Todo Va A Estar Bien

Premio

El próximo viernes es el día de la ceremonia. Una de las pocas cosas por las que estoy verdaderamente emocionada.

 

Le hablé a papá. Le conté sobre la entrega de premios. Le dije lo importante que era para mí. Me habían comunicado que yo sería la ganadora del premio por el que había trabajado tanto. Mi esfuerzo sería reconocido por fin. Ansiaba que él pudiera estar ahí para verme cuando sucediera.

 

La conversación no resultó como esperaba, aunque supongo que pudo haber sido mucho peor.

 

—No tengo dinero —me respondió.

—No es necesario, es gratis —le dije yo—. Es sólo un evento en mi escuela, papá; no será nada demasiado formal.

—Entonces ¿para qué quieres que vaya? No es la gran cosa, ¿verdad?

—Sería un lindo gesto el que fueras— contesté bajando la voz—. Es sólo esta vez, nunca te he pedido nada.

—¿Ah, no? ¡Me desvivo por conseguir el dinero para que tú comas todos los días!

—Eso es mentira, y tú lo sabes.

Me negaba a elevar el volumen de mi voz.

—Mira, no tienes que quedarte durante todo el evento. No tardarás más de una hora, y habrá comida gratis. No creo que sea mucho lo que te estoy pidiendo.

Me respondió en un murmullo, algo que no pude comprender.

—Prométeme que al menos lo intentarás —supliqué.

—Está bien —me dijo de mala gana—. ¿Sabes, hija? Tú y yo nunca nos hemos llevado; y no creo que sea completamente tu culpa. Desde que tu madre se fue, yo no he sabido qué hacer contigo. Siento que nunca podamos ser una familia, en serio lo siento.

 

Mi padre nunca me había hablado de ese modo, nunca lo había escuchado decir cosas así, y menos en ese tono. Casi parecía arrepentido, culpable. Me produjo una extraña sensación. Casi ominosa.

 

Al llegar a la escuela, no dejé pasar un segundo. Fui directamente a la Oficina de Asuntos Administrativos y reservé un asiento en el evento para papá. Por una vez lo iba a hacer sentir orgulloso. No lo veo sonreír hace tanto. La felicidad iluminará su cara y será la mejor noche de toda mi vida. 

 

¡Ay, no! Ya sé lo que ocurrirá.

 

El viernes llegó antes de que me diera cuenta. Debían coordinar el orden en el que subiríamos al escenario, dónde nos pararíamos.

 

Llegué y dos pares de ojos cayeron sobre mí. Todos se veían muy elegantes. Yo llevaba jeans rotos y un sweater delgado de color gris topo. Las encargadas de la organización eran la vicedirectora y su secretaria, ambas se veían furiosas con mi aparición.

 

En eso, distinguí en la muchedumbre a una profesora que se apresuraba en mi dirección, aquella mujer tan amable que me había acompañado a casa hace tiempo.

 

—Yo me encargo —anunció cantarina, mientras me tomaba suavemente por el hombro y me guiaba a su oficina. Cerró la puerta detrás de mí.

 

—Te traje algo —me dijo con una sonrisa simpática.

—¿A mí?

—Sí. Cuando vi tu nombre en la lista, pensé que te sería útil.

Me mostró un bonito vestido de color púrpura, con mangas largas y falda volante.

—Por cierto, felicidades. Sabía que ganarías un premio, eres una gran estudiante.

—Es muy bonito —murmuré, acariciando la tela entre las yemas de mis dedos.

—Es de mi hija menor, tiene tu misma talla. También te traje estos a juego.

Sacó de una caja un par de simples zapatitos negros.

—Déjame arreglarte el cabello y estarás lista —anunció, levantándolo en un moño y atándolo con cintas blancas.

Esta era la primera ocasión en que estaba así de arreglada, y me veía mejor de lo que esperaba.

Ella me despidió con un gesto amistoso, encargándome que me uniera a los otros.

 

Creo que me equivoqué. Parece que sí existen las buenas personas: Nora es una, aquí tenemos a otra.

 

Las organizadoras aprobaron mi aspecto con un ligero asentimiento, y me acomodaron en la fila con los otros ganadores.

 

Faltan diez minutos para que inicie la ceremonia, y ya todo está preparado. Decoraciones, comida, invitados; todo está a punto. La expectativa se respira en el aire.

 

Luego de un pequeño discurso a cargo de los directivos, comienzan a anunciar las ternas con sus correspondientes ganadores. Uno a uno debe acercarse al podio, agradecer, tomar su premio y salir de forma ordenada.

 

Cuando se aproxima mi turno, mis rodillas chocan entre sí de los nervios. Anuncian mi nombre por el micrófono. Respiro hondo y camino firmemente por el escenario. Tomo mi premio y volteo para sonreírle a mi padre, para ver el orgullo en su mirada.

 

Pero el asiento está vacío. La silla de terciopelo rojo aún lleva el letrero que reza "Reservado", permanece tristemente vacía. El alma se me cae a los pies. Él era la única razón por la que me ilusionaba recibir este premio, sólo quería hacerlo sentir orgulloso por una vez. Una expresión de pesar se dibuja en mi cara. Salgo de allí arrastrando los pies, y lo que queda de mi corazón.

 

Quiero irme directamente a casa, mas me llaman por mi nombre y apellido. Todos debemos dirigirnos al comedor para la segunda mitad del evento.

 

El comedor está bonitamente decorado en dorado y carmesí; mesas redondas se reparten por el lugar. En cada una no entran menos de ocho personas, están pensadas para ser ocupadas por familias.

 

Me siento descuidadamente, dejando mi premio en la mesa vacía frente a mí. No quiero comer, no quiero estar aquí, no quiero nada. Apoyo los brazos sobre la mesa, y la cabeza sobre los brazos. Me siento increíblemente cansada.




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