Todo Va A Estar Bien

Amigos

Una ola de drásticos cambios se arremolinaron en mi vida. Luego de más de una década viviendo en soledad, tenía un amigo, mi primer amigo. Era una locura.

 

Había supuesto que nuestra relación sería algo incómoda al comienzo, en vista de nuestras mutuas experiencias pasadas; pero todo se sucedió con tanta naturalidad que casi no nos dimos por enterados de ello.

 

A lo largo del verano, Sean solía invitarme a su casa a ver televisión, a jugar videojuegos o juegos de mesa, o simplemente a platicar; pronto pasaba más tiempo allí que en mi propia casa. Sus padres trabajaban todo el día, y eran sus abuelos quienes se ocupaban de él.

 

El primer día en que entré a la amplia cocina, Nora se abalanzó sobre mí y me abrazó con fuerza, depositando luego un enorme beso en mi mejilla. Mis ojos se llenaron de lágrimas con sólo volver a verla.

 

Se acercaba la hora del almuerzo, y en el aire flotaba una deliciosa mezcla de sutiles aromas. Sean me condujo a la sala y me ofreció un asiento en el sofá, antes de retirarse nuevamente por el pasillo.

 

Una silueta de un blanco brillante entró en la habitación, balanceando la cola con su caminar.

 

—¡Hey, hola! —exclamé, emocionada—. ¿Cómo has estado, Merengue? Te he echado mucho de menos.

 

Se posó a mi lado, y pasé mi mano a lo largo de su lomo. Acercó su naricilla a mi mejilla y pude escuchar su sonoro ronroneo.

 

Sean volvió al cabo de unos minutos sosteniendo una bonita bandeja rectangular. Sobre ella reposaban un plato de sándwiches recién hechos, y un par de cuencos de los que escapaban volutas de vapor, provenientes de una cremosa sopa de verduras. A cada lado de la bandeja, un vaso contenía fresco jugo de naranja.

 

—Sony, baja de ahí —ordenó cariñosamente; y el pequeño bajó de un salto.

 

—Sony —murmuré, regalándole una última caricia—. Adiós, Sony.

 

Obtuve un dulce maullido como respuesta, mientras se alejaba en dirección a la puerta del jardín.

 

Sean dejó la bandeja sobre el sofá, entre nosotros; tomó un sándwich y encendió la televisión con el mando a distancia.

 

—Come —me dijo, mientras cambiaba los canales.

 

—No, gracias —susurré.

 

—¿No te gusta?

 

—No, es que... no me gusta... me siento incómoda si debo comer frente a la gente... comer frente a los demás.

 

—¿Nunca comes frente a nadie?

 

—No.

 

—Mentira.

 

—¿Qué?

 

—El otro día, en tu casa... comimos galletas juntos. ¿Eso no cuenta?

 

No lo había pensado, no cuando ocurrió.

 

Todo el diálogo se había desarrollado sin que intercambiáramos una sola mirada; yo miraba mis rodillas, él seguía buscando algo para ver en la televisión. No parecía darle mucha importancia a lo que decía, como si fuera lo más obvio del mundo.

 

Lo cierto es que lo de las galletas fue diferente. Por algún motivo, me sentía cómoda con él en ese momento, no sentí que fuera a juzgarme; y definitivamente tenía otras cosas en la cabeza, más relevantes que preocuparme por lo que pensaría al verme comer.

 

Consideré la seguridad que él me había hecho sentir. Estiré la mano y tomé un pequeño bocado de un sandwich. Sabía increíble.

 

—¿Ya viste "Jurassic Park"? —preguntó Sean, su vista todavía fija en la pantalla.

 

—No —respondí, para luego añadir—: Pero sí leí el libro.

 

—¿Es un libro?

 

Se volteó hacia mí, sorprendido.

 

—Sí, lo escribió Michael Crichton.

 

—Vaya... no lo sabía. Bueno, ahora verás la película conmigo, ¿qué te parece?

 

—Genial.

 

Fue la primera vez que almorzaba con alguien, fue la primera vez que veía una película, no pudo haber sido mejor. Para cuando la película terminó, tanto los cuencos como el plato descansaban vacíos en la bandeja.

 

—¿Te gustó?

 

—Sí, fue divertida.

 

—¿Es como el libro?

 

Negué con la cabeza.

 

—El libro es mucho más sangriento —dije con una pequeña sonrisa.

 

—Wow —respondió, admirado—. Quizá considere leerlo algún día.

 

—Dile a tu abuela que el almuerzo estaba delicioso.

 

—Puedes decírselo tú cuando quieras —rió Sean—. En serio te aprecia; lo sabes, ¿no?

 

—También la aprecio mucho, es la mejor persona que he conocido.

 

—Ella fue una de las razones por la que cambié mi opinión, la que me hizo darme cuenta de cómo eres en realidad.

 

—¿Cómo soy? —casi tuve miedo de preguntar.

 

—Buena —respondió con simpleza, y sentí que mi corazón estallaría.

 

—Nora es maravillosa, es capaz de ver lo bueno en cualquiera.

 

—Creo que son más parecidas de lo que piensas.

 

No pude ocultar una sonrisa.

 

No creo haber estado enamorado de Mads en ese punto. Creo que eso llegó después, que se dio naturalmente; nació como fruto de todo el tiempo que pasamos juntos, las largas charlas, los placenteros paseos. Pero no mentí ese día de verano, mi respuesta fue sincera. Una venda se había caído de mis ojos y ahora podía ver lo que antes era incapaz de apreciar: que Mads era una buena persona; una persona con problemas, pero buena persona al fin. Y la certeza de ese hecho me provocó unas inmensas ganas de pasar a su lado cada segundo disponible que tuviera.




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