Todo Va A Estar Bien

Destino

—¿Sean, acaso tú crees en el destino?

 

Caminamos a lo largo de la avenida principal, uno junto al otro, a paso regular, sin apresurarnos.

 

El día había estado nublado más temprano, pero ahora el sol se muestra en todo su dorado esplendor, y la piel de mis brazos comienza a escocer al contacto de sus rayos. El pavimento se calienta bajo nuestros pies; es casi mediodía y las calles están vacías de transeúntes.

 

Sean y yo nos hemos puesto de acuerdo para salir a comprar un helado; aunque he de admitir que no fue más que un pretexto: para él fue una excusa para dar un paseo y charlar, para mí fue una excusa para tenerlo cerca y perderme en el sonido de su voz.

 

—¿A qué te refieres?

 

—¿Crees que estábamos destinados a encontrarnos… a conocernos… tú y yo? —titubeo al hacer la pregunta, temo lo que pueda llegar a responder—. ¿Crees que hubiera podido ser diferente?

 

El concepto de destino se me ha metido en la cabeza en los últimos días, aún no entiendo bien el por qué. Me ronda la peculiar idea que no ha sido casualidad que Sean y yo hayamos conectado, sino que la fatalidad nos ha unido de algún modo. ¿Acaso el entrometido universo se ha inmiscuido en nuestras vidas? ¿Existía una mínima posibilidad de que jamás hubiéramos intercambiado una palabra?

 

—¿Crees que el destino es inamovible, que cada uno de nosotros trae un destino consigo; un camino fijo, del que no pueda apartarse por más que lo intente?

 

—No, no creo eso. Sería muy triste si así fuera.

 

Levanta su vista hacia mí, y me hace un pequeño guiño seguido de una sonrisa. Pronuncia con cuidado cada palabra.

 

—Creo que cada quién elige su camino, para bien o para mal. Y las acciones que cada uno de nosotros realiza en la vida afecta nuestras relaciones con las otras personas, y con nosotros mismos.

 

Y luego de una pausa agrega con una risilla:

 

—No intentes culpar al destino por conocerme, Mads. Fue tu decisión hacerlo.

 

Esa fue la primera vez que la llamé Mads. No lo creo, parece que hubiera pasado hace mil años.

 

¿De qué habla? ¿Mi decisión? ¿Qué es lo que quiere decir con ello? Sus pensamientos me intrigan, debo saber. Las palabras escapan de mi boca antes de que pueda pensar en ellas con detenimiento:

 

—Tú tampoco crees que nada haya sido casualidad, ¿verdad?

 

—Claro que no.

 

—Pero nuestros caminos siempre están cruzándose —insisto, con terquedad—, ¿cómo le llamas a eso, si no es destino o casualidad?

 

—Piénsalo un poco —me explica con paciencia, como si estuviera hablando con un niño pequeño—. Cada cosa que nos ha unido responde a acciones deliberadas, cosas que nosotros decidimos hacer. Tú decidiste ayudarme en ese callejón, lo hiciste porque quisiste hacerlo, nadie te obligó a ello. Yo decidí agradecerte con una bandeja de galletas, pude no haberlo hecho.

 

Se encoge ligeramente de hombros al pronunciar la última frase.

 

De pronto un recuerdo aflora a mi mente con la velocidad de un rayo.

 

—¿Y Nora? Ayudé a una señora en la calle, la cual muy oportunamente resultó ser tu abuela. Cualquiera pudo haberlo hecho.

 

—Exacto, cualquiera pudo haberlo hecho, pero nadie lo hizo, sólo tú. Muchas personas pasaron junto a ella y ni se voltearon a mirarla. No es casualidad que tú lo hayas hecho, y que hayas decidido llevar sus bolsas, y hablar con ella. Además ya te lo he dicho: ustedes dos son tan parecidas que es prácticamente imposible que no congenien.

 

Repaso sus palabras en mi mente, dilucidando cosas que hasta el momento permanecían ocultas para mí.

 

—De la misma manera, no es casualidad que hayas recogido a Sony cuando necesitaba ayuda —continúa; y luego agrega, como si de la cosa más obvia del mundo se tratase—: porque eres una buena persona.

 

No puedo evitar sonreír al escucharlo decir cosas así.

 

—¿Crees que alguna vez llegues a arrepentirte? —murmuro con inquietud, no he podido evitar preguntarle, no he podido acallar la voz en mi mente que sigue gritando que esto es demasiado bueno como para durar mucho más.

 

—¿De qué?

 

—De habernos conocido.

 

—Por supuesto que no; desearía haberte conocido antes, a la verdadera tú —dice con un dejo de timidez, evitando mirarme a los ojos.

 

Quién lo hubiera pensado. El muchacho que me ha odiado durante tanto tiempo; el muchacho al que yo he amado durante tanto tiempo.

 

Y es entonces que me asalta un pensamiento: ¿Lo he amado realmente? Llevo tantos años encaprichada con él, obsesionada con él, que nunca me he parado a pensar si lo que siento por él puede llamarse amor.

 

Solía desvelarme pensando en la forma de sus ojos, en la calidez de su sonrisa, en la cadencia de su voz. Encontraba cada cosa sobre él simplemente adorable. Mas nunca había considerado su personalidad, nunca había llegado a conocerlo a ese nivel; nunca había tenido en cuenta las características de sus vínculos con los demás ni su visión personal sobre el mundo, sobre la gente, sobre la vida.

 

Era ahora que nuestra historia verdaderamente comenzaba; ahora que estaba empezando a conocer su genuina forma de ser, ahora que por fin estaba dejándome entrever un resquicio de su alma.

 

Este verano hemos pasado incontables horas juntos; como consecuencia, mis sentimientos hacia él han dado un vuelco. Su cercanía solía provocarme una marejada de ansias, un delirante frenesí ante la sola idea de su presencia. Mi corazón saltaba en mi pecho, mi cabeza se sentía a punto de estallar.




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