Todos nuestros miedos

Lucas

Lucas es un niño de nueve años que todas las noches se oculta debajo de su manta azul y se tapa los oídos con fuerza. No teme a ninguna figura tenebrosa escondida en algún lugar de su habitación; lo que le asusta es el ruido de sus padres discutiendo todas las noches.

Marta y Gustavo llevan diez años juntos, pronto serán once, pero, ¿por qué celebrar algo que ya no se siente real? Marta era de esas niñas que crecieron escuchando cuentos de princesas que se enamoran del príncipe azul y viven un amor eterno. Ella pensaba que el amor era eterno y que su historia con Gustavo era otro de esos cuentos. Tal vez por eso seguían fingiendo delante de los ojos de los demás y reservaban para cuando estaban solos los gritos y reclamos, o tal vez lo hacían por su pequeño Lucas. Suelen decir que nada dura para siempre y ahora se han dado cuenta de que su amor no era la excepción.

Hace una semana le pidieron a todos los niños de su clase que dibujaran algo que les recordara a su familia. Muchos niños dibujaron su casa, el parque donde solían pasar los fines de semana, el balón con el que jugaban con sus padres, e incluso hubo alguna niña que dibujó la última muñeca que su padre le compró como regalo por las notas. Pero Lucas no dibujó ningún lugar donde haya pasado las vacaciones, ni un regalo por Navidad o su cumpleaños; dibujó dos jarrones, uno encima de una mesa como un lindo adorno, y después lo que parecía ser el mismo jarrón pero esta vez reducido a pequeños pedazos. María, su profesora, le preguntó por qué había hecho ese dibujo y él solo contestó: "Porque se parece a mis padres". Algunos niños se rieron diciendo que su dibujo era feo y que carecía de sentido, pero su profesora se quedó pensando en las palabras del niño.

A pesar de su corta edad, Lucas era un niño muy inteligente y el que mejores notas sacaba en su clase. Le encantaba pintar, por lo que su cuarto estaba lleno de sus dibujos. Siempre estaba sonriendo y jugando; el único momento en que estaba completamente tranquilo era cuando dormía, o al menos hasta que aparecieron las pesadillas, que no lo dejaban dormir hasta que empezaba a amanecer.

Sus notas habían bajado considerablemente en los últimos meses, y Lucas estaba solo todo el día. Cualquiera podría haberse dado cuenta de que algo le estaba pasando. Si sus padres no estuvieran tan ocupados gritándose e insultándose, quizá habrían notado que su hijo había perdido peso y que tenía las uñas completamente mordisqueadas por la ansiedad. Si hubieran prestado un poco de atención, se habrían dado cuenta de que Lucas tenía un miedo real.

La profesora de Lucas, al ver que él seguía comportándose de manera extraña, decidió llamar a sus padres. Les explicó todas las razones por las que estaba segura de que algo le pasaba a Lucas, pero ellos solo respondieron que en casa todo estaba igual y que lo vigilarían más de cerca. Al parecer, les era muy difícil pensar que un niño de nueve años se podría dar cuenta de que su matrimonio feliz ya no existía.

Después de discutir sobre qué harían y cómo averiguar qué le pasaba a su hijo, decidieron que lo mejor sería hablar con él. Así fue como terminaron sentados en el sofá frente a Lucas.

—Cariño, sabes que nosotros te queremos mucho —empezó Marta.
—Eres lo más importante que tenemos, aunque a veces con el trabajo se nos olvide prestarte toda la atención que mereces... —continuó Gustavo.
—Habla por ti, yo siempre tengo tiempo para mi hijo —replicó Marta con voz fuerte, sintiéndose ofendida por el comentario de su esposo.
—Bueno, si tanto tiempo le prestaras, no nos habrían tenido que llamar hoy.
—Que yo sepa, Lucas tiene también un padre, que eres tú. También podrías haberte dado cuenta de que pasaba algo.

Así fue como empezaron una discusión sobre quién era mejor padre de los dos. Estaban tan implicados en cómo responderle al otro que no se dieron cuenta de que Lucas se había hecho un ovillo en el asiento, tratando de desaparecer de allí.

—¡YAAA! —El grito de Lucas fue fuerte; se escuchó aún más alto que el de sus padres.

Marta y Gustavo se quedaron quietos en su lugar y miraron a su hijo como si no pudieran creer que esa voz fuera la de él.

—¿Por qué siguen juntos si ya no se quieren? —Lucas no tuvo miedo de preguntar; necesitaba saber por qué seguían juntos si ya no eran felices.

Siempre le habían enseñado que a las personas no se les grita, no se les ofende, mucho menos si es una persona que queremos, entonces, ¿por qué sus padres lo hacían sin cansarse?

—Lucas, nosotros no... —Marta no sabía cómo responderle a su hijo; apenas estaba asimilando su pregunta. ¿Cómo su pequeño niño se había dado cuenta de que no eran felices juntos? ¿Tan evidente era?

—Lucas, ven —Gustavo tomó la palabra y le indicó a su hijo que se sentara junto a él en el sofá—. Hace tiempo que tu mamá y yo no somos tan felices como solíamos serlo. Eso no quiere decir que no nos queramos. Yo siempre voy a querer a tu madre y le voy a estar agradecido por darme lo más importante que tengo, que eres tú —hizo una pausa, tratando de escoger las mejores palabras para explicarle a su hijo la situación—. Pensamos que no te darías cuenta de lo que estaba pasando y teníamos miedo de que te pusieras triste si te lo decíamos.

—Yo quiero que ustedes sean felices.

Dos meses después, Marta y Gustavo firmaron su divorcio. Lucas pasó a disfrutar algunos fines de semana en casa de su papá. Con la distancia, la relación entre Marta y Gustavo mejoró, y ya no solo se gritaban. Ambos dedicaron más tiempo a su hijo, y Lucas ya no tuvo que esconderse bajo la manta ni taparse los oídos para no escuchar los gritos de sus padres.

Nota de la autora

Hola, espero que les estén gustando los relatos y si es así por favor no se olviden de darle a la estrellita y dejar algún comentario.

Saludos

Sofi




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