Todo Va A Estar Bien

¿Yo?

Por la mañana me levanté temprano y bajé las escaleras. Me sentía bien, alegre y relajada. Me había vestido de forma cómoda y me dirigí a la cocina.

 

Sean y Julius trajinaban con el desayuno; se veían felices, reían y bromeaban entre ellos.

 

En el instante en que entré en la cocina, Julius bajó los ojos; se volvió parco y retraído.

 

—Tranquilo —le susurró Sean—, haz el intento. Verás que es agradable.

 

Con algo de resistencia, Julius se me acercó y dejó un plato de tostadas frente a mí.

 

—Gracias —le dije—, ¿puedo ayudar en algo?

 

—Ya casi terminamos, puedes preparar la mesa si quieres —me respondió Sean.

 

Les di una mano acomodando todo sobre la mesa, y los tres nos sentamos a desayunar. Había de todo un poco, y todo se veía fantástico.

 

—¿Y tus tíos?

 

—Están en su trabajo. Nosotros estamos de vacaciones, pero ellos no —rió Sean.

 

El desayuno transcurrió de forma relajada, casi nadie habló mucho, nos dedicamos a disfrutar de la deliciosa comida.

 

Julius se retiró en cuanto acabó de comer, dirigiéndose a su cuarto.

 

—Estuve pensando en lo que dijiste —comenzó Sean con calma—, y hablé con él sobre ello.

 

—¿De qué hablas?

 

—De Julius, dijiste que no le caías bien.

 

—Es cierto.

 

—No, no lo es. Julius es… algo tímido, ¿sabes? Siempre le ha costado hablar con las personas, es sólo que yo no lo había notado. Él se la pasa en su habitación, con sus videojuegos; nunca lo he visto interactuar con nadie que no fuera de la familia. Estoy seguro de que quiere vincularse con los demás... sólo que no sabe cómo hacerlo.

 

—Eso suena… duro.

 

—Debe serlo, para él… no lo sé, nunca hemos tenido una gran relación de hermanos. Desde hace un tiempo estamos trabajando en… conocernos y esas cosas. Es muy gracioso cuando quiere, y es muy inteligente; digamos que le tengo aprecio —sonrió Sean divertido.

 

—¿Y qué debería hacer? No quiero hacerlo sentir incómodo, no quiero que deba irse de la sala cada vez que yo entre en ella.

 

—Sólo tenle paciencia, ¿sí? Ya he hablado con él y me dijo que te daría una oportunidad. Creo que le haría bien un poco de compañía humana, y tengo frente a mí al mejor ser humano del planeta.

 

Un intenso carmesí inundó mis mejillas. Él solía decirme ese tipo de cosas, sin tener idea del efecto que podía provocar en mí.

 

Un par de horas más tarde, nos encaminábamos a la feria. El día prometía ser perfecto. Y lo fue, superó por mucho las expectativas.

 

Pasamos todo el día en la feria, estuvimos viendo los juegos intentando decidir a cuál subiríamos primero. Dimos vueltas todo el día, probando todo lo que encontramos disponible: subimos, bajamos, disparamos, chocamos y nos balanceamos en las diferentes atracciones, mientras nos llenábamos la barriga de kilos de maíz tostado. No tengo idea de cómo es posible que no vomitáramos luego de tanto zarandeo continuo; no podíamos parar de reír, parecía un sueño lúcido.

 

Antes de irnos subimos a la rueda de la fortuna, lo más mágico de todo el día. Era una estructura enorme, desde la que podía apreciarse el hermoso paisaje que nos rodeaba. El anochecer estaba próximo, y las luces comenzaban a encenderse. Al mirar hacia abajo parecía que estaba flotando en medio de una galaxia, con todas las estrellas debajo de mis pies.

 

Sean y yo estábamos sentados en el mismo asiento, admirando la inmensidad del cielo. Miré su rostro y no pude evitar emocionarme, mis ojos se empañaron ante la idea de lo que estaba viviendo; él y yo juntos, a escasos centímetros uno del otro, suspendidos a una altura formidable, en presencia de la misma belleza sobrecogedora.

 

Sean debió haber notado el cambio en mi ánimo, porque me preguntó:

 

—¿En qué piensas?

 

—En nada… en el cielo… —dudé—, en ti.

 

Y luego agregué, en un acceso de valentía, abriendo por un instante las puertas de mi alma:

 

—Siempre me ha gustado el lunar en tu mejilla derecha, es… lindo —comencé a balbucear—, creo que es lo que más me gusta de ti, hablo de que me gusta todo de ti, pero en serio me gusta ese lunar, desde siempre.

 

Me detuve, temerosa ante su reacción, lo que pudiera pensar sobre mí, lo que iba a responderme. Tuve la certeza de que había arruinado el momento, había tomado un recuerdo perfecto y lo había transformado en uno incómodo.

 

Su cristalina risa rompió el bucle de horribles pensamientos en el que había caído en cuestión de segundos. Posó su mano derecha en el lunar de su mejilla de forma soñadora, y me miró como nunca me ha mirado antes.

 

Respiró profundo. La sonrisa no abandonó sus labios cuando anunció:

 

—Tengo algo que decirte. No te dije nada en las cartas, temía decírtelo porque eres mi amiga; pero es importante para mí, y quiero que lo sepas —articuló pausadamente.

 

 

 

Dios, qué aterrado que estaba. Todavía siento los nervios paralizar los músculos de mi estómago cuando lo recuerdo. ¿Estaba seguro de que amaba a Mads? Por supuesto. ¿Estaba seguro de que quería confesárselo? Claro que sí. ¿Tenía miedo de lo que pudiera pasar? Obvio. Yo no tenía idea de lo que sentía ella por mí; por lo que sabía podía estar tirando una amistad por la borda. Pero estaba decidido a decírselo, y éste era el momento adecuado, era el momento perfecto.




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