Las noticias viajan con destreza a través del correo, alcanzando países, ciudades, personas; algunas buenas noticias, algunas malas. Por suerte, esta vez fueron las buenas las que alcanzaron mi puerta.
Abrí el sobre con manos temblorosas, todavía parada en la entrada, descalza y despeinada. El grito que nació en mi garganta murió al final de la avenida. A lo largo de las décadas, esa casa había sido testigo de muchos y muy diferentes tipos de gritos; el que ahora se oyó hizo que todos ellos valieran la pena. Fue un grito de alegría, de emoción, y también de miedo; fue la materialización de todas las emociones que pugnaban en mi interior.
Sentía nervios ante la idea de contarle a Sean, de decirle que les había gustado mi ensayo, que mi solicitud había sido aceptada. Cuando luego de mil y una vueltas finalmente se lo dije se emocionó conmigo, me repitió lo orgulloso que estaba de mí. Yo no podía parar de llorar, parecía una regadera.
Por supuesto, Sean insistió en acompañarme a la estación el día de mi partida. Sus abuelos nos llevaron hasta allí en el auto. Cuando bajé de éste, el fuerte sol de mediodía me golpeó con fuerza. Una multitud de mariposas sostenía una batalla campal en mi estómago mientras esperaba a que arribe el tren que me llevaría a mi destino. Mi destino, nunca mejor dicho.
Me despedí de Nora y Walter un segundo después de que mis pies tocaran el asfalto al bajarme del automóvil. No quería perder el tiempo, sabía que si intentaba expresarme en palabras fracasaría estrepitosamente. Decidí que dejaría a mis acciones hablar por mí, y los abracé con fuerza. Agradecí brevemente a Nora por todo el cariño que me había ofrecido, y por nunca rendirse conmigo; encargué a Walter que le diera un enorme beso a Sony por mí, y le dijera que volvería a visitarlo en cuanto tuviera la más mínima oportunidad.
Mientras tanto, Sean se había mantenido alejado del trío; se paraba a un costado sosteniendo mi gastada bolsa, donde algunos libros —mis más preciadas posesiones— chocaban entre sí con cada movimiento de su cuerpo.
En cuanto me separé del abrazo, tomé bruscamente mi bolsa de las manos de Sean y me dirigí con decisión hacia el andén, secando la humedad que emanaba de mis ojos. Ahora me arrepiento de haber sido tan brusca, aún tenía problemas cuando de modales se tratara; es sólo que necesitaba un momento para respirar, estaba procesando demasiados sentimientos en muy poco tiempo.
Como lo supuse, él siguió mis pasos dentro de la estación, sabía que no me dejaría ir sin despedirse antes de mí.
Llegué al final del andén, sosteniendo la bolsa con ambas manos; y comencé a temblar violentamente. Sean se mantuvo en su sitio, esperando a que me calmara; quizás entendió mi reacción, y el motivo por el cual se había producido.
Mis emociones eran una locura. Estaba contenta, desesperadamente feliz por este cambio, esto significaba que lo había logrado, que sí había esperanza, que con esfuerzo podía llegar lejos, que era mejor que todas esas cosas que habían dicho sobre mí durante todos esos años; era una victoria personal estar parada en ese sitio y no podía creerlo. También estaba emocionada por todas las cosas nuevas que conocería, que aprendería; una puerta se abría ante mí, enseñándome que el mundo era más vasto que un patio mugriento y un trozo de parque.
No voy a mentir, sentí alivio por no tener que preocuparme por mis necesidades básicas de la forma en que había tenido que acostumbrarme a hacerlo, y por no tener que volver a una escuela llena hasta el tope de cretinos.
Al mismo tiempo, el miedo afloró en mí; pánico ante la idea de fracasar, miedo a lo que estuviera ahí afuera, temor a lo desconocido, ¿y si no fuera tan bueno como yo pensaba? ¿y si era todavía mejor de lo que suponía, y no lograba adaptarme? ¿y si cometía un error y me mandaban de vuelta a mi antigua vida?
Sean debió percibir el torbellino de sentimientos que podía leerse en mi ojos, se acercó y apoyó su mano en mi hombro, en un gesto tranquilizador.
—Hey, tranquila. Todo va a estar bien.
—Tengo miedo, Sean —susurré.
—¿Miedo? Ellos son los que deberían tener miedo —bromeó—, no saben de lo que eres capaz... ni siquiera tú lo sabes. Eres brillante, ya te lo he dicho.
—Todos en ese lugar lo son. ¿Por qué yo sería especial?
—Ellos te eligieron, ¿cierto?
—Me eligieron —pronuncié, y la palabra caló hondo dentro de mí.
Hasta el momento nadie me había elegido. En casa, en la escuela, en el barrio, las personas simplemente me habían aceptado como algo inevitable, algo que se ven obligados a soportar.
Mentira. Eso no es cierto. Lo supe en ese momento, cuando atrapé su mirada con la mía. Él —ese muchacho que tenía frente a mí, a punto de morir de una insolación—, él había elegido estar allí, nos habíamos elegido el uno al otro con el correr de los años, incluso cuando ni siquiera sabíamos que lo estábamos haciendo.
Levanté mi mano y la apoyé con suavidad sobre su mejilla, mi pulgar posicionado sobre ese adorable lunar que noté la primera vez que lo vi, hace una vida atrás.
—Eres maravilloso —confesé, mirándolo a los ojos.
—Lo intento —se encogió de hombros.
—Lo sé, intentas ser una mejor persona —seguí con voz clara—; relájate, no es necesario que te esfuerces tanto para ello, ya eres una persona maravillosa.
Una sonrisa apareció, iluminando su rostro entero. Guardé en mi mente cada detalle de ella, un regalo para llevar conmigo hasta que pudiera volver a verlo. Lo abracé con intensidad, mis brazos alrededor de su cuello.
Editado: 16.11.2022