Ahora lo recuerdo todo, todas las cosas horribles que hice. No tenía idea que la había lastimado tanto.
Cuando bajé las escaleras y la vi allí, parada en mi propia sala como si nada, simplemente no pude contenerme. Le grité con toda mi furia, con toda la ira que llevaba guardada en mi interior desde hace tanto tiempo, prácticamente desde que la conozco.
Ese día recibí un duro regaño por parte de mi abuela, estuvo horas reprendiéndome por mi conducta. Qué clase de persona era, qué me había estado enseñando, cómo era posible que tratara de esa manera a cualquier persona, sobre todo a alguien que no conocía y que se había portado de una manera tan amable con ella. Mientras tanto yo me moría de impotencia. Cómo era posible que ella no entendiera la situación, que no pudiera ver la verdad, yo sólo la estaba protegiendo; estaba defendiendo mi casa, mi familia, ¿acaso no se daba cuenta?
Ahora sé que era yo el que no entendía, el que estaba ciego, tan enfocado en mi propia vida que no podía ver más allá, tratar de comprender los puntos de vista ajenos.
Ni siquiera luego de tantos años de amistad, de confianza entre nosotros, Mads nunca me confió nada de esto, todo el sufrimiento que le causé, lo egoísta que fui con ella.
En ese momento sólo percibí a la chica más odiosa de mi escuela, la que solía insultarme y golpearme diariamente desde hacía años, acercándose a mi abuela. Sentí pánico de que lastime a una persona tan importante para mí, la única que siempre me había apoyado, la única con la que sentía que podía ser yo mismo.
Parece que la abuela tenía ese don; porque Mariam también lo sintió así. Ella sintió esa calidez que la abuela emanaba, tenía la capacidad de iluminar una habitación entera con sólo el poder de su sonrisa. No me extraña que hayan simpatizado, tienen almas parecidas. Son seres risueños y alegres. Bueno, ahora lo es. En ese momento era una niña triste y reservada, una niña que sufría.
Yo le había arrebatado todo, todo lo que alguna la había hecho feliz. Cada migaja de amor, de felicidad o de entendimiento que había podido robarle al universo, yo se lo había arrebatado sin el mínimo conocimiento sobre ello. Parecía destinado a arruinarle la vida, a la chica que estaba enamorada de mí. No imagino cuánto me habrá odiado.
Esa semana —la última de clases— Mads estuvo más taciturna que nunca, ya no participaba en clases, apenas levantaba la cabeza de sus libros. Los muchachos hacían bromas sobre ello, y disfrutaban de la paz de no recibir sus golpes. Yo creía que todo era una puesta en escena; sólo ella y yo sabíamos sobre lo que había ocurrido con mi abuela, y suponía que ella trataba de hacerme sentir mal por la forma en que me había dirigido a ella. Su hipocresía me llenaba de rabia.
Falta poco para que terminen las clases. Mis ganas de hacer lo que sea me abandonan cada vez más rápidamente a medida que el año escolar se acaba. En una semana serán las premiaciones, se entregarán premios a estudiantes que se hayan destacado durante el año. Estoy segura de que recibiré un premio a causa de mi desempeño en la clase de matemáticas, dudo que mi esfuerzo haya pasado desapercibido. Aunque puede que las golpizas por mí propinadas me hayan bajado puntos frente a los directivos. De todos modos, espero ganar. Y, aunque suene tonto, quisiera que mi padre estuviera ahí para verme.
Lo hizo. Ganó. Lo recuerdo perfectamente. Creo que ése fue el comienzo del vínculo que ahora nos une. Fue el día en que la venda comenzó a caer de mis ojos, al menos un poco. Por supuesto, gracias a la abuela. Ella siempre ha sido la razón de todas las cosas buenas que me han sucedido en la vida.
El verano está próximo. Una época de sol y aire; más libertad, pero también más desafíos. Hace tiempo que he estado pensando en la posibilidad de conseguir un empleo de verano, eso mejoraría considerablemente mi situación. Sin embargo, ahora ya no le encuentro sentido a hacer nada. Me doy cuenta de que nada de lo que haga podrá lograr un cambio radical en mi vida.
Parece una tontería. Después de todo, sólo hablé con Nora una vez. Pero esas pocas horas que pasamos juntas fueron las más felices que había experimentado en compañía de otra persona. Ella estaba genuinamente interesada en lo que yo pensaba, en lo que yo sentía. No hablaba conmigo por deber, por compromiso o por lástima. No se sentía mal al verme, no la hacía sentir incómoda. Realmente encontraba algo valioso en mi interior, algo que ni yo misma había encontrado. O esa fue la sensación que me produjo en el tiempo compartido con ella.
Creí que había hecho una amiga, una amiga verdadera. Y el hecho de perderla me cortó ese pequeño hilo de esperanza que comenzaba a formarse en mi corazón. Creo que lo que más me dolió es que haya sido él quien lo hizo. Ese chico parece destinado a mantenerme en la desesperación perpetua.
Pronto ya no lo veré con tanta frecuencia. Eso es bueno, supongo. Últimamente lo único que ha hecho es lastimarme. Pero a la vez no puedo evitar la certeza de que un alma noble se esconde tras esos bellos ojos. Quizás es lo que quiero creer, quizás lo estoy idealizando desde hace años. Pero me gustaría que fuera cierto, que él sea una buena persona, que podamos ser amigos.
Es extraña la relación que tenemos.
Somos como bolas en un péndulo. Chocamos el uno contra el otro repetidamente, sin poder evitarlo. Y es la fuerza de nuestro mutuo rechazo lo que nos hace volvernos a unir, una y otra vez, hasta el cansancio.
Editado: 16.11.2022