Todos nuestros miedos

Susana

Mira el reloj, viendo los minutos que faltan para que llegue. Le dijo que iba a reunirse con unos amigos, pero ella está segura de que eso solo es una excusa. Hacía meses que su relación no era la misma, aunque ella no quisiera admitirlo. Sus trabajos los mantenían ocupados, pero Susana siempre se esforzaba por revivir su relación de pareja. Llevaban cinco años juntos. Para algunos podría parecer mucho, pero para ella eran pocos comparados con todos los que quería vivir a su lado, al menos hasta hace dos días.

Dicen que las mujeres tenemos una especie de sexto sentido que nos advierte cuando estamos en peligro, para que nos pongamos alerta. Como siempre le decía su abuela: "Si sospechas es por algo, la intuición nunca falla."

Tal vez por eso, Susana, en una de esas tantas noches en las que no conciliaba el sueño debido al insomnio, decidió revisar el teléfono de su esposo. Justo ella, que siempre había alegado ser incapaz de hacer eso. Para ella era una falta de respeto. Pensaba que si algún día tenía que recurrir a revisar el teléfono de su pareja por inseguridades, sería mejor no seguir en esa relación. Quizás por eso dicen que para juzgar primero hay que estar en la situación de la persona que juzgamos.

En medio de la noche, ella tomó el teléfono con sus manos temblorosas, vigilando que Víctor, su esposo, no estuviese despierto. Rápidamente se dirigió a las conversaciones de WhatsApp y, descartando las conversaciones de su esposo con sus suegros y con ella misma, llegó a una mujer muy joven, quizás dos años menor que ella. La mujer era preciosa, no puedo negarlo. Aun así, lo que causó el verdadero dolor en su rostro fue leer los mensajes.

Al final, como la mayoría de las mujeres, terminó buscando toda la información que pudo sobre ella en internet. Para cuando se levantó su esposo, Susana tenía los ojos rojos de no haber dormido nada, pero sabía hasta la cantidad de tíos y primos que tenía la mujer con la que se estaba viendo su esposo.
A la mañana siguiente, cuando se levantó su esposo, no dijo ni una palabra de lo que había visto en la noche. Se lavó la cara, preparó el desayuno y se vistió apurada para ir a su trabajo.

Dos días más tarde, ella seguía con la misma pregunta rondando en la cabeza. Al llegar su esposo, con una cara de alegría, se le quedó mirando.

—¿Cómo te fue con tus amigos? —le preguntó ella.

—Bien, hacía tiempo que no nos reuníamos. Hablamos muchísimo.

—¿Y de qué hablaron?

—De cosas de amigos, de la familia, el trabajo, esas cosas —contestó Víctor sin entender por qué su mujer le hacía esa pregunta.

Susana se quedó un segundo mirando la fotografía que estaba sobre la mesita que tenía enfrente. En ella se veían ellos dos sonrientes en una calle italiana. Fue el primer viaje que hicieron solos; siempre habían soñado con ir a Italia, era el país de sus sueños, como solía decir Víctor.

—¿Por qué?... ¿Por qué me engañas? —con una voz tan apagada que se podría pensar que Víctor no había sido capaz de escucharla, Susana dejó salir la pregunta que llevaba desde aquella noche comiéndole la cabeza.

—Susana… amor, yo… tiene una explicación, te lo prometo.

—Por supuesto que tiene una explicación. Eso es lo que te estoy pidiendo.

—Ella empezó a trabajar conmigo hace un tiempo… nos hicimos buenos amigos. Yo… no pensé que las cosas nos llevarían a algo más, pero nuestra relación no iba bien y ella… Ella me apoyó y yo no supe qué hacer.

—¿No supiste qué hacer? —la pregunta salió de los labios de Susana en un susurro.

—No sabía cómo arreglar nuestra relación. De verdad que hubo un tiempo en que lo intenté… pero tú parecías no querer darte cuenta de que había un problema. ¿Te acuerdas de ese viaje que preparé para ir a Italia? Me pasé meses planeándolo. Quería que fuéramos juntos, que intentáramos que funcionara de nuevo nuestra relación, quería… que nos dedicáramos tiempo, pero tú preferiste quedarte trabajando.

—Víctor, sabes que me surgió un trabajo a última hora. En ese momento estaba trabajando muy duro porque quería que me ascendieran. Además, si no recuerdo mal, tú fuiste al viaje. Al principio no querías ir, pero después dijiste que si ibas, por lo menos no perderíamos todo el dinero del viaje.

De repente, como si algo se activara en la cabeza de Susana, recordó una foto que vio de la mujer con la que estaba su esposo en Roma.

—Fuiste con ella a Roma, ¿no es cierto? —las palabras salieron de su boca al darse cuenta de que las fechas de la publicación y del viaje de su esposo coincidían.

Víctor se quedó callado, mirando a otro lado, incapaz de levantar la vista.

—Dime la verdad, si todavía tienes un poco de respeto por mí, sé sincero.

—Sí, fui con ella a Italia —dijo mirando hacia el piso, incapaz de mirar a su esposa a los ojos.
— Pero… Eso fue hace más de un año.

—Exacto.

Y así fue como el monstruo del armario de Susana salió y la atacó sin piedad. Ya no tenía dónde esconderse. Su miedo estaba ahí frente a ella, porque eso no había sido un amorío de un momento. Sabía que él estaba enamorado de esa mujer y que ese era el fin de ellos.




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