Todos quieren a la gordita

Capítulo 3

Solo estuve un día en el hospital. La herida más grave fue la de la pierna, la cual ya estaba enyesada, luego tenía raspones y algún que otro moretón. Me dieron el alta con analgésicos de por medio. Mi amiga, en cambio, tuvo una fuerte contusión en la cabeza y un corte en el cuero cabelludo, quedo un día más en observación, pero estaba sana y salva, eso me lleno de alivio, no quería cargar con la culpa de que se hubiera hecho daño por mi sugerencia de ir a ese estúpido café que no cumplía con los requisitos mínimos de seguridad.

El accidente se volvió una gran noticia, salió en todos los canales. Pronto comenzó a circular en los medios la causa del siniestro: al parecer el dueño del edificio era amigo del intendente y había sobornado a los inspectores de seguridad. Nada extraño en este país. El edificio no estaba en buenas condiciones y las instalaciones eran pésimas. Fue acusado de inmediato por la justicia.

Mis padres, cuando se enteraron, vinieron al hospital totalmente asustados, al verme me abrazaron y besaron como si no hubiera un mañana. Mi madre, aunque me negaba en un principio, decidió instalarse junto conmigo en mi departamento en capital, al menos hasta que me retiraran el yeso. Yo no quería ser un estorbo, mama se había jubilado por fin de su trabajo de limpieza hace unos meses y quería que por fin descansase en casa, tranquila, pero cuando me explicaron los cuidados que debía tener para no mojar el yeso al bañarme lo pensé mejor y accedí a tener ayuda.

Hace ya unos años me había mudado sola a un departamento para estudiar en la universidad de la capital: Una conocida de la familia alquilaba a muy buen precio su departamento y mis padres me lo pagaron para que no tuviera que estar lidiando con el transporte público hasta zona sur que era donde vivíamos. Luego, al poco tiempo que me recibí, tuve la fortuna de encontrar trabajo cerca, así que les pedí que mantuvieran el alquiler un par de meses más y en cuanto comencé a cobrar me volví totalmente independiente.

Cuando volví a casa lo que hice fue: Primero, alimentar a mi gato, el Sr. Bigotes, que estaba famélico y enojado luego de todo un día entero sin ser atendido. Y segundo, hablar a mi trabajo. Tuve que buscar el teléfono de la empresa en internet porque mi celular se perdió en el accidente, de seguro estará bajo las capas de escombros hecho trizas. Afortunadamente la gente de recursos humanos fue muy amable y presentando el certificado médico no me hicieron problemas. Gracias al cielo ya había terminado mi periodo de prueba, así que tendré una suerte de “vacaciones pagas” en mi casa en lo que dure el proceso de sanación.

Luego que la vorágine de todo lo relacionado con el accidente se detuvo y pude acostarme en mi cama a descansar, comencé a repasar todo lo que había ocurrido y caí en la cuenta de que estuve a punto de morir. Sé que es algo natural, todas las personas moriremos en algún momento, pero nunca pensé que podía ocurrir de forma tan repentina. Me sorprendí de mi misma deseando vivir, siendo que siempre soy pesimista y deseo que mi sufrimiento se acabe de algún modo… Tener este aspecto de gorda no me ha hecho fácil la vida realmente, ser juzgada todo el tiempo y motivo de burla me han hecho pensar en algunas situaciones que la vida es un asco y que no merece la pena vivir para sufrir tanto. Muchas veces el único motivo que me mantenía aferrada a la vida es la idea de querer retribuirle a mis padres todo lo que han hecho por mí, darles regalos, aliviarles la vida. Sin embargo, cuando ese bombero llegó y me dijo “No te rindas ahora, aún hay esperanza” me sentí aliviada. Como si él fuera una suerte de adivino que ve el futuro y me adelantara que habría más cosas por las que vivir. No tiene forma de saberlo, pero elegí creerle.

Volviendo a pensar en ese tipo me di cuenta que me salvó y yo no le di las gracias. Creo que mi cerebro se tildó y no sabía bien que hacer.

Estado de shock le dicen.

Solo atiné a preguntarle su nombre. De tantas cosas para decir en ese momento ¿por qué quería saber su nombre? ¿Para qué demonios quería saberlo? ¿Para ponérselo a mi hijo como agradecimiento? Al ritmo que voy no voy a reproducirme con nadie. Solo quería saberlo, no sé por qué, quizá porque me hizo sentir que yo era importante y que mi vida tenía sentido.

En parte estaba agradecida del hecho de poder pasar más tiempo en casa, puesto que me libraría del estrés de lidiar con la abusiva superior mía. También para poder pasar tiempo con el Sr. Bigotes, ya que tenía demasiado tiempo solo y ahora puedo acariciarlo y jugar con él, aunque es algo arisco y se escapa. Sin embargo los días fueron pasando y llegue a hartarme del encierro. Sobre todo por la convivencia con mi madre. Ella es un amor, es dulce y me conciente pero también me taladra la cabeza contándome que “la hija de fulanita ya se casó”, que “el hijo de zutanito ya tuvo un hijo…”

— ¿Sí? Me alegro por ellos.- le contesto y cambio pronto de tema porque ya sé qué es lo que sigue: el famoso:

“¿y tú? ¿Para cuándo?”.

Mamá y papá tienen excesiva confianza en mí, creen, como todos los padres supongo, que su hija es la mujer más hermosa del mundo y que puede conquistar a quien sea cuando quiera. Pero eso nunca va a pasarme a mí, nadie se fija en las gordas como yo. Lo sé por cómo me miran mis compañeros de trabajo, la gente en la calle, todos se llenan hablando de que “no ay que hablar de los cuerpos ajenos” pero jamás se plantearían salir con una gorda teniendo otras opciones.

Una semana después, a media mañana, mientras mi madre empezaba a preparar el almuerzo, recibí una llamada de un número desconocido, fui a la habitación y atendí. Se trataba de mi superior, Yamila Thompson. Con una amabilidad en la voz que me dio escalofríos me contó que el gerente le había mandado a buscar unos documentos y a hacer un informe con ellos, algo normal, luego de contarme eso me preguntó si yo podía hacerlo. Amablemente le expliqué que yo me encontraba haciendo uso de una licencia médica y que en mi casa no disponía de computadora ni notebook para hacerlo de ninguna forma. Ella, obstinada, me sugirió ir hasta algún cibercafé, lo pensé unos segundos pero el más cercano estaba a 10 calles y no iba a pedirme un taxi para hacerle un favor a ella, por lo que le dije que no podía desplazarme mucho. Inmediatamente como oyó mi negativa la oí chistar molesta y perdió los estribos.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.