Todo Va A Estar Bien

Hola

Las clases han finalizado. El primer año de mi nueva vida. Fue un año increíble; hubo desafíos y momentos difíciles, pero ahora me siento lista para afrontar lo que sea.

 

Sean me ha enviado una carta hace algunos días, en la que me comunicaba que sus padres planean enviarlo a él y a Julius por unas semanas a la casa vacacional de sus tíos en la playa. Quería que lo acompañara.

 

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Te caerán muy bien, Mads; por algo son mis tíos favoritos. Siempre están de broma, y son muy buenas personas.

 

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Bajé del tren, y Sean me esperaba en la estación. Un sujeto alto y fornido lo acompañaba, vestía pantalones de chándal y una camisa amplia. Ambos portaban sus mejores sonrisas.

 

Le había pedido a mi tío Rick que me acompañara a la estación. No cabía en mí por los nervios. No sabía cómo iba a reaccionar al verme, no sabía cómo iba a reaccionar yo al verla a ella.

 

Habíamos intercambiado cartas y llamadas durante un año entero, teníamos una amistad sólida y ella sabía que yo la quería; pero desde hacía algunos meses yo había comenzado a sospechar que otros sentimientos nacían progresivamente en mi interior a medida que nuestros lazos se fortalecían.

 

De pronto me sorprendía a mí mismo pensando en ella de un modo diferente, me demoraba en el recuerdo del brillo de sus expresivos ojos o la curva de su sonrisa. Pasaba horas recostado en mi cama, la mirada clavada en el techo, imaginándome junto a ella, reproduciendo el sonido de su voz dentro de mi cabeza o la suave melodía de su contagiosa risa.

 

Cada tanto existían momentos en que algo me sucedía, algo que me provocaba una felicidad extrema o una intensa melancolía. Entonces deseaba con intensidad su presencia a mi lado, deseaba poder compartir mi sentir con ella, y conocer sus pensamientos y sentimientos también. En esas ocasiones solía escribirle una extensa carta, detallando el suceso y las emociones que en mí produjo, le preguntaba sus opiniones sobre ello y le pedía que me cuente algo sobre su vida. Con este fútil recurso buscaba con desespero reemplazar las largas conversaciones que solíamos sostener bajo mi árbol de moras o caminando a lo largo de la avenida.

 

Las llamadas tampoco eran suficientes ya que —si bien podía oír nuevamente su voz— el aparato tenía un límite de uso, por lo que nuestras charlas siempre resultaban truncadas antes siquiera de iniciar. 

 

Se hubiera dicho que el universo quería recordarme la extensa distancia que nos separaba alterando su voz a lo largo de kilómetros de tendido telefónico, o demorando la ansiosa espera por la siguiente carta.

 

A la misma vez que procesé mis verdaderos sentimientos hacia Mads y logré entenderlos, llegué también a la conclusión de que no iba a confesárselos por vía telefónica ni por carta, definitivamente. Eso no sería satisfactorio, arruinaría la experiencia, el efecto que yo buscaba provocar en ella; y podía, además, ser fuente de malentendidos.

 

La respuesta era clara: debía decírselo en persona, debía tomar sus manos, mirarla a los ojos y confesarle que la amaba. No quedaba otra opción. Yo tenía derecho a darle palabra a mis sentimientos, y ella tenía derecho a saber lo que sentía por ella.

 

El día en que la vi en la estación mis piernas se aflojaron y mi corazón se aceleró.

 

Era ella, la mejor persona del mundo, y quería pasar el resto de mi vida a su lado. Ahora estaba seguro de ello. La certeza era como un grito en mis oídos, un grito que sonaba tan fuerte que había logrado aturdirme: antes no había sido capaz de percibirlo con claridad a causa de su invasiva presencia, y ahora era lo único real en mi mundo. 

 

No había visto a Sean en un año entero y, aunque habíamos mantenido la conversación fluida entre nosotros, había olvidado la magia detrás de sus ojos verdes. En el momento en que volví a verlo de nuevo percibí esa extraña emoción que provocaba en mí: un escalofrío que recorría mis entrañas unida a una profunda sensación de paz.

 

Corrí a sus brazos y él no dudó en atraparme en ellos, sosteniéndome con fuerza.

 

—Te extrañé, te extrañé mucho, mucho, mucho —susurré con intensidad en su oído; y él apretó aún más el agarre.

 

Nos quedamos así, fundidos en un abrazo eterno; hasta que me figuré lo incómoda que podía resultarle la situación y me aparté con suavidad de él. Dirigí mi vista hacia el hombre que lo había acompañado, su tío supongo.

 

—Hola —le dije.

 

—Así que tú eres Mariam, vaya que he escuchado sobre ti. Este muchacho —pasó un brazo sobre los hombros de Sean— no deja de hablar de ti, está obsesionado contigo.

 

—Tío Rick, basta —se quejó Sean, sus mejillas coloreadas de vergüenza.

 

Rick cargó mi maleta y nos dirigimos hacia la casa. En todo el camino hacia allí su conversación no se detuvo. Sean tenía razón: era un tipo muy simpático, y bastante gracioso. Nos dijo que Julius ya se había instalado, y que Leon —su pareja— había viajado a la ciudad a realizar unos recados, regresaría para la hora de la cena.

 

Llegamos a una bonita casita, modesta y acogedora. Parecía el sueño de toda pareja recién casada.

 

De hecho lo era: a pesar de haberse conocido hacía más de veinte años —y vivir los últimos quince años como pareja formal— Rick y Leon habían logrado casarse hacía apenas algunos meses. Se los notaba felices y enamorados. Ellos eran mi modelo de pareja romántica; mis padres nunca se habían mirado de la forma en que ellos lo hacían, no que yo recuerde. Yo veía a mis tíos y quedaba maravillado, quería un amor como el que ellos tenían.




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