Todo Va A Estar Bien

Futuro

Habían pasado ya más de dos meses desde el comienzo del mejor verano de la historia. Los vecinos del barrio retornaban gradualmente de sus lejanas vacaciones; ese tufillo a responsabilidad comenzaba a percibirse en el aire, anunciando la proximidad de un nuevo año escolar. A pesar de ello, todavía quedaba mucho verano por delante, listo para ser disfrutado al máximo.

 

Sean y yo estábamos sentados en la cocina de su casa, disfrutando de unas galletas de avena acompañadas de cocoa con leche. Sony rondaba sobre la mesa, insistiendo con sus reiterados intentos de meter el hocico en nuestras tazas. Yo le hacía una suave caricia en su cabeza cada vez que pasaba a mi lado.

 

Nora estaba sentada en la misma mesa que nosotros, unas tijeras en la mano, los lentes firmemente encasquetados, la mirada enfocada en un pequeño arbolillo al que podaba con mimo y cuidado.

 

—No, Sony no —se exasperó Sean cuando el felino alcanzó a probar el contenido de su taza—. Cuando sea presidente haré un decreto para que los gatos no puedan subirse a las mesas —regañó cariñosamente al pequeño mientras rascaba detrás de su oreja.

 

Reí ante la ocurrencia.

 

—No existe ni existirá jamás un ser humano con la autoridad necesaria para decirle qué hacer y qué no hacer a un gato.

 

Sony maulló en aprobación de mi comentario.

 

Siguió una ligera pausa, en la que nos dedicamos a nuestras respectivas meriendas.

 

—Ya que lo mencionas... ¿qué te gustaría hacer en el futuro? —le pregunté de pronto—. ¿En serio quieres ser presidente?

 

—No —suspiró—. Aunque a mis padres les encantaría; estoy seguro de que se decepcionarán de mí si llego a algo menos que presidente.

 

—Pero a ti, ¿qué te gusta? —insistí.

 

Sean bajó los ojos al responder.

 

—Las casas.

 

—¿Qué?

 

—Las casas, ¿sabes? Los edificios, los puentes, las iglesias; encuentro fascinante la manera en que planean esas cosas: los diseños, los planos y demás. El problema es que para ser arquitecto se debe ser muy bueno en matemáticas; y a mí los números se me resisten.

 

Sean se encogió de hombros y sacudió la cabeza con frustración, cambiando rápidamente de tema.

 

—¿Tú qué serás? ¿Patinadora profesional? —me preguntó con una simpática sonrisa.

 

—Las clases ya están próximas —interrumpió Nora, sin levantar la vista de su trabajo—. ¿Están emocionados?

 

—Claro que no —murmura Sean.

 

Su abuela le dirigió una rápida mirada, y volvió inmediatamente a su labor.

 

—¿Y tú, Mariam? A ti te gusta estudiar, los libros…

 

—De hecho…

 

Hay algo que había estado considerando desde hacía tiempo; y este era el momento de ponerlo en palabras, de darle una forma más concreta. Quizás comunicándoselo a un tercero, la idea cobraría fuerzas en mi interior, me atrevería a llevarlo a cabo.

 

—Me gustaría cambiarme de escuela —pronuncié con nerviosismo—. Hace algunos meses conseguí un formulario de inscripción para el Beetzyan Institute, estaba pensando en aplicar para la beca que están ofreciendo.

 

El Beetzyan Institute es una eminencia en términos académicos, un diploma obtenido en ese lugar representa el equivalente a un futuro asegurado. Es exigente en cuanto a becas se tratara, pero —a diferencia de mi actual colegio— sabía premiar el esfuerzo y las horas de duro estudio. Además, contaba con unas cómodas instalaciones diseñadas para cubrir las necesidades básicas de todos los estudiantes: no más dormir en el suelo, no más ropa con hoyos, no más restos de comida, no más contar monedas. A partir del momento en que atraviese sus puertas sólo deberé preocuparme por estudiar y nada más. No veía la hora de estar allí.

 

—¿T-te vas? —me preguntó Sean con un hilo de voz.

 

—¡Es maravilloso! —me felicitó Nora, mientras me abrazaba.

 

—Aún no me han elegido; de hecho, aún no envío la solicitud.

 

Mi respuesta estaba dirigida más a Sean que a Nora. La expresión de su rostro al enterarse de la noticia me había intrigado. Comenzaba a dudar de mi decisión.

 

—Te elegirán, claro que te elegirán —respondió Nora con entusiasmo.

 

—Por supuesto que te elegirán, eres brillante  —comentó Sean—. ¿Cuándo te vas?

 

Se lo notaba algo decaído; pero era obvio que quería disimularlo.

 

 

 

Claro que estaba decaído, estaba más que eso. Comenzaba a encariñarme con ella, y de pronto me enteraba de que se marcharía a no sé cuántos kilómetros de distancia.

 

Las cosas resultaron bien para nosotros en el futuro; mas he de admitir que en esa época de mi vida estaba hecho todo un adolescente dramático. Para mí era el fin del mundo, el fin de mi mundo, el que recién empezaba a construir con ella.

 

Estaba destrozado. Pero no quería que Mariam lo notara; ella tenía proyectos y también la capacidad para llevarlos a cabo. Yo sabía que podría lograr lo que se propusiera, necesitaba mi apoyo e iba a dárselo.

 

 

 

—Debo enviar un escrito basado en un libro a finales de este mes; y, si me eligen, comenzaré en cuanto acabe el verano.

 

—¿Y qué libro escogiste?

 

—Se llama “Todos ustedes, zombies”.

 

—¿Zombies? —preguntó, levantando una ceja.

 

—No trata sobre zombies —reí—. Es sobre… el amor… la soledad… el destino… Estuve pensando en lo que dijiste el otro día, sobre las decisiones que tomamos y cómo éstas afectan nuestros destinos. Debo decir que me has hecho reflexionar sobre muchas cosas últimamente. Quiero escribir sobre eso.




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