Todos estamos perdidos

Capítulo 1: Confusión en la obscuridad.

No entiendo por qué hay personas tan asiduas a hacernos creer que la vida es como una línea, recta, horizontal, continua. "La vida no siempre es fácil," se nos suele decir, "pero siempre hay que persistir porque después de la tormenta viene la calma." Frases huecas nada más. 

De niño tenía mis sueños, como todos; con base a los cuentos e historias que escuchaba ya había planeado mi vida, iba a crecer, a ser astronauta, un día mis padres estarían en primera fila viéndome despegar hacia un planeta inexplorado que tendría mi nombre, me casaría, tendría hijos, un perro negro con manchas blancas, un caballo y una casa preciosa, iba a ser feliz para siempre con mi familia. Me decían que iba a ser difícil, iba a encontrar estorbo en el camino, pero si me esforzaba suficiente, se iba a volver realidad.... Mentira. 

¿cómo le explicas a un niño que su esfuerzo y deseo no es suficiente? ¿cómo le dices que hay cosas que están fuera de sus manos? ¿quién tiene las malditas entrañas para decirle que sus padres nisiquiera van a verlo crecer porque la vida es tan frágil que unos pocos milímetros son suficientes como para acabar con ella? 

Me sorprendí totalmente sumergido en mi memoria hasta que algo me hizo volver en mí mismo, un leve susurro casi imperceptible, ¿de dónde habrá venido? ¿Del otro lado de la calle?
-Del otro lado de la calle, del otro lado de la calle- me respondió como un eco detrás de mi oreja mientras sentía su aliento en mi cuello; dudé de lo que había escuchado, yo no pienso en voz alta, ¿O sí?
Confundido busqué en mis alrededores, mi vista descubrió una muchacha embobada con su celular, la luz que este emitía permitía apreciar vagamente los rasgos de su rostro, rasgos que me parecían tan familiares; tez morena, nariz pequeña, labios carnosos, pero igualmente, pequeños, pómulos prominentes, cejas gruesas y bien definidas, llevaba su cabello obscuro recogido en un moño, era tan parecida que sí fuera posible, ella podría ser mi Amalia reencarnada.
-Disculpa- le dije sin cruzar - ¿me has dicho algo?-
Llevó su móvil al pecho y en silencio negó con la cabeza, pensé un segundo y de nuevo volví mi vista a ella -¿y de casualidad te llamarás Amalia?- volvió a negar mientras caminaba apurada hacia el interior de un edificio que se encontraba próximo. Sus gestos, su forma de andar, sentí recuperarla aunque fuera por un nimio momento. Las casualidades suelen parecerme gratas y curiosas, pero esta me dejó intrigado.


Estaba por reanudar mi camino a casa cuando lo noté, una figura se adivinaba escondida en las sombras al otro lado de la calle viendo fijamente en mi dirección, forcé mi vista en vano para tratar de ver su rostro, pues el contrario de lo que dictaba mi sentido común, yo no tenía miedo, sino curiosidad. Alcé mi mano derecha y la sacudí lentamente de izquierda a derecha para indicar un saludo, repitió mi acción de manera mecánica y torpe, como si sus capacidades motrices no estuviesen bien desarrolladas; pero es de dudar de mi testimonio, pues yo sólo trataba de intuir su movimiento con la ayuda de las ligeras luces de los faros.
Un aire frío emanaba de ella, sentía que atravesaba mi carne, mis músculos, mi sangre, llegaba a penetrar en el núcleo de mis huesos. Nos quedamos así un rato hasta que se dio la vuelta, caminó hacia la oscuridad y su silueta se difuminó con el resto del panorama en un solo tono de negro hasta desaparecer completamente; pero el frío, su frío, seguía ahí, y me acompañó hasta mi apartamento.

Llegué y me encontré de nuevo en ese lugar vacío en el que habito, ese que nisiquiera me atrevo a llamar hogar. Me acosté sobre mi cama y por más que quise despejar mi mente, no pude, pensaba en mis padres, en Amalia, en lo sucedido, en esa chica, en ese personaje extraño, lo pensé hasta quedarme dormido.

Y entonces, entre los umbríos velos de la noche, pude encontrarla bajo la tenue y cansada luz de la luna que se infiltraba por las ventanas. Amalia, mi hermosa Amy, la pude ver de una forma nitida e inmaculada, tanto que me resulta una pena darme cuenta que solo ha sido el espectro de una entelequia y no existe más allá de esta. Sabía que no era más que un sueño, pero me negaba a soltarla, si lo hacía estaría sólo de nuevo; alguna vez se lo dije, el mayor miedo del hombre no era la muerte, sino que la soledad. 

Desperté en la madrugada sintiendo un abismo inmenso en mi interior. Me senté a la orilla de la cama con los codos apoyados sobre las rodillas y las manos cubriendome el rostro, aferrandome al reciente sueño; cuando de repente algo vino a mí como una epifanía que casi me hizo saltar de donde estaba, ¿y sí era obra del destino, el universo, o lo que sea que controla las cosas que suceden? Tenía sentido, la noche pasada me acompañé a tomar café a un compañero del trabajo, por lo cual tardé 15 minutos más en salir, lo que me hizo perder el autobús, y por consecuente, fui por una ruta por la que rara vez voy, sin embargo es la más corta para llegar a pie. Tal vez la vida está queriendo devolverme lo que me quitó; ese sueño ha sido una señal, necesito volver ahí. 




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