Todos Nuestros Secretos

Capítulo 1: Un nuevo comienzo

Dentro de todas las opciones, el pueblo de Overwood era el que más se ajustaba a lo que buscábamos. Un lugar pequeño, alejado de las grandes ciudades y rodeado por un inmenso y hermoso bosque. Aburrido para algunos, pero ideal para aquellos que anhelaban un nuevo comienzo, justo lo que nosotros queríamos. 

—¿Y, que te parece? —preguntó mi padre, buscó mi mirada en el espejo retrovisor. 

—Me encanta —dije, con una sonrisa sincera plasmada en el rostro. Admiré las casas a través de la ventanilla del auto, los negocios, las familias sonrientes disfrutando de los últimos días del verano. Era tal como lo imaginé. 

Bajé el vidrio para sentir la brisa, y dejar entrar el aroma tan particular que llegaba desde el bosque e inundaba el pueblo. 

—Esa será tu nueva escuela —mi madre señaló el edificio que se alzaba ante nosotros, gris, grande y con un cartel frente a su puerta, el cual decía: “Overwood High School, construida en 1959”. Mis padres me explicaron que esa era una de las dos únicas preparatorias del lugar, y la más cercana a nuestra nueva casa. 

Ellos habían venido al pueblo sin mí para arreglar algunas cosas, como la compra de nuestra casa, y el traslado de mi padre. Más de uno se sorprendió al oír que tendrían a un ex-agente del FBI trabajando en la comisaria de Overwood, donde la taza de crímenes era casi nula. En realidad, según mis padres, el simple hecho de que una familia se mudara al pueblo era una sorpresa para sus habitantes, ya que no acostumbraban tener gente nueva, y todos estaban más que emocionados y ansiosos por conocernos. 

Frente a la que sería mi preparatoria se encontraba el parque central del pueblo, un sitio verde con algunos juegos y lugares para sentarse bajo la sombra de los árboles. Varias personas estaban allí, disfrutando del sol de la mañana y del canto de las aves. Veían nuestro auto con genuina curiosidad, probablemente preguntándose acerca de lo recién llegados, es decir, nosotros. 

—Mira qué bonita es la iglesia —señaló mi madre, haciendo alusión a la inmensa construcción de paredes blancas ubicada frente al parque —. Puedes acompañarme si quieres —dijo mientras admiraba la cruz en lo alto de la edificación. Ella era hija de un pastor, y seguía las enseñanzas de su padre yendo a misa cada domingo y leyendo la biblia en sus ratos libres. Para su desgracia, su esposo e hija no compartían sus creencias y devoción. 

Llegamos a la casa, ubicada en un bonito vecindario a unas seis cuadras del centro. El frente era de un suave color crema, tenía dos pisos, tres habitaciones y más baños de los necesarios. Yo escogí uno de los cuartos de arriba, justo al final de las escaleras, con un baño privado y un balcón por el cuál ascendía una bonita enredadera que le daba un aire más antiguo y natural a la casa. 

Ver todas las cosas que teníamos que desempacar me dio pereza, era imposible terminar en un solo día, pero me esforcé por dejar todo los más decente que pude. Por fortuna, los muebles de nuestra antigua casa ya estaban allí, tal como los recordaba, incluso los de mi habitación. 

Comencé a revisar cajas, sacar ropa, libros, y otras cosas. En el fondo del armario deposité lo que no necesitaba ser abierto, lo que contenía recuerdos dolorosos que aún no estaba lista para enfrentar, y en el resto de la habitación puse lo que me hacía feliz, las fotos con mis padres y familia, mis libros favoritos, y algunos posters de películas que me gustaban.  

Así se nos fue la mañana y parte de la tarde, entre cajas y bolsas, esforzándonos por hacer de esa casa nuestro nuevo y cálido hogar. Para cuando terminamos de acomodar la mayoría de cosas, yo estaba hambrienta, sudada, y con los brazos y hombros adoloridos. 

Salí al balcón en busca de un poco de aire y distracción. Mi ventana daba justo frente a la de la casa de al lado, la cual tenía la luz apagada y unas cortinas bordó que se ondeaban con la suave brisa. 

Un perro ladró en el patio de los vecinos. Su pelaje dorado brillaba bajo la luz del sol mientras corría por el jardín con la legua afuera, jugando con alguien a quien no llegaba a ver pero que tiraba un hueso para que el animal lo recogiera y se lo entregara. 

—No es justo que tu tengas el balcón —se quejó mi padre, atravesando la gran ventana que servía de puerta. Se acercó a mí y apoyó sus codos en el barandal, que crujió bajo su peso. Él levantó la vista hacia el cielo, teñido de colores cálidos mientras el sol se escondía. 

—Tu cuarto es más grande —respondí riendo. Seguí su mirada hacia las nubes de colores, a tiempo para ver una bandada de pájaros que volaban formando una figura similar a una V. Si hubiera tenido una cámara a mano, habría tomado una foto. 

—Es un lindo lugar —dijo sin apartar la mirada del cielo —, ¿no crees? 

Asentí, definitivamente era un lugar en el que quería vivir. Se parecía al que había sido mi hogar durante los últimos ocho años, un pequeño pueblo en Tennessee. Overwood era un poco más frío y escondido entre los árboles, pero igual de pequeño y apacible, y con una tranquilizante sensación de seguridad y calidez que se acompañaba del aroma de los robles y arces. 

—Si —respondí con confianza absoluta —, creo que estaremos bien aquí. 

Mi padre sonrió y me acercó a él para darme un tierno beso en la frente. 

—Me alegra que pienses así, pequeña —sus ojos grises se fijaron en mi rostro, inspeccionando cada detalle —. Lamento lo que pasó, pero lo mejor es dejarlo atrás —asentí ante sus palabras, estando al borde de las lágrimas. Me abrazó de forma protectora, y yo sabía que de verdad lo lamentaba, una parte de él se sentía culpable —. Es un nuevo comienzo, Evie, hay que aprovecharlo. 

Asentí otra vez. Era imposible olvidar el pasado, pero la razón de nuestra mudanza era superarlo y avanzar, e iba a hacer todo lo posible por hacer que funcionara, por mis padres, por mí. 

—Cariño —mi madre apareció en la puerta, sonriendo y con una fuente de galletas entre las manos. Se había recogido el cabello y llevaba un bonito vestido blanco que llegaba hasta sus pantorrillas. Un collar con una cruz dorada colgaba en su cuello —, hay que ir a saludar a los vecinos. Ya metí el pastel al horno, y tengo estas galletas que hice ayer, ¿crees que sea suficiente? 




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