Todo Va A Estar Bien

Mariam

Okey. Allá vamos de nuevo. Otra vez. Otra vez terminé en la oficina del director. Otra vez me mandaron a hablar con la psicóloga de la escuela. Dicen que es por mi bien, pero la verdad es que no les importa, sólo hacen lo que se supone que tienen que hacer. Esa mujer tiene toda la pinta de ser muy amable, pero no veo cómo las estupideces que dice podrían ayudarme. Ahora se ha inventado algo nuevo. Dice que tengo que empezar un diario, que tengo que escribir todo lo que pienso, todo lo que siento. No le encuentro el sentido. La última vez que escribí un diario fue una pérdida total de tiempo, además de una estupidez. ¿Quién se supone que va a leer esta porquería?

 

Así comienza el siguiente cuaderno. Se ve en mucho mejor estado que los anteriores, sin duda habrán pasado varios años desde que Mads dejó sus deshojados diarios infantiles. Ahora su letra es más legible, su sintaxis ha mejorado; pero su vida parece seguir llena de problemas.

 

Me levanto temprano en la mañana y me alisto para ir a la escuela: ropa, pelo, dientes, mochila, patines, listo, nos vamos. Pareciera que no, pero me gustaría ya haber llegado. Siempre quiero ir. Cualquier cosa es mejor que quedarse en casa. El idiota borracho de mi padre todavía no se ha matado, pero no creo que le falte mucho. Si no muere a causa del alcohol, se romperá el cuello cayendose en la calle. El camino es largo, será mejor que me vaya ya.

 

La primera clase es Biología, y me paso casi dos horas oyendo hablar sobre microbiotas. No me molesta, es sólo que ya lo sé. Ya lo explicó mil veces. Es cansador escuchar lo mismo una y otra vez. Suelo leer en clase, pero hoy escribo. Algunos profesores se molestan cuando lo hago, me llaman la atención por leer en clase, es ridículo. Hay gente tonteando, algunos se tiran bolas de papel, otros cuchichean de una forma bastante audible, nadie presta atención; y a mí me llaman la atención por leer cuando ya terminé todos los ejercicios, no lo entiendo. 

 

En fin, las clases no me molestan, de hecho son lo único que me gusta de la escuela. No se me da mal estudiar, y es algo que disfruto. Además, es una reconfortante sensación la que siento cuando me entregan un exámen en el que obtuve un diez. Como si no fuera tan inútil después de todo. Mi problema con la escuela es —y siempre va a ser— la gente. La gente lo arruina todo. Yo los odio, ellos me odian, así estamos. Cuando me canso de todos me voy a la biblioteca. Libros gratis, ¿qué puede ser mejor? También aprovecho mi buen rendimiento en las clases para que me permitan ir al baño sin tener que esperar al receso, con eso evito encontrarme con otras chicas, es mucho más cómodo.

 

Luego de otras dos horas (de Geografía esta vez) llega el primer receso. Todos salen corriendo. Se juntan en grupos en el patio, algunos charlan, otros juegan, un niño ha traído un mazo de cartas y compiten a ver quién puede arrojarla contra la pared logrando que la carta quede boca arriba. Parece que es difícil, y varios fallan al intentarlo. Algunos ríen, otros se enojan. Yo me canso de verlos, y decido ir a la parte de atrás, donde puedo usar mis patines sin que me molesten. Por un rato me olvido del mundo. Otra cosa en la que soy buena, y que disfruto. Dos. Hasta ahí. Sólo dos. Eso es todo. En todo lo demás soy un maldito desastre.

 

Aprovecho la hora del almuerzo para escribir un poco más. Le estoy agarrando el gusto. Nunca almuerzo en la escuela, no me gusta. Así que también me quedo en la biblioteca. La bibliotecaria no es muy amable conmigo, pero no lo es con nadie. Pero me gusta mucho este lugar. Se está tranquilo aquí. El único lugar que me gusta más que este es el parque, específicamente la zona de patinaje. Es genial. La escuela no ofrece almuerzo gratis, así que cada quien debe traerlo en una bolsa de papel o, en su defecto, un poco de dinero para comprar algo en el buffet. Espero que hayan traído dinero de más, porque una prolija pila de bolsas espera en mi casillero y un pequeño montón de billetes y monedas se encuentra ahora en mi bolsillo. Sólo le quito el almuerzo a los niños con padres con dinero, quienes se encargan de su almuerzo todos los días. No creo que pasen mucha hambre. Algún día se cansarán de hacerlo, o se enterarán que sus hijos no comen lo que ellos preparan, y dejarán de hacerlo. Ese día moriré de inanición. 

 

Clase doble de Historia y listo. Se terminó. A casa. Llevo los patines colgados al cuello desde sus cordones. Podría volver patinando, pero no quiero llegar tan rápido. Cuanto más tiempo esté fuera de casa mejor, así que me tomo mi tiempo. Voy a ese lugar en el parque que tanto me gusta y, cuando empieza a oscurecer, enfilo mi rumbo a mi casa.

 

Al llegar a la esquina me tomo sólo un minuto; y luego camino hasta el sucio callejón como todos los días. La puerta está abierta, la cerradura lleva un tiempo rota; así que sólo la empujo y entro, sin mirar, sin saludar, sin emitir un sonido me meto de golpe en mi cuarto.

 

Me acuesto en mi colchón, apoyado en el suelo; y saco de mi mochila un libro de la biblioteca y una de las bolsas de almuerzo. Por un rato estoy en mi mundo, por un rato soy feliz. Luego mi padre se levanta del rincón donde estaba tirado cuando entré, y comienza a golpear mi puerta con el puño.

 

Suspiro por millonésima vez. Termino mis sandwiches, guardo mis libros y me acuesto mirando a la pared. Poco a poco, y arrullada por los gritos y los golpes en mi puerta, me quedo profundamente dormida.

 




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