamos a hablar de esto, pero ¿cuándo lo vamos hacer? Se encuentra en línea y por un momento me agarra esa tentación de mandarle un mensaje. Lo pienso por unos segundos si hacerlo o no... ya fue, no puedo no hablar con él.
Yo:
¿Estás?
Noah no se tarda en ver el mensaje, sin embargo queda todo ahí, en dos tildes azules. Noah Baker me clavó el visto. Algo molesta bloqueo el celular y lo dejo en la mesita de noche. Pero a los dos segundos de dejarlo mi celular suena y lo agarro con rapidez.
Noah:
Sí, estoy.
Pienso en lo que le voy a poner y luego escribo.
Yo:
Necesito hablar con vos.
Espero su mensaje y no tarda ni un poco en contestar.
Noah:
Bueno, hablemos. Te espero en la terraza de tu casa en tres minutos.
Esperá, ¡¿qué?! ¿En la terraza? O sea, hace un frío de locos ¿y el quiere que nos veamos en la terraza? ¿Este chico es consciente de lo que acaba de decir? Como todavía no respondí su mensaje, me llega otro de él.
Noah:
¿Te parece bien?
Me quedo unos segundos viendo el mensaje y le respondo.
Yo:
Sí, nos vemos en tres minutos.
Bloqueo mi celular y me levanto de la cama, agarró una campera para abrigarse del frío y salgo de mi pieza en silencio. Subo las escaleras hasta el taller de mi mamá y abro la venta para salir. Podría salir por la puerta, pero no tengo ni idea en dónde están las llaves.
Ya afuera, siento el frío envolviendo todo mi cuerpo, no puedo evitar temblar del frío. Debí traerme algo más, pero ya no puedo ir en busca de otro abrigo porque Noah se encuentra ahí parado con una frazada que le envuelve el cuerpo. Él me invita para que nos sentemos y le hago caso. Nos sentamos sobre el piso fresco y con mis brazos me abrazo.
¡Qué frío que hace!
Ambos sentados, un silencio súper incómodo se forma. Yo juego con mis dedos sin saber cómo empezar; él está esperando a que hable, ya que yo le dije quería debíamos hacerlo.
—Creo que si no hablas ahora, nos vamos a morir congelados —comenta él en tono de broma. Eso hizo que los nervios disminuyeran un poco.
A penas emito una risita, aunque la apago al recordar porqué estamos acá.
—Perdón, Noah, nunca quise mentirte —Disculparme hizo que ese nudo que tenía en la garganta, se fuera.
—¿Y por qué lo hiciste? —pregunta mi vecino sin sonar a reproche.
—Es que no quería que me recordaras como esa chica que te acosaba cuando éramos chicos, tenía miedo que ya no me vieras como una amiga, sino como la loca que quería revisar tu basura para guardarme algo tuyo.
¿Qué acabo de decir? Creo que eso último no era necesario.
—¿Qué, tú querías revisar mi basura cuando éramos pequeños? —pregunta sin poder creerlo.