Mamá ya no está en la casa le pregunté a papá y dice que no va a volver siempre estaba molesta conmigo
Dios, es cierto. Lo había olvidado. La madre de Mads los abandonó cuando ella era pequeña. Yo sólo la vi una vez, acompañándola a la escuela. Daba la impresión de ser una mujer fría y demandante. Se dice que venía de una familia adinerada, pero terminó casada con un pobre diablo, en una casucha destartalada. Debía trabajar, llevar la casa, cuidar a Mariam. Una vida agobiante y escasas satisfacciones. No me asombra que siempre estuviera molesta; y nadie en el barrio se sorprendió cuando ella se fue, pero creo que algunos se alegraron. Era simplemente una mujer desagradable. Dudo que haya sentido amor hacia alguien alguna vez.
Mads nunca me habló mucho sobre su madre. Ni una sola vez la nombró. Supuse que ni siquiera se acordaría de ella, que su corta edad le habría impedido guardar recuerdos de esa horrible mujer. Debe haber sufrido mucho, debe haberse sentido abandonada. La persona que —se supone— debía amarla más que a su propia vida, la abandonó sin más. La dejó a la deriva. Quedó a solas con su padre, un tipo borracho y violento, que nunca trabajaba y se gastaba el poco dinero que lograba conseguir en alcohol, en lugar de ocuparse de su hija. No imagino lo que habrá pasado en esa casucha triste y fría, en las oscuras noches, soportando los gritos de ese cerdo.
Sabía todo esto de Mariam, por supuesto. Recuerden que vivíamos a unas casas de distancia; pero la distancia entre nuestras realidades cotidianas era abismal. Mi casa era una casa modesta pero bonita, emplazada en una esquina donde siempre daba la luz del sol. La casa de Mariam quedaba doblando a un callejón y subiendo por una estrecha escalera de metal oxidada; en un lugar oscuro y pequeño, que no notabas a menos que estuvieras buscándolo. Sin embargo, nadie lo buscaba. Todos elegíamos sabiamente evitar esa zona, nunca jugábamos allí ni íbamos a buscar una cometa o una pelota cuando terminaban cayendo fatídicamente por esos lares. Nunca me puse a pensar seriamente en que Mads, mi alegre Mads, solía vivir ahí.
Bueno, no era tan alegre en ese entonces, la verdad. Era el tipo de persona con la que no quieres tener problemas. La mayoría de los pequeñajos como yo la odiábamos y le temíamos. Llegaba a la escuela a pie, y volvía a casa a pie. Jamás almorzaba, aunque siempre nos quitaba el almuerzo mediante certeros golpes. Nunca hablaba con nadie. En clase se mantenía en silencio, con la cabeza gacha, realizando los ejercicios sin esfuerzo. En los recreos se quedaba apartada de los demás. Le gustaba patinar, y no lo hacía mal. Solía practicar con sus patines durante los recreos, de modo que también eran un recreo de sus ataques e insultos. Sobre todo la tenía conmigo. Siempre estaba mirándome, fijamente, como si quisiera comerme. De hecho, una de las bromas habituales sobre ella consideraba la seria probabilidad de que se alimentara a base de carne humana. Eso explicaría su extraña conducta. Se decía que era un vampiro, un zombi, una bruja, que sé yo. Tonterías de niños. Yo no las inventaba ni creía en ellas, pero recuerdo haberme reído y repetido estas u otras mentiras crueles.
Pensándolo detenidamente, supongo que debía de dolerle. A mí me dolía cuando se burlaban de mí. Ahora que lo pienso, debió haber vuelto a casa llorando muchas veces sin que nadie lo supiera. Éramos una parva de niños tontos, nunca consideramos que nuestros dichos y juegos pudieran afectarla, que ella pudiera tener sentimientos profundos. Nunca la consideramos una persona: ella era sólo buen material para chistes, buen blanco para bromas, buen chivo expiatorio. Como yo mismo, de hecho. No había considerado que tuviéramos tantas cosas en común sino hasta conocerla mejor, pero lo cierto es que nuestras infancias fueron bastante parecidas. Con una pequeña gran diferencia, yo nunca pasé hambre, nunca pasé frío. Si bien no tuve una buena relación con mis padres —ellos son tan controladores, suponen gratuitamente que voy a fallar sólo porque no sigo el mismo camino que ellos—; pero mi abuela me amó tal como era, sin intentar cambiarme, aceptando y apoyando mis decisiones. A pesar de los fracasos, de las burlas, de la actitud de mis padres; jamás dejé de sentirme amado. No lo había considerado seriamente, pero lo cierto es que recibí mucho amor durante mi vida. No sé si Mads pueda decir lo mismo.
Me resulta extraño pensar que, siendo niño, pasé mucho tiempo odiando a Mariam, deseándole la muerte. Ella era una persona sumamente desagradable. Egoísta, engreída, rastrera, traicionera, agresiva, impredecible. Era mejor mantenerse alejado, o podías llevarte un ojo morado por el sólo hecho de existir. El tipo de persona que se las toma contigo sólo porque ella está teniendo un mal día, como si tú tuvieras la culpa, como si golpearte o insultarte sirviera para cambiar las cosas. No entendía la existencia de tanto odio, tanta violencia en su interior. Sinceramente daba miedo. Parecía capaz de cualquier cosa. Supongo que ahora comienzo a entenderla. No la justifico, nada que te suceda en la vida es excusa para ser un imbécil con los demás, sobre todo cuando no te hicieron nada; pero al menos comienzo a vislumbrar sus motivos, aunque no esté de acuerdo con ellos. Algo tarde, pero dicen que es mejor tarde que nunca.
Leo el último párrafo perteneciente a los destartalados y borroneados cuadernos infantiles.
Me siento mal por no sentirme mal porque se fuera siempre la hacía enojar siempre me gritaba me decía que no hacía nada bien que no servía para nada igual que papá creo que es un alivio que se haya ido así ya no la haré enojar supongo que se cansó de mí y se largó hizo bien yo también me iría si pudiera
A partir de aquí la letra se vuelve más legible.
Editado: 16.11.2022